.

.

..

.

martes, septiembre 28, 2010

UN PRÓLOGO De Otra galaxia, otra época...




PRÓLOGO

Otra galaxia, otra época.
La Antigua República era la República - legendaria, más grandiosa que la distancia y el tiempo. No era necesario decir dónde estaba ni de dónde venia, sino saber tan sólo que.., era la República.
Antaño, bajo el sabio gobierno del Senado y la protección de los caballeros de Jedi, la República prosperó y floreció. Pero, como ocurre con frecuencia cuando la riqueza y el poder superan lo admirable y alcanzan lo imponente, aparecieron seres perversos llenos de codicia.
Aquello ocurrió durante el apogeo de la República.
Al igual que los árboles de gran tamaño, capaces de soportar cualquier ataque externo, la República se pudrió en su interior, a pesar de que el peligro no era visible desde fuera.
Persuadido y ayudado por individuos turbulentos y ansiosos de poder, y por los impresionantes órganos de comercio, el ambicioso senador Palpatine se hizo elegir presidente de la República. Prometió reconciliarse con los descontentos del pueblo y restaurar las añoradas glorias de la República.
En cuanto tuvo asegurado el cargo, se declaró Emperador y se apartó de la plebe. Poco tiempo después, los mismos colaboradores y aduladores a los que había investido de los títulos más eminentes, le tenían bajo control; las peticiones de justicia que lanzaba el pueblo no llegaban a sus oídos.
Después de acabar mediante la traición y el engaño con los caballeros de Jedi -paladines de la justicia en la galaxia -, los gobernadores y los burócratas imperiales se dispusieron a establecer el reinado del terror en los desalentados mundos de la galaxia.
En beneficio de sus ambiciones personales, muchos utilizaron las fuerzas imperiales y el prestigio del Emperador, cada vez más aislado.
Pero unos pocos sistemas se rebelaron ante estos nuevos ultraes. Se declararon opuestos al Nuevo Orden y emprendieron la gran batalla para restaurar la Antigua República.
Desde un principio, los sistemas esclavizados por el Emperador los superaron ampliamente en número.
En aquellos primeros y oscuros días parecía indudable que la brillante, llama de la resistencia se extinguiría antes de arrojar la luz de la nueva verdad en una galaxia de pueblos oprimidos y vencidos...

De la primera saga
Journal of the Whills




"Estaban en el lugar. equivocado, en el momento inoportuno. Naturalmente, se convirtieron en héroes."
Leia Organa de Alderaan, senadora

lunes, septiembre 27, 2010

¿Cuándo es el cumpleaños de Google ? -- AMOR , I LOVE ... Google



¿Cuándo es el cumpleaños de Google ?

EL CUMPLEAÑOS, EN SI, NO TENIA FECHA FIJA, TOTAL, SE LE  DIO COMO DIA DE "NACIMIENTO", EL 27 DE SEPTIEMBRE, DE HACE DOCE AÑOS, 1998 (¿ A QUE PARECE  POCO TIEMPO?)

AMOR , I LOVE ... Google

LA FRASE: "AMOR , I LOVE ... " , LLEVA YA UNOS DIAS CORRIENDO POR AHY, Y YA QUE ESTAMOS DE CUMPLEAÑOS, TAMBIEN DE BAUTIZO, ESTA FRASE, ESTA FORMADA PARA QUE CADA PERSONA QUE QUIERA, PONGA LO QUE SE LE OCURRA DESPUES DE LOS PUNTOS SUSPENSIVOS, TOTAL, SE PUEDE CONVERTIR EN CUALQUIER FRASE, DE AMOR, ODIO,CARIÑO,FRUSTACION,ETC; LA MENTE ES AMPLIA PARA SUGERIR PALABRAS BUENAS O MALAS, ESPERO QUE SEAN BUENAS Y MEJORES, POR LO MENOS A QUIEN VAYA DIRIJIDO.

"AMOR , I LOVE ..."

FRASE COMPUESTA PARA INTERNET, POR LORD SIRE SNAKE PETER PUNK ,
EL DIA:
27 DE SEPTIEMBRE DEL 2010

(derechos incluidos,... e izquierdos tambien),

miércoles, septiembre 08, 2010

ENTRADAS








ULTIMAS IMAGENES // EN UN CEMENTERIO...// POEMAS, ...

RELIGION: Espiritismo, Brujería, Hechicería, Magia...

NUEVOS GIF ANIMADOS // FONDOS MOVIL

ELFEN LIED // WALLPAPERS // 1024 X 768

JORGE BUCAY __ EL CAMINO DE LAS LAGRIMAS

GIF ANIMADOS

DARK-SIDE GOTHIC / VAMP // Evil , Horror, and Sata...

PSP - FONDOS - PSP / 24 / GIRLS // AUTOS

BORIS VIAN -- RECOPILACION 13 CUENTOS --EL LOBO...
SLAM DUNK // KAEDE RUKAWA

NOMBRES DE MUJERES Y SIGNIFICADO

CITAS Y FRASES POR PERSONAJES HISTORICOS

APRENDIENDO A ESCUCHAR A LAS PALABRAS

parte 2ª -- 1984 -- GEORGE ORWEL

EL TEMPLO -- H. P. LOVECRAFT

ANTOLOGIA DE CUENTOS DE CIENCIA FICCION
EL TRIANGULO DE LAS BERMUDAS -- CHARLES BERLITZ

AUTOATENTADO EN AMERICA : LAS TORRES GEMELAS

LA ESTIRPE DE CAÍN -- TINA ROSENBERG

2ªparte -- EL TRIANGULO DE LAS BERMUDAS -- CHAR...

ANTOLOGIA DE CUENTOS DE CIENCIA FICCION

LAS CLAVICULAS DE SALOMON

EL 6º Y EL 7º - LIBROS DE MOISES - ARTE ESPIRITUAL...

LA ESFINGE -- EDGAR ALLAN POE

EL DEMONIO DE LA PERVERSIDAD // EDGAR ALLAN POE

ORACIONES -- SANTA MARTA -- ESPIRITU DE DOMINI...

CURAR CON PLANTAS

MITOS Y RITUALES --Ritual del Pilar del Medio

EL LOCO -- GIBRÁN KHALIL GIBRÁN

ETIMOLOGIA DE FRANCISCO // SAN FRANCISCO DE SALE...

SIEMPRE ES IGUAL // "MAGIA PARA SOLUCIONES" ¿?

LIBROS Y ESCRITOS LUCIFERINOS

AULA FACIL : CURSO DE EXCEL

TEMPLATE -- Powered by SMF & YelidMod -- ???

MÚSICA CELTA

ETIQUETAS

EVANGELIOS APOCRIFOS, Y EL GNOSTICISMO

APOCRIFOS,LIBROS PERDIDOS, Y TRADUCCIONES DE LA BI...

EVANGELIO DE MARIA MAGDALENA

APOCALIPSIS DE PABLO -- APOCRIFO -- TEXTO COPT...

EL EVANGELIO DE LA VERDAD // SAN VALENTIN

LOS NIÑOS DEL BRASIL --- IRA LEVIN

LAS VIRGENES SUICIDAS

CUENTO BUDISTA SOBRE EL BIEN Y EL MAL : La leye...

A ORILLAS DEL RÍO PIEDRA ME SENTÉ Y LLORÉ

SALOME --- OSCAR WILDE

26 CUENTOS PARA PENSAR // JORGE BUCAY

REGLAS , DECLARACIONES Y PECADOS SATANICOS

PESADILLA ANTES DE NAVIDAD

35 HECHIZOS DE AMOR

LAGRIMAS Y SONRISAS // KHALIL GIBRAN

CUENTO DE TERROR // EN LA CRIPTA

DARK-GOTIC HORROR

ICONOS BANNERS FIRMAS PERSONALIZABLES // ANIME

MUSICA PARA VER // MUSICA PARA ESCUCHAR

EMOTICONES // ICONOS / AVATARS /SMILEYS MEDIANOS

NUEVOS ICONOS Y AVATARS - ANIME

INTRODUCCION A : " LOS MITOS DE CTHULHU " // LOV...

ENCERRADO CON LOS FARAONES // H. P. LOVECRAFT

OCULTISMO PRACTICO EN LA VIDA COTIDIANA

RECOPILACION : RELATOS DE TERROR

MASONERIA, ILLUMINATIS Y SKULLS&BONES

LA CÁMARA DE LOS HORRORES

FILTROS Y HECHIZOS, MALEFICIOS Y ENCANTAMIENTOS

EL HOMBRE DE ARENA // E.T.A. HOFFMANN // ANTOLOGIA.

LAS SECTAS SATÁNICAS



martes, septiembre 07, 2010

EN LAS GARRAS DE LA ENTROPÍA -- Robert Silverberg




EN LAS GARRAS DE LA ENTROPÍA

Robert Silverberg

Chasquidos de electricidad estática procedentes de la blanda y dorada nube de los altavoces aéreos que derivan casi pegados al techo de la cabina del crucero espacial. Un silbido: los filtros de comunicación se están abriendo. Inmediatamente seguirá un anuncio del puente, no hay la menor duda. Luego, la voz neutra y mecánica del capitán:

—Nos acercamos al Canal de Panamá. Todos los pasajeros deben regresar a sus botellas hasta el anuncio de seguridad. Cuando surjamos al otro lado viajaremos a ochenta luces hacia la estación propulsora de tránsito de Perseo. Gracias.

