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sábado, diciembre 27, 2008

FRANZ KAFKA -- CUENTOS COMPLETOS

CUENTOS COMPLETOS
(TEXTOS ORIGINALES)





CUENTOS COMPLETOS -- (TEXTOS ORIGINALES)


1. EL DESEO DE SER UN INDIO
Si pudiera ser un indio, ahora mismo, y sobre un caballo a todo
galope, con el cuerpo inclinado y suspendido en el aire, estremeciéndome
sobre el suelo oscilante, hasta dejar las espuelas, pues no tenía
espuelas, hasta tirar las riendas, pues no tenía riendas, y sólo viendo
ante mí un paisaje como una pradera segada, ya sin el cuello y sin la
cabeza del caballo.
2. LA NEGATIVA
Si me encuentro a una muchacha bonita y le pido: «Sé buena, ven
conmigo», y pasa de largo sin decir una palabra, su actitud significa:
«Tú no eres un duque con apellido rimbombante; ningún americano
atlético con la estatura de un indio, con ojos horizontales y contemplativos,
con una piel acariciada por el aire de las praderas y de los
ríos que fluyen por ellas. No has viajado a los Grandes Lagos, ni los has
surcado, aunque no sé ni dónde se encuentran. Así que dime, por qué
yo, una muchacha bonita, tendría que ir contigo».
«Olvidas que no te llevan en automóvil por la calle, balanceándote
con sus sacudidas; no veo ir detrás de ti a los señores pertenecientes a
tu séquito, embutidos en sus trajes y murmurándote piropos. Tus
pechos quedan bien comprimidos por el corsé, pero tus muslos y caderas
se resarcen por esa sobriedad. Llevas un vestido de tafetán con pliegues,
como el que nos alegró tanto a todos el pasado otoño y, sin
embargo, con ese peligro mortal en el cuerpo, sólo te ríes de vez en
cuando».
«Sí, los dos tenemos razón y, para no ser conscientes de ello de un
modo irrefutable, preferimos irnos solos a casa, ¿verdad?»

3. LOS ÁRBOLES
Pues somos como troncos de árbol en la nieve. Aparentemente
yacen en un suelo resbaladizo, así que se podrían desplazar con un
pequeño empujón. Pero no, no se puede, pues se hallan fuertemente
afianzados en el suelo. Aunque fíjate, incluso eso es aparente.

4. VESTIDOS
A menudo, cuando veo vestidos con múltiples pliegues, volantes
y adornos, que tan bellamente lucen sobre bonitos cuerpos, no puedo
dejar de pensar en que no permanecerán así mucho tiempo, sino que
se arrugarán, perderán su lisura, quedarán cubiertos de tanto polvo
que será imposible limpiarlos. Y también pienso que nadie querrá
mostrar una imagen tan triste y ridícula al ponerse todos los días por la
mañana temprano el mismo traje costoso y quitárselo por la noche.
Sin embargo, veo muchachas bastante bonitas, que poseen músculos
excitantes, huesecillos, una piel tersa y un cabello fino, pero que,
no obstante, cubren a diario su cuerpo con este disfraz natural y siempre
tapan el mismo rostro con las mismas palmas de las manos, dejándose
reflejar así por su espejo.
Sólo algunas veces, por la noche, cuando regresan tarde de una
fiesta, ese traje les parece usado, dado de sí, polvoriento, demasiado
visto y lo consideran indigno de ponerse.
5. EL COMERCIANTE
Es posible que algunos me tengan compasión, pero yo no advierto
nada. Mi pequeño negocio me abruma de preocupaciones que me
provocan dolores internos en las sienes y en la frente, pero sin darme la
más mínima perspectiva de satisfacción, pues mi negocio, como he
dicho, es pequeño.
Tengo que tomar decisiones por adelantado, mantener despierta
la memoria de los empleados, advertir de los errores que temo y prever
en una temporada la moda de la siguiente, y no la que dominará entre
gente de mi clase, sino en la población inaccesible de las provincias.
Mi dinero lo tiene gente extraña. Sus recursos no me resultan del
todo claros; no logro sospechar la desgracia que puede caer sobre esas
personas. ¡Cómo puedo entonces defender mi dinero! Tal vez se han
vuelto derrochadores y dan una fiesta en el jardín de una hostería, y
otros se quedan un rato en la fiesta en plena huida a América.
Cuando cierro el comercio la noche de un día laborable y de
repente veo ante mí horas en las que no trabajaré para las incesantes
exigencias de mi negocio, entonces se arroja sobre mí la excitación ya
anticipada por la mañana, como si fuera la subida de una marea, pero
no soporta quedarse en mi interior y me arrebata sin objetivo alguno.
Y, sin embargo, no puedo utilizar ese estado de ánimo, sólo
puedo irme a casa, pues tengo el rostro y las manos sucios y sudorosos,
el traje lleno de manchas y polvoriento, la gorra del negocio en la cabeza
y las botas arañadas por las esquinas de las cajas. Entonces me desplazo
como si fuera sobre olas, hago chascar los dedos y acaricio el pelo
de los niños que vienen a mi encuentro.
Pero el camino es demasiado corto. Llego en seguida a mi casa,
abro la puerta del ascensor y entro.
Ahora compruebo de repente que estoy solo. Otros, que tienen
que subir las escaleras, se cansan algo al hacerlo, tienen que esperar con
la respiración acelerada hasta que alguien les abre la puerta de la casa,
así que tienen un motivo para enfadarse y para mostrar una actitud
impaciente. Luego entran en el recibidor, donde cuelgan el sombrero,
y al llegar a su habitación, después de atravesar el pasillo pasando por
algunas puertas de cristal, es cuando se encuentran solos.
Yo, sin embargo, ya estoy solo en el ascensor y, apoyándome en la
rodilla, contemplo el delgado espejo. Cuando el ascensor comienza a
elevarse, digo:
«Permaneced tranquilos, retroceded, ¿queréis ir bajo la sombra de
los árboles, detrás de las cortinas de las ventanas, en la cúpula de follaje?»
Hablo entre dientes, y las barandillas de la escalera se deslizan
hacia abajo por el cristal opalino como una catarata.
«Volad lejos; que vuestras alas, jamás vistas, os lleven hasta el valle
de vuestra aldea, o a París, si es allí hacia donde os impulsan.
»Pero disfrutad de la vista que os ofrece la ventana cuando las procesiones
vienen por las tres calles, y no se evitan, sino que se confunden
y dejan de nuevo espacio libre entre sus últimas filas. Saludad con los
pañuelos, horrorizaos, conmoveos, alabad a la bella dama que pasa de
largo.
»Id hacia el puente de madera sobre el arroyo, saludad a los niños
que se bañan y asombraos por los “hurras” de los miles de marineros en
el lejano acorazado.
»Perseguid sólo al hombre modesto y cuando lo hayáis empujado
hacia la puerta de una cochera, robadle y luego contemplad con qué
tristeza continúa su camino por la calle de la izquierda, con las manos
en los bolsillos.
»La policía, galopando dispersa sobre sus caballos, frena a los animales
y os hace retroceder. Dejadlos, las calles vacías les harán infelices,
lo sé. Ya cabalgan en parejas torciendo lentamente las esquinas y volando
sobre las plazas».
Entonces tengo que abandonar el ascensor, tocar el timbre, y la
muchacha abre la puerta mientras saludo.
6. EL CAMINO A CASA
¡Se ve la fuerza de convicción del aire después de la tormenta!
Aparecen mis méritos y me dominan, aunque tampoco me resisto.
Marcho y mi ritmo es el ritmo de esta acera de la calle, de esta
calle, de este barrio. Soy responsable, y con razón, de todos los golpes
contra las puertas, contra las tablas de las mesas, soy responsable de
todos los brindis, de todas las parejas en sus camas, en los andamios de
las nuevas construcciones, apretadas contra la pared en las oscuras
callejuelas, en las otomanas de los burdeles.
Aprecio mi pasado en detrimento de mi futuro; aunque encuentro
excelentes ambos, no puedo otorgar primacía a ninguno, y sólo
debo censurar la injusticia de la providencia que tanto me favorece.
Sólo después de entrar en mi habitación me torno algo pensativo,
aunque sin haber encontrado nada durante la subida de las escaleras
que me pareciera digno de ser pensado. No me ayuda mucho que abra
la ventana del todo y que aún se toque música en un jardín.
7. CONTEMPLACIÓN DISPERSA
¿Qué haremos en los días de primavera que ya llegan? Hoy por la
mañana estaba el cielo gris, pero si alguien va ahora a la ventana, se
quedará sorprendido y apoyará la mejilla en su picaporte.
Abajo se puede ver cómo la luz del sol, que ya comienza a ocultarse,
se refleja en el rostro infantil de una muchacha, que anda y mira
alrededor, y al mismo tiempo se ve la sombra de un hombre que viene
rápidamente detrás de ella.
El hombre la ha pasado y el rostro de ella reluce de claridad.

8. GENTE QUE VIENE A NUESTRO ENCUENTRO
Cuando alguien sale a pasear por la noche, y un hombre, ya visible
desde lejos –pues la calle se empina ante nosotros y hay luna llena–,
viene a nuestro encuentro, no lo agarraremos violentamente, aunque
sea débil y desarrapado, ni siquiera en el caso de que alguien corra
detrás de él y grite, sino que lo dejaremos pasar de largo.
Pues es de noche, y no podemos evitar que la calle se empine ante
nosotros con luna llena; además, tal vez esos dos han organizado la
persecución para divertirse, o a lo mejor persiguen los dos a un tercero,
tal vez persiguen al primero, que es inocente, tal vez el segundo lo asesinará
y seríamos cómplices del crimen. A lo mejor no saben nada el
uno del otro, y cada uno corre hacia su cama, a lo mejor son sonámbulos,
quizás el primero lleva un arma.
Y, finalmente, ¿no podemos estar cansados, no hemos bebido
mucho vino? Nos alegramos de que ya tampoco veamos al segundo.

