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miércoles, diciembre 14, 2011

Cosas Zenna Henderson




Cosas


Zenna Henderson





Viat volvió del campamento de los Extranjeros, con el penacho abatido, los devis arrancados de la chaqueta, la boca entreabierta y anhelante, y la mirada vacía. Se pasó un día sentado al Sol, sin darse cuenta siquiera que los niños se reunían y hacían preguntas con sus agudas vocecillas. Al alcanzarle las sombras de la tarde, Viat tambaleó unos pasos y cayó muerto.




Su madre vino entonces, pues el cuerpo había nacido de ella y nunca podría serle extraño, pues aquel vacío que había brotado de sus ojos no era Viat. Reconoció su muerte, prendiéndole el kiom en su desgarrada chaqueta, que ella misma había modelado el día que lo dio a luz, pues nacer es comenzar a morir. Mientras Viat no hubiese entregado su corazón, ella guardaba el kiom para ofrecerlo. Dejó el pelu tenuemente encendido en el centro del kiom, porque Viat había muerto bienamado. El que muere bienamado camina derecho y seguro por el sendero de los Ocultos, gracias a la luz de su pelu. Si se le quita esa luz, vagará siempre, a tientas, entre la oscuridad del kiom sin luz.


Por eso le prendió el kiom y lloró.


Se celebró una reunión después que Viat fuera devuelto al seno de la tierra. Con las espaldas inclinadas contra el Sol, los Coveti pensaron juntos toda la mañana. Cuando el Sol les dio en la cara, se cubrieron los ojos con las palmas de la mano extendidas, y entablaron conversación.


¾Los Extranjeros nos han traído el mal ¾exclamó Dobi, pisoteando el polvo¾. Por su causa, Viat ya no vive. No regresó del campamento, únicamente lo hizo su cuerpo, hasta saber que no volvería a él.


¾Pero tal vez los Extranjeros no sean malvados. Vinieron a nosotros en son de paz. Incluso procuraron aterrizar su nave en un erial, en vez de chamuscar nuestros campos.¾Deci clavó los ojos vehementemente en el cielo. La sangre le hervía al imaginarse una nave repleta de Extranjeros, bajando de una nube¾. Quizás no era necesario que trasladáramos el Coveti.


¾Es verdad, es verdad ¾asintió Dobi¾. Es posible que no sean malvados, pero su aliento puede significar la muerte para nosotros, o acaso la caída de sus sombras, o las cosas silenciosas que despiden invisiblemente sus manos amistosas. Es mejor que no volvamos al campamento. Ni debemos permitirles que hallen el Coveti.


¾¡Pero no se los prohibas! ¾gritó Deci, ondulando su penacho¾. No los conocemos. Convertirlos ahora en tabú no estaría bien. Tal vez traigan regalos...


¾Nadie regala nada sin motivo, siempre se busca algo. No tenemos ningún deseo de cambiar nuestros hombres jóvenes por una mirada de los Extranjeros.


Dobi trazó una especie de surco en la arena con los dedos, borrándolo luego de la misma forma que Viat fue borrado de la vida.


¾Incluso ¾la voz de Veti se elevó clara, mientras su penacho azul se mecía en la brisa¾, es muy posible que posean conocimientos que ignoramos. ¡Jamás hemos lanzado naves a las nubes para que regresen!


¾¡Sí, sí! ¾afirmó Deci, clavando los ojos en Veti, que le tenía arrebatado el corazón¾. Deben saber mucho y tener muchos regalos para nosotros.


¾Bienvenido sea el regalo de la sabiduría ¾dijo Tefu con su baja y ronca voz¾. Pero los regalos son incómodos, producen obligaciones.


¾¡Esas son viejas palabras! ¾gritó Deci¾. ¡Los sistemas antiguos no sirven cuando aparecen otros nuevos!


¾Es cierto ¾asintió Dobi¾. Si lo nuevo es un auténtico sistema y no un torbellino o un sendero que no conduce a parte alguna. Pero juzgar sin motivos es juzgar erróneamente. Iré a ver a los Extranjeros.


¾Y yo ¾añadió Tefu con su tonante voz.


¾¿Y yo? ¿Y yo? ¾tartamudeó Deci, levantando una polvareda al levantarse apresuradamente.