En la cabina de John Skein se enciende una luz de aviso, bañándole con su luz roja, amarilla, verde, deslizándose a lo largo del espectro visible y lanzándole también algunos infra..., y también algunos ultra. No todos los pasajeros inscritos a bordo del crucero poseen equipo de sensibilización humana. La señal no se detendrá hasta que Skein se halle seguro dentro de su botella. Vamos, le dice la luz, entra, entra. Nos acercamos al Canal de Panamá.

Se levanta dócilmente y atraviesa la pequeña cabina para dirigirse al contenedor de acero mate en forma de botella, de dos metros y medio de alto, que le protegerá de la tensión dimensional provocada por el paso a través del canal. Es un hombre alto, de rostro anguloso, labios finos, mentón desafiador, cabellos negros y lacios aplastados contra un cráneo abombado. Su piel es bronceada, pero sus ojos son los de un hombre para quien es invierno desde hace mucho. Se halla en el año cincuenta de su segundo ciclo. Viaja solo en dirección a un mundo del sistema de Abbondanza, quizá la última etapa de un viaje que le ha llevado varios años.

La botella se abre girando sobre sus lujosos goznes plaqueados en rodio cuando sus detectores, identificando la masa de Skein y su radiación térmica, le señalan que su protegido se halla en la zona de entrada. Penetra en ella. Se cierra herméticamente sobre él, envolviéndole en un campo magnético perfectamente estanco.

—Siéntese, por favor —le dice la botella con voz suave—. Sitúe sus brazos en las anillas de estasis y sus pies en las bandas de seguridad. Cuando haya hecho esto, los campos de fuerza se activarán automáticamente y quedará al abrigo de cualquier peligro durante el período de turbulencia que se va a producir. —Skein, que está habituado a los viajes hiperlumínicos, se ha adelantado a las instrucciones y se encuentra ya en estasis—. ¿Desea usted música? —pregunta la botella—. ¿Un libro? ¿Una bobina audiovisual? ¿Conversación?

—Nada, gracias —responde Skein. Y aguarda.

Ahora soporta muy bien la espera. Antes era un hombre impaciente, pero esta etapa de su vida es muy frágil, y le ha enseñado el arte de la resignación estoica. Permanecerá sentado allá con el aire contemplativo de un Buda hasta que la nave haya salido del canal. Silencioso, solitario, autosuficiente. Si esta vez tan sólo no hubiera fugas. O al menos, negocia con sus demonios particulares los términos de su tortura, al menos no hubiera saltos al futuro. Si debe ser arrancado de nuevo de la matriz del tiempo, prefiere ser arrojado a su pasado, nunca a su futuro.

—Estamos casi en el canal —le dice la botella con su agradable tono.

—Está bien. No hace falta que te preocupes por mí. Avísame simplemente cuando pueda salir de aquí sin peligro.

Cierra los ojos. Intentando imaginar la nave: una frágil y brillante aguja púrpura penetrando en las tinieblas cada vez más densas, sumergiéndose en el torbellino celeste que se abre justo ante ella, el maelstrom de fuerzas que se entrechocan, la fuerza de tensores contravariantes. El llamado Canal de Panamá a través del cual va a precipitarse dentro de poco el crucero, adquiriendo durante su paso un impulso tal extra que se arrancará del espacio normal de cuatro dimensiones; emergerá, al otro lado del canal, en una bolsa del Universo extraña y tranquila, donde la velocidad de la luz es el límite inferior, y nadie sabe cuál es el límite superior.

La alarma resuena fuertemente en el corredor: clang, clang, clang. Empieza la dislocación. Skein está tenso. ¿A qué se debe parecer, fuera? ¿Pliegues de negro y reluciente terciopelo, manchas de velludo continuo desgarrado enrollándose en torno a la nave? ¿Inmensos relámpagos golpeando el casco? ¿Sarcásticos centauros galopando en los distorsionados cielos? ¿Máscaras de frustración, inmóviles en trágicas muecas, derivando entre las nebulosas estrellas? ¿Bandas de color anaranjado, verde, púrpura, arco iris enfermos, blandos, retorcidos? Estamos penetrando. Clang, clang, clang. Una nueva fase del viaje se está iniciando ahora. Piensa en su destino, intentando mantener una imagen firmemente grabada en su mente. Una imagen nítida, aunque se trata de un mundo que no ha visitado más que en sus cortos períodos de fugas temporales. Pero muy a menudo, demasiado a menudo en aquellos momentos de desorientación temporal. Los colores se hallan alterados en aquel mundo. Arena púrpura. Árboles de hojas azules. ¿Exceso de manganeso? ¿Falta de cobre? Le perdonará sus colores si le proporciona una respuesta a su pregunta. Inmediatamente, Skein siente la fuerte pulsación familiar en la base del cuello, como si la parte superior de su columna vertebral se hinchara como un balón. Maldice. Intenta resistir. Tal como temía, ni siquiera la botella puede protegerlo enteramente de tales tensiones. En el exterior de la nave el Universo se desgarra, y algunos de sus jirones penetran en el interior y lo lanzan hacia una epilepsia particular de las líneas temporales. El espacio-tiempo se abre para él. Va a entrar en fuga. Se retuerce, intentando resistir, sabiendo que es inútil. Las corrientes del tiempo lo azotan, lo envían rodando un poco más lejos en el futuro, luego a la misma distancia en el pasado, como si no fuera más que el escupitajo de un insecto pegado a una caña seca. Ya no puede resistir por más tiempo. Que no sea al futuro, suplica. Que no sea un salto al futuro. Y se abandona. Y se rompe. Y sus fragmentos se esparcen por el tiempo.

Por supuesto, si X llega antes que Y permanecerá eternamente delante de Y, y nada en el desarrollo del tiempo podrá cambiar esto. Pero la peculiar posición del «ahora» no puede ser expresada fácilmente más que por el hecho que nuestro lenguaje posee tiempos. El futuro será, el presente es, el pasado era; la luz será roja, ahora es amarilla, y antes era verde. Pero con esos términos, ¿describimos realmente el carácter cronológico del tiempo? A veces decimos que un acontecimiento es futuro, luego que es presente, y finalmente que es pasado; y de este modo parecemos no utilizar los tiempos de la conjugación, y sin embargo estamos describiendo un desarrollo temporal. Pero este no es en absoluto el caso; ya que no hemos hecho más que traducir nuestros tiempos por las palabras «luego» y «finalmente», y por el orden en que hemos situado nuestras proposiciones. Si omitiéramos esas palabras, o sus equivalentes, y transpusiéramos nuestras proposiciones, nuestras frases ya no serían comprensibles. Decir que el futuro, el presente y el pasado son, en un sentido dado, es esquivar el problema del tiempo recurriendo al lenguaje de la lógica y de las matemáticas, que no tienen tiempos de conjugación. En un lenguaje tal atemporal, sería sensato decir que Sócrates es mortal porque todos los hombres son mortales y Sócrates es un hombre, aunque haga muchos siglos que Sócrates está muerto. Pero si no podemos describir el tiempo ni por un lenguaje conteniendo formas verbales con valor temporal, ni por un lenguaje que no las contenga, ¿cómo podremos entonces simbolizarlo?

Es consciente del curioso desdoblamiento de su mente, tiene la sensación de haber venido ya aquí, y se da cuenta que se trata de un salto atrás. Siente un cierto alivio. Es pasajero a bordo de su propio cráneo, observando por los ojos de John Skein un acontecimiento que ya ha vivido y que es impotente de cambiar.

Su despacho. Todo su dorado esplendor. Un domo de cristal en la cúspide de la Torre Kenyatta. Cuando los amplificadores se hallan en funcionamiento, puede ver en una dirección hasta Serengeti, hasta Mombasa en la otra. Contar las moscas en un elefante en Tsavo Park. Una pared de luz en el lado este-sudeste del domo, conteniendo sus unidades de acceso de datos. Nadie puede mirar aquella pared durante más de treinta segundos sin sufrir un fuerte exceso de información. Excepto Skein: extrae de allí su alimento, hora tras hora.

Mientras se desliza en la mente de aquel Skein más joven, siente una cierta alegría a la vista de su despacho, como Eneas alegrándose al tener una visión de Troya antes de su caída, como Adán girándose hacia el Edén. Es hermoso. Ese gran escritorio liso con sus delicados componentes enteramente a su servicio. La mullida alfombra psicosensitiva, tan útil y tan bella. La escultura móvil de bandas ondulantes, deslizándose fuera y dentro del domo, exponiendo a cada desplazamiento molecular las más recientes de sus posibles estructuras, cuyo número es ilimitado. Un despacho de hombre rico; siempre ha sido intransigente en la persecución de la elegancia. Ha ganado el derecho al lujo por medio de una inteligente utilización de sus talentos innatos. Girándose ahora en aquel maravilloso domo perdido para siempre, capta ávidamente aquel instante de satisfacción, sabiendo que muy pronto volverá a reproducirse ante él una amarga escena, una de las escenas de la aplastante oscuridad de su vida. ¿Pero cuál?

—Haga entrar a Coustakis —se oye decir, y sus palabras le dan la respuesta. Aquella escena. Va a revivir su propia destrucción. Sin duda no hay ninguna necesidad de someterle a esa repetición. La ha sufrido al menos siete veces; ya no más. Es una espiral de tormento infinito.