9. EL PASAJERO
Permanezco de pie en la plataforma del tranvía, completamente
inseguro respecto a mi situación en este mundo, en esta ciudad, en mi
familia. Ni siquiera podría precisar las pretensiones que estaría en condiciones
de alegar con derecho. Me es absolutamente imposible defender
que esté aquí de pie, agarrado al asidero, que me deje llevar por este
vagón, que la gente evite el tranvía o pase de largo en silencio o que
descanse frente a la ventana. Nadie lo reclama de mí, es cierto, pero eso
es indiferente.
El tranvía se aproxima a una parada; una muchacha se acerca al
peldaño, dispuesta a subir. Aparece ante mí con tal claridad que me
parece haberla tocado. Está vestida de negro, los pliegues de la falda
apenas se mueven, la blusa, que acaba en cuello de punta de redecilla
blanco, se ciñe al cuerpo, la palma de la mano izquierda se apoya en la
pared, el paraguas, en la mano derecha, permanece apoyado en el
segundo escalón. Posee un rostro moreno; la nariz, débilmente aplastada
en los laterales, termina en una forma redondeada y ancha. Tiene
pelo castaño abundante y algunos cabellos cubren la mejilla derecha.
Su oreja pequeña queda pegada a la cabeza; no obstante, como estoy
cerca, puedo ver la parte trasera del lóbulo y la sombra en la raíz.
En aquel instante me pregunté: ¿cómo es posible que no quede
maravillada ante sí misma, que permanezca con la boca cerrada y no
diga nada que exprese su asombro?

10. PARA MEDITACIÓN DE LOS JINETES
Nada, si se piensa con detenimiento, puede inducirnos a querer
ser los primeros en una carrera.
La gloria de ser reconocido como el mejor jinete de un país alegra
demasiado cuando la orquesta comienza a tocar como para que al día
siguiente pueda evitarse el remordimiento.
La envidia del contrincante, de gente más astuta e influyente, nos
aflige al atravesar las estrechas barreras hacia aquella planicie que pronto
quedará vacía ante nosotros, si no es por la presencia de algunos
jinetes aventajados que, diminutos en la distancia, cabalgan hacia la
línea del horizonte.
Muchos de nuestros amigos, ansiosos por recoger las ganancias,
gritan «hurras» hacia nosotros por encima de los hombros y desde la
alejada ventanilla de cobros; los mejores amigos, sin embargo, no han
apostado por nuestro caballo, pues temen que si pierden podrían enfadarse
con nosotros, pero como nuestro caballo ha sido el primero y
ellos no han ganado nada, se dan la vuelta cuando pasamos y prefieren
mirar hacia las tribunas.
Los contrincantes, detrás, bien sujetos sobre la silla de montar,
intentan comprender la desgracia que les ha caído, así como la injusticia
que, de algún modo, se ha cometido con ellos. Adoptan una expresión
de frescura, como si fuera a comenzar otra carrera, y una expresión
seria después de ese juego de niños.
A muchas damas el ganador les parece ridículo porque se ufana, y,
sin embargo, no sabe qué hacer con el continuo apretar de manos, con
los saludos, las reverencias, las salutaciones y los saludos a la lejanía,
mientras que los vencidos tienen la boca cerrada y dan palmadas en el
cuello de los caballos, la mayoría de los cuales relinchan.
Finalmente, el cielo se pone turbio y comienza a llover.