¾Jóvenes... ¾masculló Tefu.


¾Ojos jóvenes para captar lo que ojos viejos tal vez no vieran ¾dijo Dobi¾. Nuestro camino es el tuyo.


Agitó su penacho al inclinarse ante Deci.


¾¡Deci! ¾exclamó Veti con voz agitada por lo desconocido¾. No vuelvas como lo hizo Viat. El corazón que late en tu pecho no te pertenece del todo.


¾¡Volveré! ¾gritó Deci¾. Llenaré tus manos con maravillas y encantos.


Besó las palmas de las manos de la mujer como aseveración a su seguridad de retorno.






El tiempo no es un conjunto de horas y días, o un movimiento de la luz y de la sombra. El tiempo pasó más rápidamente que el rizo de la brisa sobre el césped, o que el susurro de la brisa a través de las cañas, o que el breve sonido de las pisadas sobre un suelo que en apariencia no debían oírse. Las rocas parecían hendirse en dos para dejarlo pasar.


Dobi, cojeando, iba el primero, lento el paso, humillado el penacho, con los ojos escondidos en la sombra que proyectaba su inclinada cabeza. Detrás venía Tefu, como un hombre con ceguera reciente, caminando a tientas, esforzándose, tropezando, titubeando, hasta arrebujarse contra las rocas que le eran familiares, mientras caía la tarde.


¾¡Deci! ¾gritó Veti, sobresaltando al grupo con su chillido¾. ¡Deci!


¾No ha venido con nosotros ¾dijo Dobi¾. Nos ha visto marchar.


¾¿Voluntariamente? ¾preguntó¾. ¿Voluntariamente o por la fuerza?


¾¿Voluntariamente? ¾Tefu volvió los ojos hacia ella sin verla; miraba cosas escondidas en su interior¾. ¿Por la fuerza? Se ha quedado. Nada lo obligaba a quedarse.¾Llevó su mano vacilante a un ojo y luego al otro¾. Libre ¾murmuró¾. ¿Dónde está la luz?


¾¡Contadme! ¾exclamó Veti¾. ¡Oh, contadme!


Dobi se sentó sobre el polvo, haciendo una marca alrededor con sus grandes manos.


¾Poseen auténticas maravillas. Nos darían muchas cosas extrañas por nuestro devi ¾golpeó con los dedos el borde de su chaqueta¾. Telas que no podemos ni soñar. Instrumentos que podríamos utilizar. Armas que podrían liberar la tierra de todos los kutus hambrientos.


¾¿Y Deci? ¿Y Deci? ¾preguntó otra vez, temblorosa, Veti.


¾Deci lo vio todo y lo deseó todo. Sus devis fueron arrancados antes que el Sol se alejase del alcance de la mano. Era como un niño en una pradera de flores, que las busca, las coge, las manosea y siempre encuentra más hermosa la última que ve.


El viento llegó silenciosamente y se deslizó por los desnudos hombros.


¾Entonces regresará ¾afirmó Veti, relajando su crispada mano¾. Cuando el encanto haya pasado.


¾¿Como lo hizo Viat? ¾murmuró la voz de Tefu. ¿Como he regresado yo? ¾Levantó la mano frente a los ojos, doblando los dedos uno tras otro¾. ¿Cuántos dedos hay? ¿Seis, cuatro, dos?


¾Has visto a los Extranjeros, antes que retirásemos el Coveti. Has visto las extrañas vestiduras que llevaban, brillantes, espléndidas y pesadas. Nuestra atmósfera les es perjudicial. Sin sus ropajes, morirían.


¾¿Si están tan bien protegidos contra el mundo, cómo pueden hacer daño? ¾exclamó Veti¾. No pueden dañar a Deci. Regresará.


¾Yo he regresado ¾musitó Tefu¾. No hice más que andar entre ellos y el vaho de su respiración me ha cegado. Sólo el tiempo y los Ocultos saben si he perdido definitivamente la vista. Uno se preocupó de mí. Me miró fijamente cuando mis pasos se hicieron vacilantes. Me alejó de los otros rápidamente, y se sentó algo separado de mí, observándome mientras la luz se extinguía a mi alrededor. Estaba preocupado por mí..., o estaba estudiándome. Pero ahora estoy ciego.