Coustakis es calvo, tiene ojos azules, una nariz ganchuda, la mirada desesperada de un hombre que se acerca al final de su primer ciclo y que no está aún seguro que se le vaya a conceder un segundo. Skein piensa que debe tener unos setenta años. El hombre es desagradable: viste sin elegancia, avanza a pasitos bruscos y agresivos, y muestra en cada gesto y cada mirada que hierve de celos a la vista de la opulencia que rodea a Skein. Skein no siente ninguna necesidad de apreciar a sus clientes, de todos modos. Tan sólo de respetarlos. Y Coustakis es un hombre brillante; hay que respetarlo.

—Mi equipo, incluso yo personalmente, hemos estudiado muy atentamente su proposición —dice Skein—. Es un plan muy audaz.

—¿Están dispuestos a ayudarme?

—Corro grandes riesgos —hace notar Skein—. Nissenson tiene una personalidad muy fuerte. Y usted también. Podría resultar afectado. El concepto mismo de la sinergía implica un riesgo para el Coordinador. Mis tarifas están calculadas en consecuencia.

—Todos sabemos que un Coordinador cuesta caro —gruñe Coustakis.

—Yo no soy caro. Pero pienso que usted puede satisfacerme. La cuestión es saber si yo podré a mi vez satisfacerle a usted.

—Es usted críptico, señor Skein. Como todos los oráculos.

—Temo no ser un oráculo —sonríe Skein—. Apenas un elemento conductor a través del cual se realizan contactos. No puedo prever el futuro.

—Puede usted evaluar las posibilidades.

—Tan sólo en lo que a mi concierne. Y puedo llegar a evaluaciones equivocadas.

Coustakis se agita.

—Entonces, ¿van a ayudarme?

—Mi tarifa —dijo Skein— es medio millón ahora, y un quince por ciento en la sociedad que vaya a fundar usted gracias a los contactos que le proporcionaré.

Coustakis se muerde el labio inferior.

—¿Tanto como eso?

—Tenga en cuenta que voy a tener que repartirlo con Nissenson. Los consultantes como él son muy caros.

—Ya lo veo. Un diez por ciento.

—Le ruego me disculpe, señor Coustakis. Creía realmente que habíamos superado la etapa de las negociaciones en esta transacción. Tengo un día muy atareado, de modo que...

Skein desliza una mano por encima de un rectángulo negro encastrado en su escritorio, y una parte del suelo se abre silenciosamente, revelando el acceso al ascensor. Hace un gesto en aquella dirección. La alfombra revela los colores de los pensamientos de Coustakis: el negro de la cólera, el verde de la ambición, el rojo de la inquietud, el amarillo del miedo, el azul de la tentación, todos ellos mezclados en un cambiante dibujo que traiciona los cálculos que se están efectuando en su cerebro. Coustakis va a aceptar. Sin embargo, Skein permanece de pie, mostrándole la puerta, haciendo ademán de acompañar a su visitante.

—¡Está bien! —estalla Coustakis—. ¡Un quince por ciento!

Skein ordena a su escritorio que eyecte un cubo contrato.

—Coloque su mano aquí, por favor —le dice a Coustakis, y en el momento en que éste toca el cubo aprieta su propia palma contra la cara opuesta. Inmediatamente, la superficie lisa y cristalina del cubo se oscurece y se vuelve rugosa, bombardeada por la doble emisión sensitiva.

—Repita detrás de mí —dice Skein—. Yo, Nicholas Coustakis, cuya huella manual y cuya estructura vibratoria quedan impresas en este contrato al mismo tiempo que hablo...

—Yo, Nicholas Coustakis, cuya huella manual y cuya estructura vibratoria quedan impresas en este contrato al mismo tiempo que hablo...

—...hago cesión, conscientemente y de buen grado a la Sociedad John Skein, en pago de los servicios profesionales que por la misma me serán prestados, de una participación en la Empresa de Transportes Coustakis o cualquier otra empresa que la suceda...

—...hago cesión, conscientemente y de buen grado...

Siguen hablando, uno detrás del otro, dando una descripción de la Empresa Coustakis y de la naturaleza irrevocable de la participación de Skein en esta sociedad. Luego Skein archiva el cubo contrato y dice:

—Si telefonea a su banco y hace la transferencia de la suma estipulada en nuestra transacción, estableceré contacto con Nissenson y podremos empezar.

—¿Medio millón?

—Medio millón.

—Usted sabe que no tengo tanto dinero en el banco.

—No perdamos el tiempo, señor Coustakis. Posee usted bienes. Puede hipotecarlos. Un crédito se obtiene fácilmente.

Con aire ceñudo, Coustakis solicita un préstamo sobre sus bienes, lo obtiene, transfiere los fondos a la cuenta de Skein. Todo esto toma ocho minutos; Skein utiliza este tiempo para estudiar de nuevo el perfil sensitivo de Coustakis. Le disgusta tener que ejercer presiones económicas tan sórdidas, pero después de todo el servicio que ofrece le expone a peligros, y debe cubrir los riesgos con fuertes garantías previniendo el caso que ocurriera alguna desgracia.

—Ahora podemos empezar —dice Skein, cuando la transacción queda ultimada.

Coustakis casi ha inventado un sistema de transporte instantáneo y económico de la materia. Desgraciadamente, jamás será útil para los seres vivos, ya que el proceso implica la destrucción del material que es enviado y su reconstitución virtualmente simultánea en otro lugar. La frágil entidad que es la mente no puede resistir el fulgurante impacto del haz de electrones provocado por el transmisor de Coustakis. Pero sus posibilidades son inmensas en el campo de los transportes de mercancías; el transmisor de Coustakis podrá enviar coles a Marte, computadoras a Plutón, y, una vez instalados los terminales, deberá ser capaz de alcanzar los planetas habitados de los otros sistemas.

De todos modos, Coustakis aún no ha puesto perfectamente a punto su sistema. Durante cinco años ha estado batallando con un problema insoluble: mantener el haz consistente entre el emisor y el receptor. La difusión del rayo ha hecho fracasar la mayor parte de sus experimentos; una desviación marginal trae como resultado la pérdida de parte de las informaciones transmitidas, de tal modo que lo que se envía llega invariablemente incompleto. Coustakis ha gastado todo su dinero en la vana búsqueda de una solución, y finalmente se ha visto obligado a dar el desesperado y costoso paso de pedir ayuda a un Comunicador.

A cambio de un precio convenido, Skein le pondrá en contacto con alguien que puede resolver su problema. Skein tiene una red de consultantes en varios mundos, expertos en tecnología, en finanzas, en filología y en casi todas las demás materias. Utilizando su propia mente como centro de coordinación, Skein abrirá una comunión telepática entre Coustakis y uno de sus consultantes.

—Sitúen a Nissenson en estado receptivo —ordena a su escritorio.

Coustakis, parpadeando rápidamente, visiblemente incómodo, dice:

—Antes, acláreme algo. Ese hombre, ¿verá todo lo que hay en mi mente? ¿Tendrá acceso a mis secretos personales?

—No. No. Filtro la comunión con el mayor cuidado. Nada pasará de su mente a la de él, excepto la naturaleza del problema que usted quiere que le resuelva. Y nada pasará de la de él a la de usted excepto la respuesta.

—¿Y si no hay ninguna respuesta?

—La habrá.

Skein no devuelve el precio convenido en caso de no tener éxito, pero nunca ha sufrido ningún fracaso. Por principio ya no acepta casos en los que se hace evidente la imposibilidad de resolverlos. O Nissenson verá la solución que busca Coustakis, o le hará una sugerencia que conducirá a Coustakis a descubrir esta solución por sí mismo. La comunión telepática es el elemento fundamental. Una serie de discusiones suplementarias no conducirían a ningún lado. Coustakis y Nissenson podrían estudiar las posibles soluciones durante meses, hacer uso de ordenadores durante años, debatir juntos las dificultades durante decenios, sin hallar ninguna respuesta. Pero la comunión crea una sinergía de mentes que es más importante que una simple suma de las facultades de los dos cerebros. Es una unión de intuiciones, un factor multiplicador que siempre da como resultado el místico destello de la revelación, el salto del intelecto.

—¿Y si utiliza los resultados de esta conexión en provecho propio? —pregunta Coustakis.

—Nuestros contratos se lo prohíben —dice enérgicamente Skein—. No hay la menor posibilidad. Empecemos inmediatamente. Ahora.

El escritorio comunica que Nissenson, al otro extremo del mundo, en Sao Paulo, está preparado. El talento de Skein no varía con la distancia. Sumerge rápidamente a Coustakis en condición receptiva y se gira para observar las brillantes luces de sus unidades de acceso de datos. Aquellas pequeñas lucecitas, parpadeantes y brillantes, despiertan su talento, palpitan al ritmo eléctrico de su cerebro hasta que se eleva al nivel suficiente para permitir establecer una comunión. A medida que aumenta, el otro Skein que está mirando, el prisionero temporal oculto tras su frente, hace frenéticos esfuerzos para impedirle realizar el acto fatal. Detente. Detente. Vas a sobrecargarte. Son demasiado fuertes para ti. Pero es más fácil detener a un planeta en su órbita. El curso del pasado es inamovible; todo aquello ya ha ocurrido; el Skein que en silencio grita su sufrimiento no es más que un observador, necesariamente pasivo, que está allí tan sólo para ver mutilarse a sí mismo.