11. SER INFELIZ
Cuando ya se volvió insoportable –una noche de noviembre–,
corrí sobre la estrecha alfombra de mi habitación como en una pista de
carreras y, asustado por la visión de la calle iluminada, me di la vuelta,
encontré un nuevo objetivo en la base del espejo, y grité, sólo para
escuchar el grito, al que nada responde y al que nada mitiga la fuerza
del gritar y que, por consiguiente, se eleva sin contrapeso alguno, sin
cesar, aun cuando enmudece; entonces se desencajó la puerta de la
pared, deprisa, pues la prisa era necesaria, y hasta los caballos del
coche, abajo, en el empedrado, se irguieron como bestias que se tornan
salvajes en la batalla, ofreciendo las gargantas.
Como si fuera un pequeño espectro, un niño salió del oscuro
pasillo, en el que aún no ardía la lámpara, y permaneció de puntillas
sobre una tabla de madera que se balanceaba imperceptiblemente.
Cegado por la luz crepuscular de la habitación, quiso taparse rápidamente
el rostro con las manos, pero se tranquilizó de improviso al
mirar hacia la ventana, cuando comprobó que el reflejo de la iluminación
callejera, impulsado hacia arriba, no lograba desplazar del todo a
la oscuridad. Apoyado en el codo derecho, se mantuvo erguido ante la
puerta abierta, pegado a la pared de la habitación, y dejó que la
corriente de aire procedente del exterior acariciase las articulaciones de
los pies, y también que recorriese el cuello y las mejillas.
Lo miré durante un rato, luego dije «buenos días» y retiré la chaqueta
de la pantalla de la estufa, ya que no quería permanecer medio
desnudo. Durante un tiempo mantuve la boca abierta, para que la
excitación me abandonase por la boca. Tenía una saliva desagradable,
los párpados me vibraban, en suma, lo único que me faltaba era esa
visita inesperada.
El niño estaba todavía junto a la pared, en el mismo sitio, presionaba
la mano derecha contra el muro y, con las mejillas coloradas,
nunca quedaba saciado de frotar la blanca pared con la punta de los
dedos, pues era granulada. Dije:
–¿Realmente ha querido venir a mi casa? ¿No se trata de un error?
No hay nada más fácil que equivocarse en esta casa tan grande. Yo me
llamo «fulano», vivo en el tercer piso. ¿Es a mí a quien quiere visitar?
–¡Silencio! ¡Silencio! –dijo el niño hablando sobre el hombro–.
Todo es correcto.
–Entonces entre en la habitación, quisiera cerrar la puerta.
–Acabo de cerrar la puerta. No se preocupe. Tranquilícese de una
vez.
–No hable de «preocuparme». Pero en ese pasillo vive mucha
gente, todos son, naturalmente, conocidos míos; la mayoría regresan
ahora de sus negocios; si usted escucha que hablan en una habitación,
¿cree usted tener el derecho de abrir y mirar lo que ocurre? Esa gente ha
dejado a sus espaldas el trabajo diario; ¡a quién se habrán sometido en
su efímera libertad vespertina! Por lo demás, usted ya lo sabe. Déjeme
cerrar la puerta.
–Sí, ¿y qué? ¿Qué quiere usted? Por mí puede venir toda la casa.
Y, además, se lo repito, ya he cerrado la puerta, ¿o acaso cree que sólo
usted puede cerrarla? He cerrado con llave.
–Entonces está bien. No quiero más. No era necesario que cerrase
con llave. Y ahora póngase cómodo, ya que está aquí. Es usted mi
huésped, confíe en mí. Siéntase como en su casa, sin miedo. No le
obligaré ni a quedarse ni a irse. ¿Debo decirlo? ¿Me conoce tan mal?
–No, realmente no era necesario que lo dijera. Aún más, no lo
debería haber dicho. Soy un niño; ¿por qué tantos problemas por mi
causa?
–No, no pasa nada. Naturalmente, un niño. Pero usted no es tan
pequeño. Ya está usted bastante crecido. Si fuera una muchacha, seguro
que no podría encerrarse conmigo así, sin más, en la habitación.
–Sobre eso no tenemos que preocuparnos. Yo sólo quería decir
que el conocerle tan bien no me protege de nada, sólo le libera del
esfuerzo de tener que mentirme. No obstante, me hace cumplidos.
Déjelo, se lo pido, déjelo. A ello se añade que no le conozco en todas
partes y en todo el tiempo, y menos en estas tinieblas. Sería mejor que
encendiese la luz. No, mejor no. De todos modos le tengo que advertir
que ya me ha amenazado.
–¿Cómo? ¿Que le he amenazado? Pero se lo suplico. Estoy tan
contento de que por fin esté aquí. Digo «por fin», ya que es tarde. Me
resulta incomprensible por qué ha venido tan tarde. Es posible que yo
haya hablado de un modo confuso, debido a mi alegría, y que usted
me haya entendido mal. Que yo haya hablado de esa manera, lo reconozco
una y mil veces, sí, le he amenazado con todo lo que usted quiera.
Pero, por favor, ¡por el amor de Dios!, ninguna disputa. Aunque,
¿cómo puede creer usted algo semejante? ¿Cómo puede mortificarme
de esta manera? ¿Por qué quiere usted amargarme a toda costa el
pequeño rato de su estancia aquí? Un extraño sería más complaciente
que usted.
–Ya lo creo, eso no es ninguna novedad. Por naturaleza puedo
acercarme a usted tanto como un extraño. Eso ya lo sabe usted, ¿para
qué entonces esa melancolía? Diga directamente que quiere hacer
comedia y me iré al instante.
–¿Ah, sí? ¿También se atreve a decirme eso? Usted es audaz en
demasía. A fin de cuentas se halla en mi habitación y, además, no ha
parado un momento de frotar como un loco la pared con los dedos.
¡Mi habitación, mi pared! Y, por añadidura, todo lo que dice no es sólo
una frescura, sino ridículo. Usted dice que su naturaleza le obliga a
hablar conmigo de esa manera. ¿Realmente es así? ¿Su naturaleza le
obliga? Muy amable por parte de su naturaleza. Su naturaleza es mía, y
si yo me comporto amablemente, por naturaleza, con usted, usted no
puede sino hacer lo mismo.
–¿Eso es amabilidad?
–Hablo de antes.
–¿Sabe usted cómo seré más tarde?
–No sé nada.
Y me fui a la mesita de noche, donde encendí la vela. En aquel
tiempo, mi habitación no disponía de gas ni de luz eléctrica. Permanecí
un rato allí sentado, hasta que me cansé; luego me puse el abrigo,
cogí el sombrero del canapé y apagué la vela. Al salir tropecé con una
de las patas del sillón.
En la escalera me encontré con uno de los inquilinos del mismo
piso.
–Ya sale usted otra vez, ¿eh, granuja? –preguntó descansando sólidamente
sobre sus dos piernas abiertas.
–¿Qué puedo hacer? –dije yo–, acabo de tener a un fantasma en la
habitación.
–Lo dice tan insatisfecho como si hubiera encontrado un pelo en
la sopa.
–Usted bromea. Pero tenga en cuenta que un fantasma es un fantasma.
–Eso es verdad. Pero, ¿qué ocurre si no se cree en fantasmas?
–¿Quiere dar a entender que creo en fantasmas? ¿En qué me ayudaría
esa incredulidad?
–Muy fácil. Usted ya no debe tener miedo cuando le visita un
fantasma.
–Sí, pero ése es un miedo secundario. El miedo real es el miedo
que produce la causa que ha provocado la aparición. Y ese miedo permanece.
Precisamente lo tengo ahora, y enorme, en mi interior.
Comencé a registrar todos mis bolsillos por los nervios.
–¡Pero ya que no sintió propiamente miedo ante la aparición,
podría haberse planteado tranquilamente la pregunta acerca de su
causa!
–Resulta notorio que usted todavía no ha hablado con fantasmas.
De ellos no se puede recibir nunca una información clara. Todo es un
divagar aquí y allá. Esos fantasmas parecen dudar de su existencia más
de lo que nosotros lo hacemos, lo que, por lo demás, y debido a su abatimiento,
no produce ninguna sorpresa.
–Sin embargo, he oído que se les puede rellenar.
–Ahí está usted bien informado. Eso sí que se puede hacer, ¿pero
a quién le interesa?
–¿Por qué no? Si se trata, por ejemplo, de un fantasma femenino
–dijo, y subió un escalón más.
–¡Ah, ya! –dije–, pero aun así no está dispuesto.
Me despedí. Mi vecino estaba ya tan alto que para verme necesitaba
inclinarse bajo una bóveda formada por la escalera.
–No obstante –le grité–, si me quita a mi fantasma, hemos terminado
y para siempre.
–Pero si sólo fue una broma –dijo, y retiró la cabeza.
–Entonces está bien –dije.
Podría haber salido tranquilamente a pasear, pero me sentí tan
abandonado que preferí subir y acostarme.
12. LA EXCURSIÓN A LA MONTAÑA
«No sé», grité sin eco, realmente no lo sé. Si no viene nadie es que
precisamente viene «nadie». No le he hecho nada malo a nadie, nadie
me ha hecho a mí nada malo, sin embargo nadie me quiere ayudar.
Absolutamente nadie. Pero tampoco es así. Sólo que nadie me ayuda,
si no «nadie» sería muy hermoso. Me gustaría, por qué no, hacer una
excursión en compañía de un puro nadie. Naturalmente a la montaña,
¿adónde si no? ¡Cómo se aprietan uno al lado del otro, esos nadie,
todos esos brazos estirados y colgantes, todos esos pies, separados por
pasos diminutos! Se entiende que todos visten frac. Nosotros vamos
así, el viento atraviesa los espacios que nosotros y nuestros miembros
dejan abiertos. ¡Las gargantas se tornan libres en la montaña! Es un
milagro que no cantemos.
13. NIÑOS EN LA CARRETERA
Oí cómo pasaban los coches de caballos ante la verja del jardín, a
veces los veía también a través del casi estático follaje. ¡Cómo crujía la
madera bajo los rigores del verano en sus radios y troncos! Había trabajadores
que venían de los campos y reían que era una vergüenza.
Yo estaba sentado en mi pequeño columpio; en ese preciso instante
descansaba entre los árboles en el jardín de mis padres.
Ante la verja no había descanso. Acababan de cruzar niños con
paso rápido; carros con grano sobre los que iban hombres y mujeres
encima de gavillas y que oscurecían a su alrededor los arriates; por la
noche vi pasear lentamente a un señor con bastón, así como a dos
muchachas que, cogidas del brazo, iban a su encuentro, pisando el césped
mientras se saludaban.
Luego revolotearon pájaros como si fueran llamaradas, yo los
seguí con la vista, vi cómo ascendían en un suspiro, hasta que ya no
creí que subían, sino que yo caía, y me así fuertemente de las cuerdas
por debilidad cuando comencé a balancearme ligeramente. Pronto me
balanceé con más fuerza, cuando el viento soplaba más frío y, en vez de
aparecer pájaros en el cielo, aparecían estrellas reverberantes.
Recibí la cena a la luz de la vela. A menudo apoyaba ambos brazos
sobre la tabla y, ya cansado, daba bocados al pan. Las cortinas, rasgadas
en muchos puntos, se henchían con el viento cálido y, a veces, uno de
los que pasaba las sujetaba con fuerza cuando quería verme mejor y
hablar conmigo. Normalmente la vela se apagaba pronto y los mosquitos
revoloteaban todavía un rato a su alrededor, en la oscuridad surcada
por el humo. Si alguien se dirigía a mí desde la ventana, lo miraba
como si mirase a la montaña o al aire, y tampoco él mostraba mucho
interés en una respuesta.
Saltaba alguno sobre el antepecho de la ventana y anunciaba que
los demás ya se encontraban ante la casa, entonces me levantaba, aunque
suspirando.
«No, ¿por qué suspiras así? ¿Qué ha ocurrido? ¿Alguna desgracia
especial e irreversible? ¿Jamás podremos recuperarnos? ¿Está realmente
todo perdido?»
Nada estaba perdido. Corrimos hasta la parte delantera de la casa.
«¡Gracias a Dios, por fin habéis llegado! ¡Casi siempre llegas demasiado
tarde!» «¿Por qué yo?» «Precisamente tú, permanece en casa si no quieres
venir. ¡Sin misericordia!» «¿Qué? ¿Sin misericordia? ¿De qué hablas?»
Atravesamos la noche con la cabeza. No había tiempo diurno ni
nocturno. Pronto comenzaron a rozarse los botones de nuestros chalecos
como si fueran dientes y, con fuego en la boca, como animales en
los trópicos, corrimos una distancia que permaneció invariable. Como
los coraceros en guerras pasadas, dando fuertes pisadas y bien alto en el
cielo, bajamos la corta calle, uno al lado del otro, y con el mismo ímpetu
en las piernas, subimos la carretera. Algunos penetraron en las cunetas;
apenas habían desaparecido ante el oscuro talud, aparecían como
gente extraña arriba del todo, en la senda, y miraban hacia abajo.
«¡Ven hacia abajo!» «¡Ven primero hacia arriba!» «¿Para que nos
empujéis hacia abajo?, ni pensarlo, todavía tenemos dos dedos de frente
». «¡Así sois de cobardes, queréis decir! ¡Atreveos a subir, atreveos!»
«¿Sí? ¿Vosotros? ¿Precisamente vosotros nos queréis echar abajo? No
sois capaces».
Atacamos, pero fuimos rechazados, y nos echamos por propia
voluntad en el césped de las cunetas. Todo estaba templado de un modo
uniforme, no sentíamos calor ni frío en la hierba, sólo cansancio.
Si nos apoyábamos sobre el costado derecho y poníamos la mano
bajo la oreja, nos hubiera gustado dormir. Es cierto que se quería hacer
un nuevo esfuerzo y elevar la barbilla, pero para caer en una cuneta
todavía más profunda. Luego, colocando el brazo atravesado hacia
adelante y las piernas oblicuas, queríamos arrojarnos contra el viento
para, así, caer de nuevo con seguridad en una cuneta aún más profunda.
Y nadie quería dejar de hacerlo.
Apenas se pensaba en cómo podría alguien estirarse en la última
cuneta para dormir, sobre todo qué se podría hacer con las rodillas;
simplemente yacíamos sobre la espalda, como un enfermo presto a llorar.
Se pestañeaba cuando un joven, con los codos en las caderas y
oscuras suelas saltaba sobre nosotros desde el talud hacia la calle.
Ya se podía ver la luna, un coche postal pasó de largo con su luz.
Se levantó un ligero viento, también percibido en las cunetas, y el bosque,
en las cercanías, comenzó a susurrar. Entonces no importaba
mucho estar solo.
«¿Dónde estáis? ¡Venid! ¡Todos juntos! ¿Por qué te escondes?
¡Deja de hacer tonterías! ¿No sabéis que el coche postal ya ha pasado?»
«¡Pero, no!, ¿ya ha pasado?» «Naturalmente, ha pasado mientras tú
dormías». «¿Que yo dormía? ¡Nada de eso!» «Cállate, se te nota a la
legua». «Pero, por favor». «¡Ven!»
Corrimos juntos y unidos, algunos se cogieron de las manos, la
cabeza no se podía mantener lo suficientemente elevada, ya que se iba
hacia abajo. Uno dio un grito de guerra indio y nuestras piernas cogieron
un galope como nunca. Al saltar, el viento nos alzaba por las caderas.
Nada podría habernos detenido. Alcanzamos tal ritmo en la carrera
que al adelantar cruzábamos tranquilamente los brazos y nos
podíamos mirar.
Nos detuvimos en el puente sobre el torrente. Los que habían
seguido, regresaron. El agua, abajo, golpeaba las rocas y las raíces como
si no fuera ya noche avanzada. No había ningún motivo que impidiera
saltar sobre la barandilla del puente.
Tras la maleza, en la lejanía, surgía un tren convoy, con todos los
compartimientos iluminados y las ventanas bajadas. Uno de nosotros
comenzó a cantar una canción de moda, pero todos queríamos cantar.
Cantamos mucho más deprisa cuando el tren pasó y balanceamos los
brazos, ya que la voz no bastaba. Alcanzamos con nuestras voces una
densidad en la que nos sentimos bien. Cuando se mezcla la voz con la
de otros es como si se nos hubiera capturado con un anzuelo.
Así cantamos, con el bosque a nuestras espaldas y los ya lejanos
viajeros en los oídos. Los adultos estaban todavía despiertos en el bosque,
las madres preparaban las camas para la noche.
Ya era tiempo. Besé al que estaba a mi lado, a los tres más próximos
les alcancé la mano, comencé a desandar el camino, ninguno me
llamó. Llegado al primer cruce, donde ya no me podían ver, me desvié
y marché de nuevo por senderos a través del bosque. Pretendía ir a la
ciudad en el sur, de la que se dice en nuestro pueblo:
«¡Allí hay gente, pensad, que nunca duerme!
¿Y por qué no?
Porque nunca se cansan.
¿Y por qué no?
Porque están locos.
¿No se cansan acaso los locos?
¡Cómo podrían cansarse los locos!»
14. EL TIMADOR DESENMASCARADO
Finalmente, a eso de las diez de la noche, llegué ante la casa señorial
a la que había sido invitado, acompañado por un hombre al que
había conocido previamente de un modo pasajero, y que se había
unido a mí de improviso, callejeando a mi lado durante dos horas.
–Bien –dije, y di una palmada como signo de la absoluta necesidad
de despedirme. Durante el camino había realizado toda una serie
de intentos, aunque no tan específicos como éste. Ya estaba bastante
cansado.
–¿Sube usted ahora mismo? –preguntó. Y oí un ruido extraño
procedente de su boca, como de dientes que rechinan.
–Sí.
Yo estaba invitado, se lo acababa de decir. Pero estaba invitado a
entrar, no a permanecer frente a la puerta y a mirar por encima de las
orejas de mi acompañante. Y para colmo ahora permanecía mudo a su
lado, como si nos hubiéramos decidido a quedarnos largo tiempo en
aquel sitio. Las casas de alrededor tomaban parte, por añadidura, en
nuestro silencio, así como la oscuridad por encima de ellas hasta las
estrellas; además de las pisadas de paseantes invisibles, cuyo camino no
tenía ganas de adivinar, y el viento, que una y otra vez soplaba contra la
acera de enfrente; también un gramófono, que sonaba frente a la ventana
cerrada de una habitación cualquiera. Todos se dejaban oír a través
del silencio, como si éste fuera de su propiedad desde siempre y
para siempre.
Y mi acompañante se sumó en su nombre y, después de una sonrisa,
también en el mío, extendió el brazo derecho a lo largo del muro y
apoyó su rostro en él, cerrando los ojos.
Sin embargo, no pude ver esa sonrisa hasta el final, pues la vergüenza
me obligó a darme la vuelta. Después de esa sonrisa había reconocido
que se trataba de un timador, nada más. Y yo llevaba ya meses
en la ciudad, había creído conocer por completo a esos timadores,
cómo salían por la noche de las calles laterales, cómo rondaban alrede-