¾¿Y tú? ¾preguntó Veti a Dobi¾. ¿No te hicieron daño?


¾Fui precavido ¾dijo Dobi¾. No me acerqué demasiado después del primer encuentro. Y sin embargo... ¾Mostró el muslo. Desde la cadera hasta la rodilla, su carne cuarteada, como por la acción reciente de una poderosa garra¾. Me hallaba entre los árboles cuando un kutu aulló en una ladera, por encima de mí. Los Extranjeros hicieron brotar fuego y quedó reducido al silencio. Sorprendido, moví las ramas y arbustos que me cubrían, entonces... ¡s-s-s-s-s-t!... ¾señaló con el dedo la huella en el muslo.


¾Pero Deci...


Dobi se sacudió el polvo de las manos.


¾Deci es como un animal que se alimenta de carroña. Busca con las manos extendidas. «Esperad, esperad», dijo cuando regresábamos. «Podemos ser los amos del mundo con estas maravillas».


¾¿Por qué debemos gobernar al mundo? Ahora no existe ni primero ni último. ¿Por qué debemos dominar a nuestros hermanos para conseguir cosas que el polvo reivindicará?


¾Dale por muerto, Veti ¾murmuró Tefu¾. La muerte lo rodea ahora de mil maneras. Y Aunque su cuerpo regrese, su corazón ya no está con nosotros. Dale por muerto.


¾Sí ¾asintió Dobi¾. Llora por él y da gracias que nuestro Coveti está tan bien escondido que los Extranjeros no podrán venir nunca a sembrar entre nosotros las semillas de otras Viats.


¾Los Extranjeros son tabú. El sendero está cerrado.


Veti le lloró, abatida sobre el polvo del sendero del Coveti, apretando en sus manos el kiom que Deci le había dado con su corazón.


La madre de Viat se sentó con ella durante unas horas, hasta que Veti comenzó a sollozar y exclamó:


¾Tu pena no es como la mía. Tú colocaste a Viat su kiom. Tú le cruzaste las manos para su descanso. Tú lo devolviste a la tierra. No te lamentes conmigo. Yo estoy llorando un vacío, una incógnita. Tú sabes que Viat está en el camino de los Ocultos. Pero yo no sé nada de Deci. ¿Está vivo? ¿Está muriendo en la soledad sin un pelu que lo alumbre en las tinieblas? ¿Se está arrastrando en este momento, ciego y tullido, por el sendero del Coveti? Lloro por una muerte sin esperanza. Una desesperanza sin muerte. Lloro desamparada.


Y de esa manera lloró hasta agotar las lágrimas, sumida en la aridez del dolor. La otra mujer se dedicó a lo suyo, sabiendo que viviría aun cuando se le pasara el dolor.


Llegó entonces el día en que todos los rostros se volvieron hacia el sendero del Coveti. Todos los oídos escucharon el grito de Veti, y todas las miradas se dirigieron hacia la figura tambaleante de Deci.


Veti corrió hacia él, con los brazos extendidos y con el corazón confiado, antes que su mente pudiese comprender la realidad. Pero Deci evitó su contacto e hizo una mueca de cierto desagrado, mientras la rechazaba con una mano, de la que faltaban tres dedos, que apenas comenzaban a regenerarse.


¾¡Deci! ¾sollozó Veti¾. ¿Qué te ocurre?


¾Déja... Déjame respirar. ¾Deci se recostó contra las rocas; él, que podía correr más rápido que un kutu, y cuyos ligeros pies no tenían par entre los Coveti¾. El camino ha sido largo y necesito respiro.


¾¡Deci! ¾Veti seguía con las manos extendidas, ofreciéndole el kiom sin darse cuenta. Al verlo, la mujer se rió y lo desechó. ¿La señal de la muerte con Deci vivo, frente a ella?¾. ¡Oh, Deci!


Se quedó silenciosa al descubrir su mano mutilada, su penacho deshilachado, su chaqueta hecha jirones, sus piernas tullidas, sus ojos... ¡Sus ojos! No eran los mismos del Deci que partió ansioso en busca de los Extranjeros. Ahora traía a esos Extranjeros en su mirada.


Al fin su respiración se calmó, y se inclinó hacia Veti, alargando con dificultad un bulto que llevaba.