Skein conecta a Nissenson a uno de los nódulos de su mente. Conecta a Coustakis a otro. Luego, suavemente, los pone en contacto.

No hay ningún medio de prever la intensidad de las fuerzas que dentro de un momento van a pasar por su cerebro. Ha hecho todo lo que podía, verificando los perfiles de personalidad de su cliente y del consultante, pero esto no le proporciona mucha información. Lo que tanto Coustakis como Nissenson pueden ser en tanto que individuos importa poco; es en lo que pueden convertirse una vez en comunión a lo que hay que temer. La intensidad sinérgica es imprevisible. Ha vivido durante un ciclo y medio con la posibilidad de ver su cerebro abrasado.

El contacto se establece.

Skein observador se estremece e intenta protegerse contra el shock. Pero no hay ninguna forma de escapar. De la mente de Coustakis llega la descripción del transmisor de materia con una exposición muy clara del problema de la difusión del rayo; Skein pasa todo aquello a Nissenson, que inmediatamente se dedica a buscar una solución. Pero cuando sus dos mentes se unen, Skein se da cuenta inmediatamente que no podrá controlar sus fuerzas aunadas. Esta vez, la sinergía va a destruirle. Pero no puede retirarse; no existe ningún cortacircuito mental. Está atrapado, empalado. La entidad Coustakis/Nissenson no va a soltarle, puesto que esto traería consigo su propia destrucción. Una oleada de energía mental se derrama abrumadoramente a lo largo del vector de comunión, de Coustakis hacia Nissenson, y rebota para regresar, palpitante, más fuerte aún, de Nissenson hacia Coustakis. Se establece una oscilación frenética. Skein se da cuenta de lo que está sucediendo: se ha convertido en el amplificador de su propio destino. El torrente de energía continúa ganando potencia cada vez que regresa de Coustakis a Nissenson, de Nissenson a Coustakis. Impotente, Skein ve cómo el efecto de acumulación de energía está creando una carga formidable. Y la descarga no tardará en producirse, y es él quien va a recibirla. ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo? El juggernaut llena los corredores de su mente. Ya no sabe cuál extremo del circuito es Nissenson y cuál es Coustakis; no capta más que dos brillantes muros de poder mental entre los cuales él se vuelve cada vez más y más delgado, un hilo vibrante de personalidad que se calienta, se calienta, ahora empieza a brillar, desprende una gran cantidad de calor, con partículas de identidad huyendo de él como otros tantos iones liberados...

Luego se descubre yaciendo en el suelo de su despacho, paralizado, con el rostro convulsivamente apretado contra la alfombra psicosensitiva, mientras Coustakis, arrodillado junto a él, grita incoherentemente:

—¿Skein? ¿Skein? ¿Skein? ¿Skein?

Como cualquier otro aparato cronométrico, nuestros relojes internos están sujetos a sus propios desórdenes particulares y, pese a la gran concordancia que existe entre el tiempo personal y el tiempo general, a resultas de un simple descuido pueden producirse divergencias. Mach hace notar que, si un doctor concentrara su atención en la sangre de un paciente, podría tener la impresión que ésta brotaba incluso antes que el bisturí llegara a tocar la piel y, por idénticas razones, ante dos estímulos simultáneos, el más débil es generalmente el que es percibido más tarde... Una vida normal exige la capacidad de recordar las experiencias en orden de mayor a menor importancia antes que en el que se han desarrollado. Además, exige que nuestros recuerdos potenciales sean razonablemente accesibles a la consciencia. Esos recuerdos potenciales no significan tan sólo una perpetuación en nosotros de las representaciones del pasado, sino también una incesante reacción entre esas representaciones y la incesante entrada de nuevas informaciones procedentes del mundo exterior. Al igual que nuestro pasado puede hallarse al servicio de nuestro presente, nuestro presente puede ser controlado a distancia por nuestro pasado. Utilizando las palabras de Shelley: «La Memoria es rápida como el Pensamiento y golpea como la serpiente.»

—¿Skein? ¿Skein? ¿Skein? ¿Skein?

La botella está abierta y alguien le ayuda a salir. Su cabina está llena de intrusos. Skein reconoce al robot del capitán, al médico y a algunos pasajeros, al curtido hombrecillo de Pingalore y a la mujer de Globe Quince. La puerta de la cabina está abierta y sigue entrando más gente. El médico hace un gesto como si quisiera abofetearle, y una nube cegadora de partículas blancas y metálicas flota alrededor de la cabeza de Skein. La ligera sensación de zumbido y de cosquilleo le devuelven a la consciencia.

—No ha respondido usted cuando la botella le anunció que habíamos pasado la zona de peligro —declaró el médico—. Hemos atravesado el canal.

—¿La travesía se ha realizado sin problemas? Estupendo. Estupendo. Me he debido quedar dormido.

—Si quiere pasar por la enfermería, por favor..., se trata tan sólo de una verificación de rutina..., una pasada por el diagnostat...

—No, no. ¿Quieren irse todos, por favor? Estoy completamente bien, se lo aseguro.

A regañadientes, murmurando al respecto, abandonan la estancia. Skein bebe un largo trago de agua fría hasta que siente que su cabeza se aclara de nuevo. Se planta firmemente de pie en medio de la cabina, intentando captar la menor sensación de movimiento hacia adelante. La nave avanza ahora a unos veinticinco millones de kilómetros por segundo. ¿Qué representan veinticinco millones de kilómetros? ¿Qué representa un segundo? Para ir de Roma a Nápoles se necesitaba toda una mañana por la autopista. De Tel-Aviv a Jerusalén se necesitaba desde el crepúsculo hasta la noche cerrada. Se requería todo el tiempo comprendido entre la comida y la cena para ir de San Francisco a San Diego, por el superpod. En cambio, ahora, mientras muevo mi pie tan sólo unos centímetros hacia adelante atravesamos veinticinco millones de kilómetros. ¿De dónde a dónde? ¿Y para qué? Hace veintiséis meses que no ve la Tierra. Cuando este viaje termine, los últimos restos de sus finanzas habrán quedado agotados. Tal vez se vea en la necesidad de establecerse en el sistema de Abbondanza; no tiene billete de regreso. Pero pese a todo sí puede desplazarse contra su voluntad dentro de su propio cráneo, saltando de un punto a otro a lo largo de la línea temporal, en las garras de las fugas.

Sale rápidamente de su cabina y se dirige al salón.

La nave es un crucero de segunda clase, ni demasiado lujoso ni decrépito. Lleva una veintena de pasajeros, la mayor parte de los cuales, como él, efectúan el viaje sin billete de regreso. No ha hablado directamente con ninguno de ellos, pero les ha oído muchas veces en el salón, y en estos momentos podría colgarle a cada uno su biografía personal carente de interés. La mujer que acude a reunirse con su marido convertido en pionero, y al que no ha visto desde hace cinco años. El muchacho que vive de asignaciones y al que le han ordenado que ponga como mínimo una distancia de diez mil años luz entre él y sus padres. El empresario de ojos brillantes, un comerciante fenicio con sesenta siglos de retraso con respecto a su época, que quiere edificarse un imperio como intermediario de intermediarios. Los turistas. El burócrata. El coronel. Skein destaca claramente entre aquella colección: es el único que no ha realizado ningún esfuerzo para conocer ni para ser conocido, y el misterio de su aislamiento los mantiene en ascuas.

Lleva su depresión como un bocio amarillento, colgante y arrugado. Cuando sus ojos tropiezan por accidente con los de alguno de los demás pasajeros, parecen decir en silencio: ¿Ven mi deformidad? Soy mi propio superviviente. He sido destruido, y he vivido para ver de nuevo mi propia destrucción. Una y otra vez. Antes era un hombre saludable, fuerte. Mírenme ahora. Pero no he pedido vuestra piedad, ¿comprenden?

Inclinado sobre la barra del bar, Skein pulsa un botón para pedir un ron filtrado. Su bebida llega, y con ella el muchacho de las asignaciones, elegante, joven, insinuante. Guiña confidencialmente un ojo a Skein, como diciéndole: Lo sé. Tú también estás huyendo.

—Es usted de la Tierra, ¿no? —le pregunta a Skein.

—Lo era.

—Me llamo Pid Rocklin.

—John Skein.

—¿Qué hacía usted allá abajo?

—¿En la Tierra? —pregunta Skein, y se alza de hombros—. Era Comunicador. Lo dejé hace cuatro años.

—Oh —dice Rocklin, encargando una bebida—. Es un buen oficio, si uno posee el don.

—Yo poseía el don —dice Skein. Ese verbo en pasado, que no acentúa en exceso, es el máximo de autocompasión que se permitirá. Bebe su vaso, y encarga otro. Sobre el bar, una reluciente pantalla muestra el espacio, vacío aquí, más allá del Canal de Panamá, donde ayer había aún un millón de soles brillando sobre aquel fondo de ébano. Skein imagina poder oír el silbido de las moléculas que se deslizan sobre el casco a ochenta luces. Las ve como manchas brillantes, de millones de kilómetros de largo, haciendo ¡zip!, y ¡zip!, y¡zip!, mientras la nave continúa avanzando. De repente se ve rodeado por una niebla púrpura y se hunde tan rápidamente en una fuga futura que ni siquiera tiene tiempo de oponerle su habitual y fútil resistencia.