dor de las columnas de anuncios en las que nos parábamos, cómo, en
pleno juego del escondite, espiaban, al menos con un ojo, detrás de la
columna, cómo en los cruces, cuando nos asustábamos, aparecían sorpresivamente
ante nosotros en el borde de nuestra acera. Los comprendía
tan bien; en realidad habían sido mis primeros conocidos en la ciudad,
en las pequeñas tabernas, y les debía la primera visión de una
intransigencia que ahora me era tan imposible disociar de la tierra, que
ya prácticamente la empezaba a sentir en mi interior. ¡Cómo permanecían
todavía frente a uno, aun cuando ya se les había dado esquinazo,
es decir cuando ya no había nada que atrapar! ¡Cómo no se sentaban,
cómo no se caían, sino que dirigían miradas que siempre convencían,
aunque fuese desde la lejanía! Y sus tácticas eran siempre las mismas: se
plantaban ante nosotros, tan aplanados como podían; trataban de
apartarnos de nuestro destino; nos preparaban, como sustituto, una
vivienda en su propio corazón y, finalmente, surgía en nosotros un
sentimiento concentrado que era tomado como un abrazo, al que se
arrojaban con el rostro por delante.
Y esta vez sólo había podido reconocer todos esos viejos trucos
después de tanto tiempo de mutua compañía. Froté las puntas de los
dedos para hacer que aquella vergüenza no hubiese sucedido.
Mi hombre, sin embargo, se mantuvo apoyado como antes, se
tenía todavía por un timador, y la satisfacción con su destino le sonrojó
la mejilla libre.
–¡Te reconocí! –dije, y le di un ligero golpe en el hombro. Inmediatamente
después me apresuré a subir las escaleras, y los rostros fieles
del servicio, arriba, en el recibidor, me alegraron como una bella sorpresa.
Los miré a todos por turno, mientras me quitaban el abrigo y
limpiaban el polvo de las botas. Respiré profundamente y entré en la
sala bien erguido.
15. LA VENTANA QUE DA A LA CALLE
Quien vive solo y, sin embargo, desea en algún momento unirse a
alguien; quien en consideración a los cambios del ritmo diario, al
clima, a las relaciones laborales y a otras cosas semejantes quiere ver,
sin más, un brazo cualquiera en el que poder apoyarse, esa persona no
podrá seguir mucho tiempo sin una ventana que dé a la calle. Y le ocurre
que no busca nada, sólo aparece ante el alféizar de la ventana como
un hombre cansado, abriendo y cerrando los ojos entre el público y el
cielo, y tampoco quiere nada, e inclina la cabeza ligeramente hacia
atrás, así le arrastran hacia abajo los caballos con el séquito formado
por el coche y el ruido hasta que, finalmente, alcanza la armonía
humana.
16. EL MUNDO URBANO
Oscar M, un estudiante ya mayor –quien lo miraba de cerca, quedaba
aterrorizado ante sus ojos–, permanecía un mediodía invernal en
una plaza vacía en plena tormenta de nieve, con su abrigo de invierno,
una bufanda alrededor del cuello y un gorro de piel en la cabeza. Parpadeaba
pensativo. Se había sumido en sus pensamientos hasta tal
extremo que se quitó el gorro y frotó con la piel crespa su rostro. Finalmente,
pareció haber llegado a una conclusión y emprendió el camino
a casa con un giro de bailarín. Cuando abrió la puerta del salón paterno,
vio a su padre, un hombre con la cabeza rasurada y un rostro carnoso,
sentado a una mesa vacía y vuelto hacia la puerta.
–Por fin –dijo el padre, apenas Oscar había puesto el pie en la
habitación–. Permanece, por favor, junto a la puerta, pues estoy tan
furioso que no estoy seguro de poder dominarme.
–Pero padre –dijo Oscar, y nada más empezar a hablar se dio
cuenta de lo rápido que había caminado.
–¡Silencio! –gritó el padre, y al levantarse tapó con su cuerpo una
ventana–. ¡Te ordeno silencio! Y déjate de «peros», ¿entiendes?
Entonces tomó la mesa con ambas manos y la acercó un paso en
la dirección en la que se encontraba Oscar.
–No soporto más tu vida disipada. Soy un hombre viejo. Pensaba
que encontraría en ti un consuelo para mis últimos años, pero te has
convertido en algo más enojoso que mis enfermedades. ¡Vaya hijo!,
que con su pereza, su derroche, maldad y estupidez lleva a su padre a la
tumba.
Aquí enmudeció el padre, pero movió el rostro como si aún
siguiera hablando.
–Querido padre –dijo Oscar, y se acercó con precaución a la
mesa–, tranquilízate, todo saldrá bien. Hoy se me ha ocurrido algo que
hará de mí un hombre diligente, como tú deseas.
–¿Cómo? –preguntó el padre, y dirigió su mirada a una de las
esquinas de la habitación.
–Ten confianza en mí, te contaré todo durante la cena. En el
fondo siempre fui un buen hijo, sólo que no podía mostrarlo, así que
prefería enojarte ya que no podía alegrarte. Pero ahora déjame pasear
un poco para poder aclarar mis pensamientos.
El padre, que al principio, mientras prestaba atención, se había
sentado sobre el borde de la mesa, se levantó.
–No creo que lo que acabas de decir tenga mucho sentido, más
bien lo tengo por palabrería. Pero, a fin de cuentas, eres mi hijo.
Llega, pues, a la hora y cenaremos en casa. Así podrás contarme lo
que quieras.
–Esa pequeña confianza me basta, y te la agradezco de todo corazón.
Pero, ¿no descubres en mi mirada que me absorbe por completo
un asunto serio?
–Por ahora no noto nada –dijo el padre–. Pero puede ser culpa
mía, ya que he perdido la costumbre de mirarte.
Entonces, como era usual en él, golpeó con regularidad la tabla
de la mesa para llamar la atención de cómo transcurría el tiempo.
–Lo principal es, Oscar, que ya no tengo ninguna confianza en ti.
Cuando te grito alguna vez –te he gritado cuando has llegado, ¿verdad?–,
lo hago con la esperanza de que pueda mejorarte, lo hago sólo
pensando en tu buena y pobre madre, que ahora, tal vez, ya no siente
ningún dolor inmediato por ti, pero que sucumbe lentamente con el
esfuerzo por defenderse de ese dolor, ya que cree poder ayudarte así.
Pero todas éstas son cosas que tú ya conoces de sobra y de las que, en
consideración a mí mismo, no debería haberme acordado si no me
hubieras irritado con tus promesas.
Mientras pronunciaba las últimas palabras, entró la criada para
comprobar el fuego de la calefacción. Apenas había abandonado la
habitación, gritó Oscar:
–¡Pero padre, no lo había esperado de ti! Si hubiera tenido sólo
una pequeña ocurrencia, digamos una ocurrencia para mi tesis doctoral,
que ya descansa diez años en mi cajón y necesita tantas ocurrencias
como granos de sal, es posible, aunque no probable, que, como ha
ocurrido hoy, hubiera venido corriendo a casa y hubiese dicho: Padre,
he sido afortunado y he tenido tal y cual ocurrencia. Si con tu voz
digna me hubieras echado a la cara todos los reproches desde el principio,
mi ocurrencia se habría desvanecido y hubiera tenido que marcharme
de inmediato con cualquier disculpa. Pero, ahora, ¡todo lo
contrario! Todo lo que dices contra mí ayuda a mis ideas, no paran de
hacerse más fuertes y llenan mi cabeza. Me iré, porque sólo podré
ordenarlas en soledad.
Tomó una bocanada de aire en la templada habitación.
–Es posible que, si tienes algo en la cabeza, sólo sea una nadería
–dijo el padre abriendo desmesuradamente los ojos–, y creo que te ha
poseído. Pero si algo virtuoso se ha perdido en ti, déjalo escapar por la
noche. Te conozco.
Oscar hizo girar la cabeza como si lo sujetaran por el cuello.
–Déjame ahora. Intentas penetrar inútilmente en mi interior. La
simple posibilidad de que puedas predecir correctamente mi final, no
debería llevarte a perturbar mis buenos pensamientos. Quizá te otorgue
mi pasado el derecho a hacerlo, pero no deberías abusar. Ahora
puedes ver muy bien lo grande que es tu inseguridad cuando te obliga
a hablar contra mí de ese modo.
–Nada me obliga –dijo Oscar, y su cuello dio un respingo involuntario.
Se aproximó hasta casi llegar a la mesa, de tal modo que no se
sabía a quién pertenecía.
–Lo que dije, lo dije por respeto e, incluso, por amor a ti, como
verás luego, pues mis decisiones se han tomado principalmente en
deferencia a ti y a mamá.
–Entonces debo agradecértelo desde ahora –dijo el padre–, ya
que es muy improbable que tu madre y yo seamos capaces de hacerlo
en el momento oportuno.
–Por favor, padre, deja dormir al futuro como se merece. Si se le
despierta antes de tiempo se recibe un presente somnoliento. Que eso,
sin embargo, te lo tenga que decir tu hijo... Pero tampoco quería convencerte,
al menos aún no, sino anunciarte la novedad. Y eso ha resultado,
como debes reconocer.
–Ahora, Oscar, hay algo que me asombra: ¿por qué vienes precisamente
hoy con semejante asunto y no lo has hecho antes más a
menudo? Ese comportamiento corresponde a tu ser anterior. No, es
cierto, es en serio.
–Si en aquel entonces me hubieras dado una paliza en vez de
oírme. He venido corriendo, pongo a Dios por testigo, para darte una
alegría. No obstante, no puedo desvelarte mi plan hasta que lo tenga
completo. ¿Por qué me castigas por mis buenas intenciones y quieres
sonsacarme explicaciones que pudieran dañar la ejecución del plan?
–Cállate, no quiero saber más. Pero tengo que responderte con
rapidez, ya que te retiras hacia la puerta y es evidente que planeas algo
urgente: con tu habilidad has logrado suavizar mi enfado inicial, pero
ahora estoy más triste que antes y por eso te pido –si insistes puedo
doblar las manos– que no digas nada a tu madre de tus ideas. Deja que
por ahora sólo yo lo sepa.
–Ése no es mi padre, el que habla así –exclamó Oscar, que ya
había puesto la mano en el picaporte–. Algo ha sucedido contigo desde
el mediodía o eres un extraño con el que me encuentro por vez primera
en la habitación de mi padre. Mi padre verdadero –Oscar calló un instante
con la boca abierta– tendría que haberme abrazado, habría llamado
a madre. ¿Qué tienes, padre?
–Creo que deberías hablarlo con tu padre real. Sería todo más
placentero.
–Así lo haré. A fin de cuentas, no puede permanecer al margen. Y
madre deberá estar presente, así como Franz, al que voy a recoger.
Todos.
A continuación, Oscar empujó la puerta con el hombro como si
se hubiera propuesto hundirla.
Una vez en la casa de Franz, se inclinó hacia la pequeña casera con
las palabras siguientes:
–El señor Ingeniero duerme, ya lo sé, no importa –y sin preocuparse
de la mujer que, insatisfecha con la visita, iba inútilmente de un
lado a otro del recibidor, abrió la puerta de cristal, que al ser asida por
un lugar sensible tembló, y gritó despreocupado hacia el interior de la
oscura habitación:
–Franz, levántate. Necesito tu consejo de especialista. Pero no
resisto más en esta habitación, vayamos a pasear. También tú tienes
que tratarlo con nosotros. Así que date prisa.
–Encantado –dijo el Ingeniero desde su canapé de piel–, pero,
¿primero levantarme, tratar, pasear, aconsejar? Me he debido de perder
algo.
–Ante todo ninguna broma, Franz. Eso es lo más importante, lo
había olvidado.
–El favor te lo hago de inmediato. Pero eso de levantarme, preferiría
tratar dos veces contigo antes que levantarme una vez.
–¡Venga, arriba! Ninguna excusa.
Oscar agarró al hombre débil por la chaqueta y lo levantó.
–Estás rabioso, ¿lo sabes? Con todos mis respetos.
Se restregó los ojos cerrados con los dos dedos meñiques.
–Di, ¿te he sacado yo alguna vez de esta manera del canapé?
–Pero Franz –dijo Oscar con el rostro contraído–, vístete ya. No
soy un loco que te despierta sin motivo alguno.
–Yo tampoco estaba durmiendo sin motivo. Ayer tuve servicio
nocturno, luego vine a dormir mi siesta, también por ti. ¿Cómo?
Venga, hombre, ya empieza a fastidiarme el poco respeto que me tienes.
No es la primera vez. Naturalmente, eres un estudiante y puedes
hacer lo que te da la gana. No todos son tan afortunados. Caramba,
hay que tener una deferencia con los demás. Yo soy tu amigo, lo sabes
de sobra, pero no por eso me han quitado mi profesión.
Lo hizo patente agitando las palmas de las manos.
–Después de la labia que has gastado, acaso debo creer que no has
dormido lo suficiente –dijo Oscar, que se había subido a una de las
patas de la cama, desde donde ahora miraba al Ingeniero como si dispusiera
de más tiempo que antes.
–Bueno, ¿qué quieres realmente de mí? O, mejor dicho, ¿por qué
me has despertado? –preguntó el Ingeniero, y se rascó con fuerza el
cuello, bajo su barba de chivo, con esa estrecha relación que se tiene
con el cuerpo después del sueño.
–¿Qué quiero de ti? –dijo Oscar en voz baja, dando un golpe a la
cama con el tacón del zapato–. Muy poco, ya te lo he dicho desde el
recibidor: que te vistas.
–Si pretendes insinuar con eso, Oscar, que tus novedades me
interesan poco, tienes toda la razón. Eso es lo mejor, pues el fuego que
prenderán en tu interior, arderá por sí mismo sin mezclarse con nuestra
amistad.
–La información será todavía más clara, necesito una información
clara, eso lo tengo muy presente. Pero si buscas corbatas y cuellos,
están allí, sobre el sillón.
–Gracias –dijo el Ingeniero, y comenzó a ponerse el cuello y la
corbata–. En ti se puede confiar.
17. EL GRAN RUIDO
Estoy sentado en mi habitación, en el cuartel general del ruido de
toda la casa. Oigo cómo se cierran todas las puertas; el ruido que hacen
al cerrarse evita que oiga los pasos de los que las atraviesan, aunque
todavía oigo cómo se cierra el horno en la cocina. Padre echa abajo la
puerta de mi habitación y la atraviesa arrastrando su bata; en la habitación
contigua atizan las cenizas de la calefacción; Valli pregunta, gritando
desde el recibidor palabra por palabra, si ya se ha limpiado el
sombrero de padre; un borboteo, que me parece familiar, eleva el griterío
de una voz que responde. Llaman a la puerta de la casa y hace el
mismo ruido que una garganta acatarrada, se abre la puerta con el canturreo
de una voz femenina y se cierra con una sacudida despiadada.
Padre se ha ido, ahora comienza el ruido suave, disperso, desesperanzado,
iniciado por el canto de los dos canarios. Ya hace tiempo pensé,
con los canarios se me vuelve a ocurrir, si no podría abrir un poco la
puerta, arrastrarme como una serpiente hasta la habitación contigua y
desde el suelo pedir a mi hermana y a su institutriz un poco de silencio.