¾Lo prometí ¾dijo mirando sólo a Veti¾. He vuelto para llenar tus manos de maravillas y hechizos.


Pero Veti escondió las manos tras la espalda. Los regalos de los Extranjeros eran sospechosos.


¾Esto ¾continuó Deci, dejando en el suelo, a los pies de Veti, un objeto feo y anguloso¾, esto significa la muerte para todos los kutus, ya sean de seis o de dos patas. ¡Que digan otra vez los Coveti Durlo que el arroyo Klori les pertenece para la pezca...! Ahora nada les pertenece, salvo lo que queramos. Te doy poder, Veti.


Veti retrocedió un paso.


¾Y esto ¾dejó un frasco de cristal al lado del arma¾, esto significa sueños y alegrías. De esto es lo que bebió Viat..., pero bebió demasiado. Lo llaman agua. Es una bebida que los Ocultos envidiarían. Con un solo trago todo rastro de pena y dolor, de perplejidad o sueños inalcanzables, desaparece por completo. Te entrego el olvido, Veti.


Ella movió la cabeza de lado a lado en rotunda negativa.


¾Y esto... ¾sacó descuidadamente un rollo de brillante tela que reflejaba y retenía los rayos del Sol. Sus ojos parecieron otra vez los auténticos ojos de Deci.


Veti se sintió atraída hacia el tejido, y sus manos lo tocaron, ya que no existe mujer que pueda ver realmente una tela, a menos que con los dedos palpe su cuerpo, su suavidad y su textura.


¾Esto ¾siguió diciendo Deci¾ significa la belleza. Y esto es para que puedas mirarte sin recurrir a las aguas que se mueven. ¾Dejó un rectángulo, que la deslumbró un instante, al lado del arma y del frasco¾. Para que te veas como Señora del mundo, del mismo modo que yo me veo como Señor.


Las manos de Veti dejaron caer la tela, casi sin tocarla. La mirada de Deci era nuevamente la de un extraño.


¾Deci, durante todos estos largos días no estuve esperando cosas. ¾Veti se limpió simbólicamente las manos del contacto con la tela. Desvió la mirada hacia el suelo de las extrañas cosas colocadas sobre el polvo¾. Ven, voy a curarte las heridas.


¾¡No! ¡Mira! ¾exclamó Deci¾. ¡Con todas estas extrañas cosas, nuestros Coveti pueden dominar el valle y aun más allá!


¾¿Para qué?


¾¿Para qué? ¾repitió Deci¾. Para conseguir todo lo que queramos. Para no trabajar más. Para pedir y recibir. Para tener poder...


¾¿Para qué? ¾interrogaban todavía los ojos de Veti¾. Tenemos bastante. No sentimos hambre. Disponemos de vestidos para todas las estaciones. Trabajamos cuando es necesario. Nos divertimos cuando el trabajo está hecho. ¿Para qué necesitamos más?


¾Deci cree que los métodos reposados son necesarios ¾observó Dobi¾. Más le valdrían la agitación y el bullicio. Y el sudor y el miedo delicioso que nos empuja a la acción. Pronto llegarán los días de caza del kutu, Deci. Reserva tus ansias para entonces.


¾¡Sudor, esfuerzo y miedo! ¾gruñó Deci¾. ¿Por qué debo soportarlos, cuando con esto... ¾Cogió el arma y con un simple movimiento derribó el tejado de la casa de Tefu. Mientras se oía el horrísono trueno de la descarga, exclamó¾: Ningún kutu puede enseñarte los colmillos contra esto, excepto cuando la muerte le contrae las fauces para burlarse de su fuerza extinta. Y si puedo lograr esto con un kutu ¾murmuró¾, ¿qué no podré conseguir contra los Coveti Durlo?


¾¡Ven, Deci! ¾gritó Veti¾. Te vendaré las heridas. Cuando estén curadas, el tiempo habrá sanado tu mente de esos Extranjeros.


¾¡No quiero curarme! ¾gritó Deci, mientras la ira retorcía su desfigurado rostro¾. ¡Ni tampoco lo querréis vosotros cuando vengan los Extranjeros y os hayan ofrecido sus maravillas a cambio de este simple devi con flecos. ¾Movió la cabeza desdeñosamente¾. Por el devi de nuestro Coveti, podríamos comprar su nave aérea, sin duda alguna.