—¡Hey! ¿Qué le ocurre? —dice Pid Rocklin, avanzando hacia él—. ¿Se siente usted...? —y Skein abandona el Universo.

Está en un mundo que cree es Abbondanza VI, y su familiar compañero, el hombre calavérico, está a su lado, a la orilla de un mar anaranjado oleoso. Inician una vez más su discusión sobre el tiempo. El hombre calavérico debe tener como mínimo ciento veinte años; se diría que su piel cuelga sobre sus ojos, como si jamás hubiera sustentando carne, y su rostro es todo fosas nasales y brillantes ojos. Huesudas órbitas, angulosos pómulos, un cráneo abultado y calvo. Su cuello, no más grueso que la muñeca de un brazo, emerge de unos hombros que son todo arrugas.

—¿No te darás nunca cuenta que la casualidad no es más que una ilusión, Skein? —dice—. La noción que uno puede tener de una serie consecutiva de acontecimientos no es más que un engaño. Imponemos unas formas a nuestras vidas, hablamos de la flecha del tiempo, decimos que se desliza de A a G, luego de Q hasta Z, establecemos la creencia que todo es lineal. Pero es falso, Skein. Es falso.

—Siempre me has dicho lo mismo.

—Siento la obligación de despertar tu mente a la verdad. G puede llegar antes que A, y Z antes que ambas. A la mayor parte de nosotros no nos gusta verlo de esta manera, de modo que arreglamos las cosas según una sucesión que nos parece más lógica, al igual que un novelista situará el motivo antes del crimen, y el crimen antes del arresto. Pero el Universo no es una novela. No podemos obligar a la naturaleza a imitar el arte. Todo ocurre al azar, Skein, al azar, ¡al azar! Observa. ¿Ves esto que deriva en el mar?

Las anaranjadas olas arrastran el abotagado cadáver de un animal azulado y peludo. Unos ojos tristes muy abiertos, un hocico flácido, unos miembros rígidos. ¿Por qué no está hinchado de agua ahora? ¿Qué es lo que lo mantiene en la superficie?

—El tiempo es un océano —dice el hombre calavérico—, y los acontecimientos derivan hacia nosotros tan fortuitamente como los animales muertos sobre las olas. Nosotros los filtramos, tamizamos aquello que nos parece que no tiene sentido, y nuestra consciencia los admite en lo que parece ser su adecuada sucesión —se echa a reír—. ¡El gran fraude! El pasado no es más que una serie de filmes deslizándose imprevisiblemente hacia el futuro. Y viceversa.

—No puedo aceptar esto —se obstina Skein—. Es una teoría demoníaca, caótica y nihilista. Es idiota. ¿Tenemos cabellos grises antes de ser niños? ¿Morimos antes de nacer? ¿Los árboles se vuelven semillas? Puedes negar la linealidad del tiempo tanto como quieras. No lo aceptaré.

—¿Puedes seguir diciendo esto después de todo lo que te ha pasado?

Skein inclinó la cabeza.

—Seguiré diciéndolo. Lo que me ha ocurrido es una enfermedad mental. Quizá yo esté loco, pero el Universo no lo está.

—Al contrario. Tan sólo ahora tu mente ha sanado y has comenzado a ver las cosas tal como son en realidad —insiste el hombre calavérico—. Lo malo es que te niegas a admitir la evidencia que has comenzado a sentir. ¡Tus filtros ya no funcionan, Skein! ¡Te has liberado de la ilusión de la linealidad! Ahora tienes una posibilidad de mostrar la ductilidad de tu mente. Aprende a vivir con la auténtica realidad. Deja de querer imponer estúpidamente un orden artificial al fluir del tiempo. ¿Por qué debe el efecto seguir a la causa? ¿Por qué la semilla no debe seguir al árbol? Porque sigues aferrándote a un despreciable sistema de falsa evaluación de la experiencia, inútil y superado, pese a que has conseguido liberarte de...

—¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate!

—¿... bien, Skein?

—¿Qué ha ocurrido?

—Ha estado usted a punto de caerse de su taburete —dice Pid Rocklin—. Se ha puesto muy pálido. He creído que le había dado algún tipo de ataque.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

—Oh, tres o cuatro segundos, imagino. Le he sujetado para que no cayera, y ha vuelto a abrir los ojos. ¿Quiere que le acompañe a su cabina? Aunque sería mejor que fuera a la enfermería.

—Perdone —dice Skein con voz ronca, y abandona el salón.

Cuando comenzaron las alucinaciones, poco después de la sobrecarga de Coustakis, al principio creyó que se trataba de problemas de memoria provocados por la terrible sacudida que había sufrido. La mayor parte de ellas reproducían muy claramente escenas de su pasado, que revivía durante los momentos de las fugas con una intensidad tal que tenía la impresión de ser enviado hacia atrás en el tiempo. No se trataba exactamente de recordar, sino que revivía la experiencia del pasado, siguiendo un guión del que no podía cambiar nada mientras hablaba, actuaba y reaccionaba. Aquella serie de extrañas incursiones en su memoria podían ser explicadas bastante fácilmente: su cerebro había resultado dañado, y viejos fragmentos de experiencia surgían a la superficie en un esfuerzo por desembarazarse de los restos provocados por el choque y cicatrizar las heridas. Pero así como las vueltas hacia atrás eran comprensibles, los saltos hacia adelante no lo eran en absoluto, y no las reconoció en ningún momento por lo que eran. Aquellas escenas en las que vagaba entre mundos extraños, aquellas fantasmagóricas conversaciones con personas a las que jamás había visto, aquellas visiones de cabinas de cruceros espaciales, aquellas salas de tránsito, aquellos hoteles poco familiares y aquellas estaciones terminales de líneas interestelares le parecía que eran tan sólo fantasmas, ilusiones que surgían al azar de su cerebro mutilado. Incluso cuando comenzó a darse cuenta que aquellas fugitivas miradas a lo desconocido poseían una estructura consistente no captó la verdad. Se veía a sí mismo realizar una especie de investigación, o quizá una peregrinación; aquellos fragmentos de vida no vivida que podía observar comenzaron a formar un conjunto coherente de viajes y de investigación. Y algunas escenas y algunas conversaciones se reproducían, a veces varias veces en un mismo día, y el guión era siempre el mismo, tan exacto que terminó por saber algunas de ellas palabra por palabra. Pese a la sólida consistencia de aquellos episodios, persistió en considerarlos como simples y breves fragmentos de pesadillas. No podía comprender por qué la herida recibida en su cerebro provocaba en él aquellos sueños despiertos de largos viajes espaciales y de planetas desconocidos, tan nítidos y momentáneamente tan reales, aunque no le parecieran más horribles que los retrocesos al pasado.

No fue hasta varios meses después del incidente con Coustakis que la verdad le alcanzó. Un día se halló presa de un episodio que consideraba como uno de sus fantasmas. Era un pasaje menor que ya había experimentado, totalmente o en parte, siete u ocho veces. En aquellas súbitas alucinaciones, se encontraba en un jardín público, en una soleada mañana de primavera, de pie ante un enorme edificio barroco, mientras un grotesco grupo de turistas no humanos pasaba junto a él en una gruñente y chirriante procesión de escafandras de inhalación, ruedas respiratorias y máscaras dispersadoras de iones. Eso era todo. Pero una citación a causa de una demanda judicial le obligó a trasladarse a una ciudad de Carolina del Norte, unos catorce meses después de la sobrecarga y, tras haberse presentado a la corte, se dedicó a pasear largamente por la sucia y decrépita metrópoli y llegó, como por arte de encantamiento, ante una enorme puerta de metal tras la cual pudo ver un denso y oscuro bosque: robles, rododendros y magnolias, plantados de modo elegante y formal. Una placa situada cerca de la puerta decía que era propiedad de un millonario del siglo XIX, ahora abierta al público y preservada en su estado original, pese a los empujes del crecimiento de la ciudad. Skein compró una entrada e ingresó, siempre a pie, paseando durante lo que le parecieron kilómetros por los frescos senderos cercados de hojas, hasta llegar a un recodo y emerger a la deslumbrante luz del sol, hallándose ante la masa gris de una colosal mansión, de más de cien habitaciones, tras una ornamentada fachada llena de columnas, con un masivo pórtico de donde descendía una gran escalinata en espiral. Avanzó estupefacto, ya que se trataba del edificio que había visto tantas veces en su ilusión, y mientras se acercaba vio las formas rojas, verdes y púrpuras que atravesaban el pórtico, aquellos personajes retorcidos, hinchados bajo las envolturas de sus trajes, aquella extraña horda de visitantes extraterrestres venidos a observar las maravillas de la Tierra. Cabezas sin ojos, ojos sin cabezas, con numerosos miembros o con ninguno, cuerpos como tumores y tumores que eran en realidad cuerpos, toda la imaginación del Universo manifestada en aquellas formas de vida aglomeradas, tan extrañas y que sin embargo le parecían tan familiares. Pero esta vez no se trataba de una alucinación. Aquella escena encajaba perfectamente en la sucesión de acontecimientos que componían aquel día, en lugar de irrumpir como un sueño inoportuno. Y no se desvaneció tras algunos instantes: la escena permaneció, nítida y clara, sin devolverle a la vida «real». Aquella era la auténtica realidad, y él ya la había vivido.