jueves, septiembre 18, 2008

TIMES -- LO MAS TRANSCENDENTAL DEL SIGLO XX , EN HECHOS Y CIFRAS


Lo Más Trascendental Del Siglo XX En Hechos Y Cifras


INTRODUCCIÓN
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Sobre finales del pasado siglo XX la revista inglesa Time realizó un estudio apoyado en encuestas y opiniones de diversas publicaciones en todo el mundo, con el objetivo de resumir los últimos 100 años del desarrollo humano, matizado por una convulsionada atmósfera de guerras, descubrimientos científicos, desarrollo tecnológico y nuevas enfermedades. Time no ha pretendido jerarquizar su criterio, sino que se ha limitado a expresar las distintas divergencias que en cuanto a este tema se han tejido. Para este estudio se encuestaron a 1245 personalidades, se revisaron más de 456 artículos y se procesaron alrededor de 841 bases de datos en todo el planeta, a fin de obtener una mayor claridad y veracidad en los resultados. La relación de personalidades, hechos y eventos que aparecen en estas listas están sujetos a diferentes criterios, generalmente de especialistas, lo que no significa que en ellos está la verdad absoluta. Los editores se han limitado a exponer los criterios expresados por los encuestados, pero no debe olvidarse que la encuesta está hecha por ingleses, de otro modo no se concibe que el libro del siglo sea el "Ulises" y la canción del siglo "Yesterday", caramba, ¡qué coincidencia! Si la encuesta la hubieran hecho los franceses el libro sería "El principito" y la canción "Venecia sin ti" de Charles Aznavour. ¿No te parece?


LOS HECHOS HISTÓRICOS MÁS TRASCENDENTALES DEL SIGLO

Para muchos el hecho más trascendental del siglo XX fue la Segunda Guerra Mundial. Por la connotación que ha tenido y el saldo de víctimas que dejó, no cabe duda que su fin pudiera ser lo más significativo que haya sucedido jamás.
En estudios realizados recientemente por historiadores, se ha llegado a un consenso acerca del verdadero fin de la guerra. ¿No ha sido acaso la guerra fría una continuación del conflicto bélico supuestamente terminado en 1945? Luego, para muchos, el verdadero fin de la guerra fue la caída del muro de Berlín y la apertura de la Puerta de Brandeburgo en 1989.