¾No vendrán ¾dijo Dobi¾. El camino está oculto. Ningún Extranjero encontrará jamás nuestro Coveti. No tenemos nada más que esperar hasta...


¾¡Hasta mañana! ¾exclamó Deci en voz más alta de lo necesario, agitando rebelde su penacho. Quizás pareció más resonante por el eco que levantó en el corazón de todos¾. Les he dicho...


¾¿Les has dicho? ¾repitieron tontamente todos.


¾¿Les has dicho? ¾la incredulidad agudizó el lamento.


¾¿Se los has dicho? ¾la ira explotó en palabras.


¾¡Se los he dicho! ¾gritó Deci¾. ¿En qué otra forma podríamos obtener los beneficios de los Extranjeros?


¾¡Beneficios! ¾protestó Dobi¾. ¡La muerte! ¾exclamó dando un puntapié al arma que estaba en el suelo¾. ¡Locura! El agua del frasco gorgoteó al vaciarse¾. ¡Vanidad!¾El polvo empañó el espejo y manchó la brillante tela¾. Por todo esto nos has traicionado, nos has traído la muerte.


¾¡No! ¾exclamó Deci¾. Yo he sobrevivido. No siempre viene la muerte con los Extranjeros. ¾Una ira repentina endureció su voz¾. ¡Las viejas costumbres! ¡No queréis cambiar! Pero todo cambia; es lo natural en las cosas que viven. El progreso...


¾No todo cambio significa progreso ¾murmuró Tefu, ocultando su ceguera con las manos.


¾Os guste o no ¾afirmó Deci¾, mañana llegarán los Extranjeros. Tendréis que escoger ¾con el brazo indicó a todo el grupo¾. Quedaos en vuestras casas como pegu, o venid con vuestro devi a encontrar conmigo el poder, la riqueza...


¾O cambiad el Coveti de escondrijo otra vez ¾añadió Dobi¾, para alejarlo de la traición y de la loca avaricia. Tenemos, pues, una tercera opción.


Deci contuvo el aliento.


¾¡Veti! ¾suplicó en voz baja¾. ¡Veti! No necesitamos al resto de los Coveti o de cualquier otro que pueda resistírsenos. Podemos ser el nuevo pueblo. Podemos tener nuestro propio Coveti, y conseguir lo que queramos. Ven, Veti.


Veti lo miró largo rato a los ojos.


¾¿Por qué has vuelto? ¾murmuró con lágrimas en su voz. De pronto la ira brotó en su mirada¾. ¿Por qué has vuelto?


Había toda la fuerza de un alarido en sus duras palabras. Se dirigió súbitamente a las rocas y recogió del polvo el caído kiom. Antes que Deci comprendiese su gesto, se abalanzó sobre él y prendió la muerte sobre su desgarrada chaqueta. Luego, con un rápido y decisivo movimiento, le arrancó el pelu y lo arrojó al suelo.


Deci abrió los ojos aterrorizado, con la mano crispada sobre el kiom, pero sin atreverse a tocarlo.


¾¡No! ¾gritó¾. ¡No!


Entonces, Veti abrió los ojos y extendió a su vez las manos hacia el kiom, pero no tenía poder para deshacer lo hecho y su lamento se unió al de Deci.


Al comprender Deci que fallecía, y que entraba no bienamado a la oscuridad del kiom sin luz, se desplomó sobre el polvo. Bajo su mejilla quedó la dureza del arma, bajo su extendida mano la belleza de la tela, mientras la luz solar a través del agua contenida en el frasco jugueteaba sobre su mentón.


Uno que muere no bienamado no es ni siquiera como una flor pisoteada en el camino. Porque al menos, en el caso de la flor, se lamenta su perdida belleza.


Así, pues, al conocer la muerte de Deci, los Coveti se marcharon. Una vacilación en los pasos de Veti, y un parpadeo desconcertante de sus ojos cuando se retiró con los demás para preparar el traslado del Coveti, fue lo único que se hizo en su memoria.


Volvió el viento y agitó el polvo sobre las cosas y sobre Deci.




Y Deci yacía en el suelo aguardando su último suspiro.






F I N

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