Tales cosas le ocurrieron de nuevo otras dos veces en las siguientes semanas, hasta que finalmente tuvo que aceptar la verdad en lo relacionado a sus fugas: estaba sujeto tanto a los saltos al futuro como a los saltos al pasado, y lo que percibía eran fragmentos de su propio mañana.

T'ang, el gran rey del Shang, preguntó a Hsia Chi:

—Al principio, ¿había ya cosas individuales?

—Si no hubiera habido cosas entonces —respondió Hsia Chi—, ¿cómo podría haberlas ahora? Si las próximas generaciones pretendieran que no había nada en nuestra época, ¿tendrían razón?

—Entonces, ¿las cosas no tienen antes ni después? —preguntó T'ang.

Y Hsia Chi respondió:

—Los fines y los orígenes de las cosas no tienen límites a partir de los cuales sean definidas. El origen de una cosa puede ser considerado como el fin de otra; el fin de una cosa puede ser considerado como el origen de la próxima. ¿Quién puede hacer una clara distinción entre esos ciclos? No podemos saber lo que hay después de todas las cosas y antes de todos los acontecimientos.

Alcanzan y atraviesan la estación propulsora de tránsito de Perseo, que es una torbellineante anomalía celeste similar al Canal de Panamá, aunque no tan potente, y que aumenta la velocidad de la nave hasta algo más de cien luces. Es la última aceleración del viaje; la nave mantendrá esta velocidad durante dos días y medio, hasta que pase por Scylla, el principal centro de desaceleración en esta parte de la galaxia, donde se sumergirá en un esponjoso campo de fuerza de veinte minutos luz de diámetro y frenará a una velocidad sublumínica para entrar en el sistema de Abbondanza.

Skein pasa casi todo este tiempo en su cabina, comiendo muy raramente y durmiendo poco. Lee casi constantemente, tomando obsesivamente de la considerable biblioteca de la nave un enorme y heteróclito montón de libros. Rilke. Kafka. Eddington, The Nature of The Physical World. Lowry, Hear Us O Lord From Heaven Thy Dwelling Place. Elias. Razhuminin. Dickey. Pound. Fraisse, La Psicología del Tiempo. Greene, Dream and Delusion, Poe. Shakespeare. Marlowe. Tourneur. The Waste Lana. Ulysses. Heart of Darkness. Bury, The Idea of Progress. Jung. Buchner. Pirandello. La Montaña Mágica. Ellis. The Rack. Cervantes. Benheim. Fierst. Keats. Nietzsche. Su mente está llena de imágenes y de pasajes de poemas, en cuya superficie flotan fragmentos de diálogos y de dialéctica sin fundamento. Se sumerge brevemente en cada obra, como una polilla persiguiendo la luz. Las palabras forman una escamosa costra en la superficie interna de su cráneo. Considera que aquella pesada sobredosis literaria le ayuda en cierto modo a rechazar las fugas; su mente se siente agobiada, atada quizás a la movediza línea del presente por aquella inerte masa de genio prestado, y durante su frenético acceso de lectura se da cuenta que se desliza fuera de esta línea mucho más raramente que en el próximo pasado. Su mente gira y gira. El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el Superhombre..., una cuerda por encima de un precipicio. Mi paciencia está llegando al límite. ¡Mira, mira dónde la sangre de Cristo se derrama al firmamento! Una sola gota salvaría mi alma. No pensé que la muerte hubiera destruido tanto. Esos fragmentos que he tomado para sostener mis ruinas. Hoogspanning. Levensgevaar. Peligro de Muerte. Electricidad. Danger. Dame mi lanza. Viejo Padre, viejo artesano, ayúdame, ahora y siempre. ¿Te gusta este jardín? ¿Porque es tuyo? ¡Nosotros rechazamos a aquellos que destruyen! Y entonces descendieron hasta la nave, lanzaron la quilla contra las olas y avanzaron por el divino mar. No hay ninguna teoría «oficial» del tiempo, definida en los credos o reconocida universalmente por todos los cristianos. La cristiandad no se siente afectada por los aspectos puramente científicos de este tema ni, en gran medida, por su análisis filosófico, excepto en el sentido que éste está ligado a una visión fundamentalmente realista y por lo tanto no puede admitir, como hacen algunas filosofías orientales, que la existencia temporal no es más que una ilusión. Un estremecimiento profundo ante la visión del muro abatido, el techo y la torre en llamas, y Agamenón muerto. Majestuoso, el gordo Buck Mulligan aparece arriba en los peldaños, llevando un bol de jabón sobre el que hay un espejo y una navaja. ¿En qué profundos abismos o en qué lejanos cielos ardía el fuego de tu mirada? ¿Con qué alas se eleva? ¿Qué mano osará tomar ese brasero? Estos fragmentos que he tomado para sostener mis ruinas. Hieronymo está aún loco. Y me sentí como cualquier observador del cielo descubriendo un nuevo planeta. Recientemente se ha admitido también que el concepto físico de la información es idéntico al fenómeno de la inversión de la entropía. El psicólogo debe añadir aquí algunas observaciones: No me parece muy convincente afirmar que esta información es eo ipso idéntico a un poder de organización que deshace la entropía. Datta. Dayadhvam. Damyata. Shantih shantih shantih.

Sin embargo, cuando la nave ha rebasado Scylia y disminuye su velocidad hacia los planetas de Abbondanza, los períodos de fuga se hacen de nuevo más frecuentes, y se halla de nuevo atrapado en la trampa, oscilando entre las sombras fugitivas del ayer y las del mañana.

Tras la sobrecarga de Coustakis, intentó proseguir como antes, del mejor modo que pudo. Devolvió a Coustakis su dinero sin que este se lo hubiera exigido, ya que no le había sido de ninguna ayuda ni podría serlo nunca más. La transmisión instantánea de la materia debería esperar. Pero Skein tomó otros clientes. Conseguía siempre establecer las comuniones, en cierto modo, y cuando el asunto era particularmente fácil podía incluso producir una respuesta sinérgica muy adecuada.

Sin embargo, su trabajo era a menudo poco satisfactorio. Los contactos se interrumpían de pronto, o bien, por el contrario, sus filtros se debilitaban y dejaban deslizarse el contenido completo de la mente de su cliente a la de su consultante. Tales desastres le obligaron a hacer grandes gastos médicos, y le acarrearon algunas demandas. Se vio obligado a aceptar una condición: si no había sinergía, no había tampoco dinero. Y la mitad de las veces no recibía nada por sus esfuerzos. Pero sus gastos seguían siendo los de antes: su despacho en la cúpula, su red de consultantes, su equipo de investigación y todo lo demás. Sus tentativas de mantener su empresa hacían que las reservas bancarias que había mantenido para prevenir dificultades como las presentes se fundieran como hielo.

Nadie pudo detectar ningún deterioro orgánico en su cerebro. Por supuesto, se sabía tan poco acerca del don de los Comunicadores que era imposible determinar gran cosa por medio del análisis médico. Si no podían localizar el centro gracias al cual el Comunicador efectuaba sus comuniones, ¿cómo podían detectar el lugar que había sido dañado? Los archivos médicos no tenían ningún valor; había once casos precedentes de sobrecarga, pero cada uno de ellos era fisiológicamente único. Le dijeron que tal vez se curaría por sí mismo, y le despidieron. Algunos doctores le administraron tratamientos estúpidos: ejercicios de conteo, parpadear según un ritmo dado, saltar sobre la pierna izquierda, luego sobre la derecha, como si hubiera sufrido un ataque. Pero no se trataba de eso.

Durante un cierto tiempo fue capaz de mantener su negocio gracias a su reputación. Luego, cuando se empezó a saber que había sufrido un accidente y que ya no era tan bueno, los clientes dejaron de venir. Incluso la seguridad con respecto a que no iban a tener que pagar nada excepto en caso de éxito dejó de atraerles. Al cabo de seis meses se sentía feliz cuando tenía un cliente en toda una semana. Rebajó sus precios, y aparentemente esto no hizo más que empeorar las cosas, de modo que volvió a elevarlos casi hasta el nivel donde se hallaban en la época de la sobrecarga. Los asuntos marcharon un poco mejor por un breve tiempo, como si la gente tuviera la impresión que Skein estaba curado. Pero sus servicios seguían siendo imperfectos. Comuniones confusas y vacilantes, imprevistos saltos atrás, problemas de filtraje, insuficiencias de información o una sobreabundancia de intercambios.

—Contrate un seguro sobre su mente antes de ir a Skein —se comentaba ahora.

Las fugas vinieron a añadirse a sus dificultades profesionales.

Nunca sabía cuando las alucinaciones se iban a apoderar de él. Podía producirse durante una comunión, y de hecho se producía a menudo. Una vez se trasladó al momento de la comunión Coustakis-Nissenson, y ofreció a su aterrorizado cliente una repetición de su sobrecarga. Una vez, aunque no comprendió en aquel momento lo que le estaba ocurriendo, fue tomado por un salto al futuro y arrastró a su cliente con él a una jungla escarlata en un mundo de formaldehído, pero cuando Skein regresó a su presente el cliente se quedó en la jungla escarlata. Esta vez también hubo un proceso.