He aquí, según la opinión de algunos expertos, los hechos históricos más trascendentes del siglo XX:

1. La caída del Muro de Berlín --- 9 de noviembre de 1989
2. Capitulación de Alemania --- 8 de mayo de 1945
3. Fundación de la ONU --- 26 de junio de 1945
4. Bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki --- 6 y 9 de agosto de 1945
5. Revolución bolchevique de Rusia --- 7 de noviembre de 1917
6. Magnicidio de Dallas (Asesinato de J. F. Kennedy) --- 22 de abril de 1963
7. Revolución cubana --- 1 de enero de 1959
8. Elección de Mijaíl Gorbachov como Presidente del PCUS --- 11 de marzo de 1985
9. Firma de los tratados START entre EE.UU. y la URSS --- 31 de julio de 1991
10. Ataque serbio a Bosnia --- 6 de abril de 1992
11. Desembarco aliado en Normandía --- 21 de junio de 1944
12. Revolución mexicana --- enero de 1911
13. Inicio de la Guerra en el Golfo --- 17 de enero de 1991
14. Elección de Nelson Mandela como Presidente de Sudáfrica --- 20 de mayo de 1994
15. Asesinato del Mahatma Gandhi --- 30 de enero de 1948


LAS PEORES GUERRAS
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Es la guerra el peor flagelo que ha azotado a la humanidad. El Siglo XX no ha quedado exento y se puede considerar, sin temor a errores, que éste ha sido el más sangriento de la historia.
A su cuenta han pasado dos conflictos bélicos de carácter mundial y una serie de confrontaciones menores han pasado al patio trasero de la vieja Europa. Con la caída del muro de Berlín y el desmembramiento de la Unión Soviética, las guerras han vuelto a Europa. Las imágenes del niño Edo, quien se conoce los escombros del edificio Miljacka en Sarajevo de memoria, donde juega día a día, han estremecido al mundo.
Como se puede observar, con la excepción de las dos Guerras Mundiales, los mayores conflictos del planeta se han producido en el período de la llamada guerra fría, y muchos de ellos han alcanzado los umbrales del próximo milenio.

Esta es la lista de las 20 peores guerras en este siglo, seguida de sus respectivos números:

1. Segunda Guerra Mundial, 1939-1945, 45 000 000 muertos
2. Primera Guerra Mundial, 1914-1918, 23 000 000 muertos
3. Guerra civil en Camboya, 1975-1979, 2 500 000 muertos
4. Conflicto étnico en Ruanda, 1963-presente, 1 500 000 muertos
5. Guerra Irán-Irak, 1980-1988, 1 100 000 muertos
6. Invasión norteamericana a Vietnam 1965-1975, 1 000 000 muertos
7. Guerra civil en Angola, 1965-1994, 1 000 000 muertos
8. Guerra civil y étnica en Afganistán, 1979-1988, 1 000 000 muertos
9. Guerra étnica en Sudán, 1956-presente, 1 000 000 muertos
10. Guerra civil en Mozambique, 1973-1991, 850 000 muertos
11. Guerra civil y matanzas en Burundi, 1966-presente, 550 000 muertos
12. Guerra de secesión en Birmania, 1942-1960, 300 000 muertos
13. Guerra entre clanes en Somalia, 1991, 300 000 muertos
14. Golpe de Estado en Uganda, 1971, 300 000 muertos
15. Guerra étnica de Bosnia-Herzegovina, 1992-1995, 200 000 muertos
16. Invasión indonesa a Timor Este, 1975, 200 000 muertos
17. Guerra civil en Guatemala, 1961-1996, 150 000 muertos
18. Guerra civil en Liberia, 1987, 150 000 muertos
19. Invasión israelí al Líbano, 1975-1991, 150 000 muertos
20. Guerra de clanes en Tayikistán, 1992, 150 000 muertos


PERSONALIDADES DEL SIGLO XX
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Nadie duda que Albert Eintein sea el hombre del siglo. Muchas han sido las opiniones que se han vertido en este sentido. Sin embargo, si se ha considerado a este científico como el cerebro más prodigioso de la historia de la humanidad, junto al del filósofo Carlos Marx o el genio Leonardo Da Vinci, no deben caber dudas al
respecto.
Otros personajes han sido catalogados como eminencias del milenio, como Isaac Newton, Galileo Galilei o Cristóbal Colón.
Muchas de las personalidades de este siglo han realizado grandes aportes a la humanidad. En la mayoría se ha considerado su genialidad en los aportes de carácter positivo, aunque algunos, como el caso de Adolfo Hitler, han dejado huellas de dolor y muerte imborrables para el total de la humanidad. No en vano aparece entre la lista de los más sobresalientes de estos 100 años y no se puede negar que aparecerá entre los más sobresalientes de la historia de la humanidad. En todo caso ahí les van las personalidades más grandes de la vigésima centuria, según muestreo de la Time fechado en Londres al final del año 1999.
Se procesaron 4567 datos diferentes. El orden en que aparecen está en función de los puntos obtenidos en la encuesta.

1. Albert Einstein --- 156 puntos
2. El Mahatma Gandhi --- 112 puntos
3. Vladimir I. Lenin --- 98 puntos
4. Pablo Picasso --- 78 puntos
5. Charles Chaplin --- 77 puntos
6. Fidel Castro --- 77 puntos
7. Ernest Hemingway --- 66 puntos
8. Nelson Mandela --- 60 puntos
9. Mao Tse-Tung --- 59 puntos
10. John Lennon --- 55 puntos
11. Madre Teresa de Calcuta --- 52 puntos
12. Marie Curie --- 49 puntos
13. Bill Gates --- 45 puntos
14. Adolfo Hitler --- 44 puntos
15. Iosif Stalin --- 41 puntos
16. Franklin Delano Roosevelt --- 39 puntos
17. Marilyn Monroe --- 22 puntos
18. Walt Disney --- 16 puntos
19. James Joyce --- 14 puntos
20. Sir Alexander Fleming --- 14 puntos

Otras personalidades también de este siglo han sido Ernesto Guevara, Ho Chi Minh, Thomas Alva Edison, Princesa Diana de Gales, James Carter, William Churchill, el Rey Juan Carlos de Borbón, Michael Jackson, Mijaíl Gorbachov y el Papa Juan Pablo II.


LAS CANCIONES DEL SIGLO XX
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Cuando en 1966 The Beatles dan a la publicidad el álbum Help, se encontraban lejos de imaginar la repercusión mundial de la canción Yesterday, perteneciente a dicho álbum. Con más de 1000 versiones diferentes, la legendaria canción de Paul McCartney ha recorrido el mundo, de acuerdo con la cadena de difusión inglesa BBC, quien ha realizado la encuesta, unida a otras instituciones prestigiosas asociadas a la música internacional como la Billboard o la Revista Rolling Stones. Son precisamente The Beatles, los que más canciones poseen en cualquier lista hecha jamás. Como nota aclaratoria, debe expresarse que en esta lista, la mayoría de las canciones que aparecen son del habla anglosajona, debido al dominio del mercado por esta lengua y a su relativa fácil difusión.
Sin embargo, aparecen 2 canciones que no pertenecen a este idioma, como es el caso de la canción Penélope del catalán Joan Manuel Serrat y la canción brasileña Chica de Ipanema. Estas son las 20 canciones del siglo:

1. Yesterday - 1045 puntos
2. Star Dusk - 845 puntos
3. Bridge over trouble water- 712 puntos
4. As time goes by - 700 puntos
5. Old man river – 645
6. A whiter shade of pale - 632 puntos
7. Hey Jude - 621 puntos
8. Candle in the wind - 528 puntos
9. Imagine - 498 puntos
10. Another Brick in the wall - 487 puntos
11. Chattanooga Choo-Choo - 450 ptos.
12. Stairway to heaven - 444 ptos.
13. The Entertainer - 430 puntos
14. In the moon - 411 puntos
15. Penelope - 325 puntos
16. Bohemian Rhapsody - 324 puntos
17. Oh my darling, oh my darling! - 298 ptos.
18. In your hands - 268 puntos
19. Ipanema's Girl - 220 puntos
20. Memories - 197 puntos



LOS MÚSICOS DEL SIGLO
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Muchos han sido los seguidores de Orfeo en este siglo, pero sólo 15 se han ganado un puesto de consideración, según encuesta realizada por la BBC de Londres.
Para su selección fue analizada la difusión que ha tenido sus obras en el mundo, así como el criterio de especialistas, tomando en cuenta el momento histórico que les tocó vivir a cada uno.

1. Elton John --- Reino Unido - 170 puntos
2. Paul McCartney --- Reino Unido - 168 puntos
3. Paul Simon --- EE.UU. - 154 puntos
4. Manuel de Falla --- España - 150 puntos
5. Igor Stravinsky --- Rusia - 144 puntos
6. Héctor Villalobos --- Brasil - 133 puntos
7. John Lennon --- Reino Unido - 128 puntos
8. Elvis Presley --- EE.UU. - 122 puntos
9. Raví Shankar --- India - 101 puntos
10. Andrew Lloyd Weber --- EE.UU. - 97 puntos
11. George Gershwin --- EE.UU. - 84 puntos
12. Joan Manuel Serrat --- España - 80 puntos
13. John Lord --- Reino Unido - 76 puntos
14. Arthur Miller --- EE.UU. - 65 puntos
15. Arthur Rubinstein --- Polonia - 63 puntos



LOS LIBROS DEL SIGLO XX
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La literatura ha encontrado un marco muy apropiado en esta centuria. No en vano, muchas de las personalidades de este siglo han sido fieles seguidores de Gütemberg.
La revista Time ha opinado que los libros más difundidos en este siglo, unido a la connotación mundial de los mismos, así como a la influencia que han ejercido sobre el resto de los literatos en el orbe, son los que siguen a continuación:

1. Ulysses (Ulises) -James Joyce - 98 puntos
2. Old man and the sea (El Viejo y el mar) - Ernest Hemingway - 95 puntos
3. Le Petite Prince (El Principito) - Antoine Saint Exupery - 88 puntos
4. Il nomine della rosa (El nombre de la rosa) - Umberto Eco - 87 puntos
5. Paradiso - José Lezama Lima - 77 puntos
6. The magic mountain (La Montaña Mágica) - Thomas Mann - 75 puntos
7. For whom the bells toll (Por quién doblan las campanas) - Ernest Hemingway - 70 puntos
8. The catcher in the rye (El guardián en el centeno) - Jerome Salinger-
64 puntos
9. Les sorciéres de Salem (Las brujas de Salem) - Jean Paul Sartre - 54 puntos
10. Portrait of an artist as a young man (Retrato del artista
adolescente) - James Joyce - 46 puntos


EL SIGLO CINEMATOGRÁFICO

El Siglo XX es el siglo del cine. La industria de Hollywood han dominado todo el mercado del Séptimo Arte durante los últimos 100 años, de los 115 años que cumple el celuloide. Sin embargo, el cine no es sólo patrimonio de Norteamérica.
La película Gone with the wind (Lo que el viento se llevó) se llevó todos los puntos necesarios para encabezar la lista. Sin embargo, nadie la reconoce como la mejor película realizada jamás. Atrás quedan los nombres de Chaplin, Griffith, De Mille o Wells. No obstante, la citada película es la más famosa vista jamás y ha marcado un hito dentro de la historia del celuloide.
Para estar en paz con sus coterráneos, la American Academy, principal promotora de la lista, ha clasificado las películas del siglo en dos categorías: películas norteamericanas y películas extranjeras.

LAS PELÍCULAS DEL SIGLO NO NORTEAMERICANAS
1. The seventh seal (El Séptimo Sello) - Igmar Bergman – Suecia
2. El Acorazado Potemkin - Serguei Einsentein - 1925 -URSS
3. Ladri di Biciclette (Ladrones de bicicletas) - Vittorio De Sica - 1949 - Italia
4. Roma, Citta Aperta (Roma, ciudad abierta) - Roberto Rossellini - 1945 - Italia
5. La strada (La calle) - Federico Fellini - 1954 – Italia
6. Metrópolis - Fritz Lang - 1922 – Alemania
7. The Last Tango in Paris (El Ultimo Tango en París) - Bernardo Bertolucci - 1972 - Italia – Francia
8. Le sang d' un poete (La sangre de un poeta) -Jean Cocteau - 1931 – Francia
9. Hiroshima mon amour (Hiroshima mi amor) - Alan Resnais - 1959 – Francia
10. Viridiana - Luis Buñuel - 1961 - México – España
11. Pather Panchalli - Satyajit Ray - 1955 – India
12. The Island (La Isla Desnuda) - Kaneto Shindo - 1961 – Japón
13. Rashomon - Akira Kurosawa - 1950 – Japón
14. Trono de Sangre - Akira Kurosawa - 1956 – Japón
15. Mephisto - Ivan Ztabo - 1983 - Hungría


También la encuesta se centró en los mejores cineastas de la centuria entre realizadores y productores, obteniendo las mayores puntuaciones:

1. Charles Spencer Chaplin - Reino Unido --- 455 puntos
2. Seguei Einsentein - Unión Soviética --- 322 puntos
3. David Wright Griffith - EE.UU. --- 315 puntos
4. Ingmar Bergman - Suecia --- 301 puntos
5. Federico Fellini - Italia --- 280 puntos
6. Erich von Stroheim - Austria-EE.UU. --- 272 puntos
7. Cecile B. De Mille - EE.UU. --- 271 puntos
8. John Houston - EE.UU. --- 266 puntos
9. Francis Ford Coppola - EE.UU. --- 241 puntos
10. Jean Cocteau - Francia --- 148 puntos
11. Roberto Rossellini - Italia --- 146 puntos
12. Akira Kurosawa - Japón --- 133 puntos
13. Vittorio de Sica - Italia --- 124 puntos
14. Luis Buñuel - México --- 117 puntos
15. Steven Spilberg - EE.UU. --- 111 puntos
16. Woody Allen - EE.UU. --- 108 puntos
17. Tomás Gutiérrez Alea - Cuba --- 97 puntos
18. Stanley Kubrick - EE.UU. --- 90 puntos
19. Elia Kazan - EE.UU. 87 puntos
20. Bernardo Bertollucci - Italia --- 66 puntos

Para la selección de los actores y actrices, se encuestaron a 124 especialistas, unido a estudio de la American Academy y a otros estudios realizados por instituciones relacionadas directamente con el Séptimo Arte. Entre los actores resultaron elegidos:

1. Marlon Brando - EE.UU. --- 150 puntos
2. Charles Chaplin - Reino Unido --- 145 puntos
3. Laurence Olivier - Reino Unido --- 132 puntos
4. Gary Cooper - EE.UU --- 130 puntos
5. Gregory Peck - EE.UU. --- 126 puntos
6. Vittorio Gama --- 114 puntos
7. Robert de Niro - EE.UU. --- 110 puntos
8. Gerard Depardieu - Francia --- 98 puntos
9. Al Pacino - EE.UU. --- 87 puntos
10. Dustin Hoffman - EE.UU. --- 66 puntos

Entre las mujeres fueron seleccionadas las actrices:

1. Katherine Herpburn - EE.UU. --- 133 puntos
2. Batte Davis - EE.UU. --- 131 puntos
3. Gloria Swanson - EE.UU. --- 128 puntos
4. Greta Garbo - Suecia --- 117 puntos
5. Julieta Massina - Italia --- 114 puntos
6. Sophia Loren - Italia --- 103 puntos
7. Jessica Lange - EE.UU. --- 100 puntos
8. Ingrid Bergman - Suecia-EE.UU. --- 94 puntos
9. Meryl Streep - EE.UU. --- 94 puntos
10. Glenn Close - EE.UU. --- 81 puntos


HECHOS Y DESCUBRIMIENTOS CIENTÍFICOS DEL SIGLO
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En este siglo, donde la ciencia se ha impuesto, tanto para bien como para mal, los descubrimientos científicos han tenido un lugar importante, a la hora de resumir los últimos 100 años del ingenio humano.
Muchas vidas se han salvado tras el descubrimiento de la Penicilina por Sir Alexander Fleming en 1927, y muchas se han perdido desde que Albert Eintein descubrió la capacidad de emitir energía por la descomposición de un átomo y el descubrimiento de la fisión del uranio en 1938 por Otto Hahn.

Estos son los hechos de carácter científico más significativos del siglo:

1. Descubrimiento de la Penicilina --- Sir Alexander Fleming, 1927
2. El enunciado del la Teoría Cuántica - Max Planck, 1900
3. La radiodifusión y televisión --- Reginald Aubrey, John Logie Baird, 1925
4. El descubrimiento del Láser --- A. Rutherford, 1913
5. El descubrimiento del código genético --- James Watson, Francis Crick, 1953
6. La fórmula E = mc2 --- Albert Eintein, 1905
7. Demostración de la teoría del Big Bang --- Edwin Hubble, 1956
8. El descubrimiento de la radiactividad --- Esposos Curie - Joliot - Curie, 1910
9. La creación del microchip y la fibra óptica --- Karmeling Onnes, 1970
10. La clonación completa de un ser vivo (oveja Dolly) --- Ian Wilmut, 1997
11. Primer vuelo espacial tripulado por humanos --- Yuri Gagarin, 1961
12. Primer trasplante de corazón --- Barnard, 1967
13. Creación de la Microsoft Coporation ---Bill Gates, Paul Allen, 1985
14. Aislamiento del virus VIH --- Luc Montagnier, 1983
15. Primer viaje a la Luna --- Neil Armstrong, Edwin Aldrin, 1969



LAS 20 CATÁSTROFES NATURALES MÁS GRANDES DEL SIGLO
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No todo en este siglo ha sido un lecho de rosas. La Madre Natura se ha revelado en varias ocasiones contra sus hijos predilectos y no en pocas ocasiones esta rebelión ha sido bastante drástica.
Son precisamente sus hijos predilectos los que más han sufrido la rebelión de la Creación, en función del empeoramiento que los mismos hombres han hecho del medio ambiente en que se desenvuelven.
Cada día los terremotos son más estremecedores, los huracanes más violentos, las lluvias más intensas. Cada día la atmósfera se perfora más y cada día el sol quema y reseca más el desierto.
He aquí el catálogo de los peores desastres naturales de este siglo.

1. Tifón de Bangla Desh, 13-11-1970 --- 300 000 muertos
2. Terremoto de Tangshan, China, 28-07-1976 --- 242 000 muertos
3. Inundación del Yang Tsé Kiang, China, 1-09-1911 --- 200 000 muertos
4. Terremoto Gran Kanto, Tokio, Japón, 1-09-1923 --- 200 000 muertos
5. Terremoto de Gansu, China, 16-12-1920 --- 180 000 muertos
6. Terremoto de Messina, Italia, 25-12-1908 --- 140 000 muertos
7. Terremoto del Huarás, Chimbote y Yungai, Perú, 31-05-1970 --- 70 000 muertos
8. Terremoto de Rasht, Irán, 21-06-1970 --- 50 000 muertos
9. Terremoto de Gilán y Zanján, Irán, 21-06-1990 --- 48 000 muertos
10. Terremoto de Managua, Nicaragua, 12-12-1972 --- 45 000 muertos
11. Erupción Volcán Mont Pelée, Martinica, 8-05-1902 --- 40 000 muertos
12. Inundación del Yang Tsé Kiang, China, 1-08-1954 --- 40 000 muertos
13. Terremoto de Turquía, 10-08-1999 --- 33 000 muertos
14. Inundación del Huang Ho, China, 4-06-1934 --- 30 000 muertos
15. Terremoto de Armenia, URSS, 7-12-1988 --- 28 800 muertos
16. Terremoto de Chillaán, Chile, 24-01-1939 --- 28 000 muertos
17. Erupción Volcán Nevado del Ruiz, Colombia, 13-11-1983 --- 25 000 muertos
18. Terremoto de Tabas, Irán, 16-09-1978 --- 25 000 muertos
19. Terremoto de Guatemala, 4-02-1976 --- 22 000 muertos
20. Huracán Mitch, Centroamérica, 27-10-1998 --- 12 000 muertos



LOS ERRORES TECNOLÓGICOS Y HUMANOS MÁS GRANDES DEL SIGLO
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El hombre en su afán por dominar la naturaleza, ha llegado a conquistar el espacio cósmico, ha desviado cauces de ríos, ha convertido la noche en día, e incluso ha llegado a reproducir a un ser vivo, en desafío a la capacidad y la voluntad creadora del mismo Dios.
Sin embargo, muchas veces la cuenta le ha salido mal y los cálculos que acompañan a cada invención no han sido los más exactos. La catástrofe tecnológica que se viene venir sobre la humanidad se ha adelantado en muchos hechos, donde el ingenio humano ha fallado, muchas veces por negligencia y falta de control. Durante todo el Siglo XX se ha hablado del hundimiento del Trasatlántico Titanic, el barco que ni el mismo Dios podía hundir y de cómo se pudo haber evitado tal debacle si se hubieran tomado todas lasmedidas necesarias.
Tanto ha sido la especulación que se ha hecho al respecto, que sin ser en que más muertes haya causado, ocupa el lugar cimero de la lista.