Los desplazamientos temporales le arrastraban a efectuar malas estimaciones. Aceptaba a clientes a los que no podía satisfacer, y perdía el tiempo con ellos. Rechazaba a gente a la que podría haber podido ayudar en su propio interés. Como ya no estaba firmemente anclado en su presente, sino presa de oscilaciones aleatorias en un período de una veintena de años en el pasado o en el futuro, perdió la gran perspicacia sobre la que había basado antes sus juicios profesionales. Su rostro se ajó, enflaqueció. En cuatro meses fue presa de un torbellino de dudas espirituales que le condujeron a una completa sumisión, luego a un rechazo total de la fe. Cambiaba de abogado casi cada semana. Vendió sus bienes en condiciones invariablemente catastróficas para pagar las facturas que se iban acumulando.

Un año y medio después de la sobrecarga, anuló oficialmente su registro y cerró su oficina. Los procesos por daños y perjuicios duraron aún seis meses. Finalmente, con el dinero que aún le quedaba, tomó un billete en un crucero espacial y partió en busca de un mundo con arena púrpura y árboles de hojas azules en el cual, a menos que sus fugas le hubieran jugado una mala pasada, debía poder hallar el medio de reparar su mente rota.

Ahora la nave ha vuelto al espacio convencional de cuatro dimensiones, y se arrastra hacia el planeta a casi la mitad de la velocidad de la luz. En las pantallas se delinea como un collar de estrellas; el espacio está lleno aquí. El capitán le señalará Abbondanza a cualquiera que se lo solicite: un sol color anaranjado, mayor que el de la Tierra, rodeado por una docena de puntos brillantes que son sus planetas. Los pasajeros se muestran muy excitados. Murmuran, ríen, hacen suposiciones, anticipan. Nadie permanece silencioso, excepto Skein. Es consciente de algunas relaciones amorosas: él mismo ha debido rechazar algunos ofrecimientos en los últimos tres días. Ha dejado de leer e intenta purgar su mente de todo lo que ha metido en ella. Las fugas han empeorado. Debe escribirse notas a sí mismo, recordándose cosas como: Eres un pasajero a bordo de una nave con destino a Abbondanza VI, donde llegarás dentro de unos días, a fin de no olvidar cuál de aquellas tres líneas temporales inextricablemente mezcladas es la verdadera.

De repente, está con Nilla en aquella isla en el golfo de México, a bordo de un pequeño bote de excursiones. El tiempo no pasa por aquel lugar, uno podía jurar que se hallaba casi en el siglo XX. Las cuerdas lacias y gastadas del aparejo. El abollado motor, convertido de combustión interna a turbina. Los bigotudos bandidos mexicanos que hoy serán sus guías. Nilla, enrollando nerviosamente su larga cabellera rubia y diciendo:

—¿No me marearé, John? El bote avanza directamente por sobre la superficie del agua, ¿no? ¿Ni siquiera planearé un poquito?

—Es terriblemente arcaico —dice Skein—. Por eso precisamente estamos aquí.

El capitán les ayuda a subir. Juan, Francisco, Sebastián. Hermanos. Los hermanos. Metros de blancos dientes reluciendo bajo sus colgantes bigotes. Con un horrísono rugido el bote se aleja del muelle. El pueblecito hecho de casas encaladas desaparece muy pronto de la vista, y avanzan a sacudidas hacia el este, a lo largo de la costa, con el agua verde de la orilla a su izquierda, el océano azul a la derecha. El sol matutino golpea con fuerza.

—¿Puedo tomar un baño de sol? —pregunta Nilla. Está poco segura de sí misma; él nunca la ha visto así, tan vacilante, tan nerviosa. México le ha quitado su aplomo neoyorkino.

—¿Por qué no? —dice Skein.

Ella deja caer sus ropas. Debajo no lleva más que un minúsculo pantaloncito de baño; sus pesados senos parecen blancos y vulnerables a la luz tropical, sus pequeños pezones tienen un color rosa pálido. Skein vaporiza sobre ella una loción protectora, y ella se tiende sobre el puente. Los hermanos la observan ávidamente y hablan entre sí en voz baja y gutural. No es español. ¿Maya, quizá? Aquí, los autóctonos no han conseguido aceptar nunca la desenvuelta desnudez de los turistas. Nilla, visiblemente molesta, se gira y se tiende boca abajo. Su larga y arqueada espalda reluce.

Juan y Francisco empiezan a gritar. Skein mira en la dirección que señalan. ¡Marsopas! Una docena de marsopas retozando ante la proa, justo delante del bote, saltando muy arriba y volviendo a caer con elegancia en el agua azul. Nilla lanza un grito de alegría y se precipita hacia la borda para contemplar mejor el espectáculo, cubriéndose los senos con los brazos.

—No tienes por qué hacer eso —murmura Skein. Pero ella sigue cubriéndose.

—Son adorables —murmura suavemente.

Sebastián se acerca a ellos.

—Amigos —dice—. Son amigos. Míos—. Las marsopas, brillando bajo el sol, desaparecen. El bote prosigue su marcha a sacudidas, acercándose a la magnífica orilla de la isla, desierta y sembrada de palmeras. Un poco más tarde echan el ancla, y él y Nilla se colocan sus gafas de buceo y van a nadar, admirando los jardines de coral. Cuando se izan de nuevo hasta el puente es casi mediodía. El sol difunde un calor tórrido.

—¿Comida? —pregunta Francisco—. ¿Una buena comida ahora?

—¡Me muero de hambre! —grita Nilla, riendo. Ya no oculta su cuerpo.

—Les prepararemos una buena comida —dice Francisco, sonriente, y él y Juan saltan por la borda. En la poco profunda agua, se les distingue claramente contra la blanca arena del fondo. Llevan fusiles de pesca submarina, y se sumergen conteniendo la respiración. Demasiado tarde, Skein se da cuenta de lo que están haciendo. Francisco extrae tras una roca una langosta que se debate furiosamente. Juan arponea un gran cangrejo de color pálido. Recoge también tres caracolas, asciende a la superficie, arroja sus presas por la borda. Francisco llega con la langosta. Los animales no están muertos; se arrastran lastimosamente sobre el puente a medida que se van desecando. Horrorizado, Skein se gira a Sebastián y le pide:

—Diles que paren. No tenemos tanta hambre como esto.

Sebastián, que está preparando una especie de ensalada, sonríe y se alza de hombros. Francisco ha traído otro cangrejo, más grande que el primero.

—¡No más! —dice Skein—. ¡Basta! ¡Basta!

Juan, chorreante, echa otras tres caracolas.

—Ustedes nos pagan bien —dice—. Nosotros les daremos una buena comida.

Skein agita la cabeza. El puente se convierte en un matadero para la vida del océano. Ahora, Sebastián está activamente ocupado con las caracolas, extrae su carne, y la deja caer en un gran bol para que se adoben en un líquido amarillo verdoso.

—¡Basta! —grita Skein. ¿Es esta la palabra exacta en español? Sabe que se dice así en italiano. Los hermanos parecen divertidos. El mar está lleno de vida, parecen decirle. Les daremos una buena comida. De repente, Francisco aparece trayendo algo inmenso. ¡Una tortuga! ¡Dieciocho, veinte kilos! La broma ha ido demasiado lejos.

—No —dice Skein—. Escuchen, tengo que prohibir esto. Esas tortugas son una raza casi extinta. ¿Comprenden? Muerto. Perdido. Desaparecido. No comeré tortuga. Échenla. Échenla.

Francisco sonríe. Agita la cabeza. Ata diestramente las aletas de la tortuga con una cuerda.

—No es para comer, señor. Es para nosotros. Para vender. Mucho dinero.

Skein no puede hacer nada. Francisco y Sebastián han comenzado a abrir los cangrejos y las langostas. Juan echa pimienta al bol donde se adoba la carne de las caracolas. Trozos de animales muertos jalonan el puente.

—¡Oh, me muero de hambre! —dice Nilla. Ahora se ha quitado también el pantaloncito de baño. La tortuga contempla toda aquella escena con sus redondos ojos. Skein se estremece. Auschwitz, piensa. Buchenwald. Para los animales, esto es Buchenwald cada día.

Arena púrpura, árboles de hojas azules. Un mar anaranjado que reluce un poco más lejos, al oeste, bajo un sol color limón.

—No está muy lejos —dice el hombre calavérico—. Puedes llegar hasta allí. Paso a paso.

—Estoy sin aliento —dice Skein—. Esas colinas...

—Yo tengo dos veces tu edad y no estoy cansado.

—Tú estás en mejores condiciones. Hace meses que viajo encerrado de nave en nave.

—Está muy cerca —dice el hombre calavérico—. A un centenar de metros de la playa.

Skein se obliga a continuar. El calor es horrible. Le cuesta caminar por la deslizante arena. Tropieza por dos veces con unas plantas negruzcas cuyas carnosas raíces forman un inextricable entretejido a pocos centímetros por debajo de la superficie de la arena; algunas retorcidas radículas emergen aquí y allá. Sufre incluso una breve fuga, un salto atrás de siete segundos a una estancia en Jerusalén. En alguna parte, en lo más profundo de su mente, se siente divertido: un salto atrás en un salto adelante. Alucinaciones concéntricas. Cuando emerge de nuevo, se pone en pie y se sacude la arena que mancha sus ropas. Diez pasos más adelante, el hombre calavérico se detiene y dice:

—Ahí es. Mira hacia abajo, hacia el pozo.