A continuación aparecen los errores humanos más inhumanos de este siglo.

1. El naufragio del Titanic --- 1912
2. La explosión del trasbordador Challenger --- 1985
3. El accidente nuclear de Chernobyl --- 1986
4. El colapso del Puente Tacoma, EE.UU. --- 1967
5. Accidente Nuclear Planta Three Miles Island, EE.UU. – 1979
6. Contaminación ambiental en Londres, Reino Unido – 1952
7. El incidente en la nave espacial Apolo XIII --- 1970
8. Error del milenio Y2K --- 1994-1999
9. Accidente Aeropuerto Los Rodeos, Islas Canarias --- 1978
10. Accidente Planta Union Carbide, Bhopal, India --- 1984
11. Hundimiento del Haven, Génova, Italia ---1991
12. Encallamiento del Braer, Escocia --- 1993
13. Destrucción de la Presa Vainont, Italia --- 1963
14. Desastre de la talidomida, Alemania --- 1956
15. Inversión térmica sobre Donora, Pennsylvania, EE.UU. --- 1948


LOS DEPORTISTAS DEL SIGLO
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La consigna de Altius, citius, fortius ha dominado el panorama olímpico en estos años. Desde que el Barón Pierre de Coubertain restauró en 1898 los primeros Juegos Olímpicos de la Era Moderna en Atenas, Grecia, muchos han sido los deportistas que han escalado a lo más alto del podio.
Eston son los deportistas del siglo:

1. Carl Lewis, Atletismo - EE.UU. - 205 puntos
2. Pelé, Fútbol - Brasil - 194 puntos
3. Robert Fisher, Ajedrez – 192
4. Babe Ruth, Bésibol - EE.UU. - 188 puntos
5. Diego Armando Maradona, Fútbol - Argentina - 184 puntos
6. Ayton Senna, Automovilismo - Brasil - 175 puntos
7. Lev Yatsin, fútbol - Rusia - 170 puntos
8. Serguei Budka, Atletismo - Ucrania - 166 puntos
9. Joe DiMaggio, Béisbol - EE.UU. - 160 puntos
10. Anatoli Karpo , Ajedrez - Rusia - 158 puntos
11. Michel Platinni, Fútbol - Francia - 152 puntos
12. Garry Kasparov, Ajedrez - Azerbaiyán - 144 puntos
13. Nadia Komanechi, Gimnástica - Rumania - 132 puntos
14. Carsus Clay (Mohamed Ali), Boxeo - EE.UU. - 127 puntos
15. Miguel Induraín, Ciclismo - España - 111 puntos


LAS MAYORES FUSIONES ECONÓMICAS DEL SIGLO
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El mercado nunca duerme. En este siglo, la oposición entre las teorías liberales de la economía y la planificación centralizada ha sido el tema de conversación durante 90 años. Con el colapso de las economías de comando, el mundo ha visto renacer al mercado y como el ave fénix, Adam Smith ha resurgido de sus cenizas. El viejo zorro del capitalismo ha demostrado que todavía no le ha llegado su hora, y que habrá que esperar por otro siglo más para que se rompa la relación entre las relaciones de producción capitalistas y el desarrollo de sus fuerzas productivas. Las funciones entre las grandes compañías del mundo han matizado el panorama económico de este siglo.
Estas son las mayores:

1. Exxon Corp + Natura Gas Field/JV ----- 4 800 000 000 000 dolares
2. Col Berg Kravis Roberts + RJR Nabisco, 1989 ---- 2 964 000 000 000 dolares
3. Capital Cities ABC + Disney, 1995 ----- 2 280 000 000 000 dolares
4. Chevron + Gulf, 1984 ---- 1 596 000 000 000 dolares
5. Philip Morris + Kraft, 1988 ----- 1 512 000 000 000 dolares
6. Bristol Moyers + Squibb, 1989 ---- 1 500 000 000 000 dolares
7. British Petroleum + Sohio, 1987 ---- 1 212 000 000 000 dolares
8. Chemical Banking + Chase Manhattan, 1995 ---- 1 212 000 000 000 dolares
9. Wells Fargo + First Interstate, 1995 ---- 1 204 000 000 000 dolares
10. Martin Marietta + Lockheedm, 1995 ----- 1 200 000 000 000 dolares



UNA OJEADA RAPIDA AL SIGLO XX

En este siglo muchas cosas han sucedido, pero no todas han podido ser cuantificadas como se ha querido. Sin embargo, se puede dar un vistazo a muchas cosas que pudieran ser resumidas se forma rápida sin pretender hacer sumario de un libro de récordes. He aquí algunas de las más importantes:

ESCÁNDALO DEL SIGLO: No hay dudas de que el mayor escándalo registrado en este siglo ha sido el Caso Watergate, en los EE.UU. y el cual le costó la presidencia a Richard Nixon. También ha ocupado un lugar importante en este triste casillero el Caso Lewinsky, que puso en jaque a la presidencia de Bill Clinton en los EE.UU.

PROCESO JUDICIAL DEL SIGLO:
_ Cuando el Siglo XIX se estremeció por el Caso Dreyfus, nadie podía imaginar que 100 años después el planeta se convulsionaría con otro procesa judicial de escala mundial. El proceso judicial más famoso en esta centuria se trato del Caso de los Esposos Rosemberg, acusados de haber cedido a la Unión Soviética los planos y fórmulas para la fabricación de la Bomba Atómica y que culminó con la ejecución en la silla eléctrica de ambos cónyuges.

En segundo lugar aparece el Proceso Judicial de Nüremberg, donde fueron juzgados los principales cabecillas del fascismo alemán, tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Otros procesos judiciales famosos en el siglo han sido los realizados contra los esposos Jenniferson en Australia, el caso italiano de Sacco y Vanzetti, el Caso Smith en EE.UU., el Caso O.J. Simpson en EE.UU., el Caso Ochoa en Cuba, el proceso contra el General Noriega en Panamá y más recientemente el Caso Pinochet en el Reino Unido.

DELINCUENTES DEL SIGLO: Este ha sido un siglo donde la delincuencia ha tenido un papel protagónico. Figuras como la de Al Capone o Salvatore Giuliano, se han quedado rezagadas comparadas con muchos jefes de Estado que nada han tenido que envidiar a los capos de la mafia italiana.
Sin embargo, los más famosos delincuentes del siglo, tal vez por sus carismas y por la leyenda que se ha tejido en torno a ellos han sido Bonnie y Clide, en los EE.UU.

CRIMEN DEL SIGLO: Hoy por hoy, la humanidad no perdona al que aprieta el botón. La decisión de activar un gatillo de exterminio en masa pesará sobre la conciencia del ejecutante mientras viva, si es que puede vivir en paz. La decisión de lanzar las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki ocupará este respetable lugar por muchos años, con la esperanza de que tal decisión haya sido desterrada por siempre de la faz del planeta.

SUCESO CULTURAL DE SIGLO:
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_Considerado como una verdadera revolución en la cultura, las modas y el arte en sentido general, la formación, desarrollo, madurez y decadencia del conjunto musical británico The Beatles entre los años 1969 y 1970, es catalogado como lo más relevante de la cultura de este siglo, por encima del desarrollo que han tenido los medios audiovisuales (cine, televisión, radio, vídeo) y el desarrollo alcanzado en la prensa plana. Cuando con "Let it be" los músicos ingleses pusieron punto final a su largo y sinuoso camino, los hombres de todas latitudes supieron que algo muy bello había terminado.
Muchos de los acontecimientos culturales que se han sucedido en esta centuria han estado muy ligados al desarrollo tecnológico. La aparición de la cinta magnetofónica, la grabación digital, la primera película hablada, y otros han marcado pautas en el desarrollo de la cultura. Este ha sido un siglo además de grandes artistas que han pasado a convertirse en patrimoniode la historia. Figuras como Pablo Picasso, Andy Warhol o Charles Chaplin también han marcado hitos en la historia de la cultura universal.
Otros sucesos importantes en el marco cultural en este siglo han sido por ejemplo, el primer concierto de los grandes tenores (Luciano Pavarotti, Josep Carreras y Plácido Domingo) el 7 de julio de 1990, el regreso del Guernica a España (10 de septiembre de 1981), la restauración de la Capilla Sixtina entre 1990 y 1998 y el estreno de la memorable película de Pedro Almodóvar "Mujeres al borde de un ataque de nervios" el 21 de marzo de 1989.

VOCES DEL SIGLO: Los especialistas coinciden en considerar a la voz masculina del siglo como al gran Enrico Carusso, mientras que entre las féminas se resalta la voz de la griega María Kalegeropoulos, conocida como la legendaria María Callas.
Otras voces se han destacado en este siglo entre ellas el alemán Alfredo Krauss, el italiano Luciano Pavarotti, la catalana Monserrat Caballé, el inglés Freddie Mercury y la norteamericana Judy Garland.

BAILARINES DEL SIGLO: En el mundo de la danza se han destacado una serie de bailarinas y bailarines. Nadie le ha podido arrebatar la primacía a la trascendental Isadora Duncan, aunque también han marcado hitos las rusas Ana Pavlova y Maya Pliseskaya y la cubana Alicia Alonso. Entre los hombres la danza popular ha encontrado más respaldo como el caso del legendario Fred Astaire, unido otra figura mitológica como Gene Kelly.

ENFERMEDAD DEL SIGLO:
_Cuando la Tuberculosis iba a ganarse este privilegiado lugar en la historia, aparece en los umbrales del Siglo XXI, una nueva enfermedad (1983). Convertida en una gran pandemia, las siglas que identifican al virus de la inmunodeficiencia humana estremecen a toda la humanidad. Alrededor de 18.5 millones de personas en el mundo arrastran el SIDA en sus venas. De ellas 4,5 millones han desarrollado la enfermedad. En el año 2000 habrán en el mundo 10 millones de huérfanos a cusas del virus VIH. Cada 20 minutos una nueva persona se infecta en el mundo. En los países del África sub-sahariana, una de cada 40 personas esta infectada por el virus. La solución, aún está lejos. La esperanza, está en todos.

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