Skein ve un cráter en forma de embudo justo ante él. Debe tener unos cinco metros de diámetro al nivel del suelo, y la mitad al fondo, seis o siete metros más abajo. Lo que le impresiona es el hecho que el agujero está formado por una serie de círculos perfectos que forman un tronco de cono. Sus bordes son lisos y duros, casi vitrificados, y la arena tiene un color amarronado. En el pozo, apaciblemente tendido en el fondo plano, se halla algo que se parece a una ameba dorada del tamaño de un gato grande. Una hilera de ojos redondos de color negroazulado orla la joroba de su espalda. Un suave halo verde se difumina de todo su cuerpo.

—Desciende hasta él —dice el hombre calavérico—. La intensidad de su poder disminuye en función del cuadrado de la distancia; desde aquí ni siquiera puedes captarlo. Desciende. Deja que se ocupe de ti. Fusiónate con él. ¡Establece una comunión, Skein, establece una comunión!

—¿Y él va a curarme? ¿Para que pueda vivir como antes de todo esto?

—Si tú le dejas curarte, él lo hará. Esto es lo que desea hacer. Es un organismo completamente bienhechor. Es experto en reparar las mentes destrozadas. Déjalo entrar en tu cráneo; déjale descubrir el lugar dañado. Puedes tenerle confianza. Desciende.

Skein se estremece al borde del cráter. Abajo, la criatura ondula y se modifica, haciéndose primero ancha y aplastada, luego alta y gruesa, hasta reasumir finalmente su forma fundamentalmente circular. Su color aumenta en intensidad hasta el escarlata, y su halo se desliza hacia el amarillo. Como si se tensara y se ajustara a sí misma. Parece estar esperándole. Parece impaciente. Esto es lo que él ha buscado durante tanto tiempo, yendo de planeta en planeta. El hombre calavérico, la arena púrpura, el pozo, la criatura. Skein se quita sus sandalias. ¿Qué puedo perder? Permanece por unos instantes sentado al lado del pozo; luego se deja caer, deslizándose de tanto en tanto, y aterriza suavemente en el fondo, muy cerca de la criatura que está esperando. Inmediatamente capta su poder mental.

Penetra en la enorme y desolada caverna que es la catedral de Haghia Sophia. Algunos guías turcos aguardan apoyados contra las enormes columnas de mármol. Los turistas arrastran sus pies a derecha e izquierda, leyéndose mutuamente, esto y aquello de los pequeños manuales de hojas de plástico. Un rayo de luz penetra por alguna improbable abertura e ilumina el púlpito musulmán. Skein cree oír un repiquetear de campanas y sentir el picor del incienso en su nariz. ¿Pero cómo puede ser? Hace más de mil años que no se celebra aquí ningún rito cristiano. Un turco aparece ante él.

—¿Desea que le enseñe los mosaics? —dice Mosaics—. ¿Ayudarle a comprender este espléndido edificio? Un dólar. ¿No? ¿Quizá cambiar dinero? Le haré un buen cambio. Dólares, marcos, eurocréditos, cualquier moneda. ¿Habla usted inglés? ¿Le enseño los mosaics?

El turco desaparece. Las campanas suenan cada vez más fuerte. Una hilera de sacerdotes encorvados, vestidos con ropas de seda blanca, aparece tras el altar, cantando en..., ¿en qué? ¿en griego? El techo está incrustado de gemas. Las placas de oro brillan por todas partes. Skein percibe la gran complejidad de aquella catedral, que ahora hormiguea con vida, todo un universo sumergido en aquella penumbra, un millar de capillas donde se apelotonan los adoradores, largas hileras para orinar en las criptas, un mercadillo en el balcón, collares de joyas cambiando de manos en transacciones murmuradas, bebés naciendo tras los sarcófagos de alabastro, campanillas tintineando, duques que se saludan con una inclinación de cabeza, nubes de incienso caracoleando hacia la cúpula, los personajes de los mosaicos, redivivos, haciendo la señal de la cruz, sonriendo, enviando besos, y las columnas moviéndose ahora, hinchándose y empezando a oscilar, y toda la colosal estructura deslizándose y vacilando y fundiéndose. Y un ballet de turcos.

—¿Quiere ver los mosaics?

—¿Cambiar dinero?

—¿Postales? ¿Recuerdos de Estambul?

Y un rostro norteamericano, rubicundo y sudoroso:

—Usted es John Skein, ¿no? El Comunicador. Trabajamos juntos en el problema de la cámara de fusión, en el cincuenta y tres.

Y Skein que agita la cabeza.

—Debe usted equivocarse —dice en italiano—. No soy tal persona. Perdone. Perdone —y se une a la fila de los sacerdotes que cantan.

Arena púrpura, árboles de hojas azules. Un mar anaranjado bajo un sol color limón. Mirando desde la terraza superior de la terminal, una hora después del aterrizaje, Skein ve una hilera de torres hoteles bordeando la cercana playa. Inmediatamente nota que hay algo que no funciona: no debería haber hoteles allí. El planeta correcto no tiene tales torres; así, entonces, este no es tampoco el planeta correcto.

Una completa desorientación se apodera de él cuando intenta situarse en la cadena de acontecimientos. ¿Dónde estoy? A bordo de un crucero en dirección a Abbondanza VI.¿Qué es lo que veo? Un mundo que ya he visitado. ¿Cuál? El que tenía los hoteles. El tercero de siete, ¿no es así?

Ya ha visto antes este planeta, en sus saltos hacia adelante. Mucho antes de abandonar la Tierra para iniciar su búsqueda, contemplaba aquellos hoteles, aquella playa. Ahora vuelve a verlos en sus saltos hacia atrás. Esto le intriga. Tiene que intentar considerarse como un punto que se desplaza en el tiempo, contemplar la escena primero desde este punto de vista, luego desde el otro.

Examina su yo pasado en la terminal. Antes había sido su yo futuro. Qué confuso es todo, cómo se embrolla inútilmente.

—Busco a un viejo terrestre —dice—. Debe tener ciento o ciento veinte años. Su rostro se parece a una calavera..., nada de carne en él, realmente. Un hombre frágil. ¿No? Bueno, ¿puede decirme si este planeta posee una especie viva más o menos de este tamaño, una especie como una masa de gelatina dorada, que vive en pozos cerca de las playas y...? ¿No? ¿No? ¿Me dice que le pregunte a algún otro? Por supuesto. ¿Y quizá una habitación en un hotel? Puesto que he hecho todo este camino.

Comienza a sentirse cansado de ir a parar siempre a planetas equivocados. Qué absurdo, malgastar sus últimos recursos en la búsqueda de un mundo entrevisto en un sueño. Había creído que los planetas que poseían arenas púrpuras y árboles con hojas azules serían raros, pero no, en un universo infinito pueden encontrarse docenas de no importa qué, y ahora ha malgastado la mitad de su dinero y casi un año, visitando dos planetas y luego este sin descubrir lo que estaba buscando.

Va al hotel donde le han reservado una habitación. La playa está repleta de gentes tomando el sol, gentes que en su mayor parte vienen de la Tierra. «Escuchen», quiere decirles. «Tengo este problema con mi cerebro, una vieja herida, y me da esas visiones de mí mismo en el pasado y en el futuro, y una de esas visiones representa un lugar donde hay un hombre con un rostro como una calavera que me conduce hasta una especie de ameba que vive en un pozo y que puede curarme, ¿entienden? Y es un planeta donde hay una arena púrpura y árboles con hojas azules, exactamente como éste, y supongo que si busco durante mucho tiempo terminaré por encontrarlo, así como al hombre calavérico y a la ameba, ¿entienden? Y quizá este sea el planeta correcto después de todo, pero yo no estoy en la región adecuada. ¿Qué es lo que puedo hacer? ¿Qué esperanzas creen que puedo tener realmente?» Éste es el tercer mundo. Sabe que deberá visitar muchos otros antes de hallar el adecuado. ¿Pero cuántos? ¿Cuántos? ¿Y cuándo sabrá finalmente que lo ha hallado?

De pie en la playa, silencioso, siente la confusión apoderarse de él y se desliza a una fuga, y es proyectado a otro mundo. Arena púrpura, hojas azules. Un gordo y amigable cónsul pingaloriano.

—¿Un hombre calavérico? No, no puedo decir que conozca a nadie así.

¿Qué mundo es este?, se pregunta Skein. ¿Uno de los que ya he visitado, o uno de aquellos en los que aún no he estado? Se siente aturdido por las numerosas densidades de las alucinaciones. El pasado, el presente y el futuro forman como un nudo que le ahoga. Planos de realidad huyendo, secuencias de vida entremezclándose. Arena púrpura, hojas azules. ¿Qué planeta es? ¿Cuál entre tantos? ¿Cuál? Está de vuelta en la atestada playa. Un sol color limón. Un mar anaranjado. Está de vuelta en su cabina a bordo del crucero. Ve una nota escrita de su puño y letra: Eres un pasajero a bordo de una nave con destino a Abbondanza VI, donde llegarás dentro de unos días. Así entonces, todo no era más que una visión. Se siente desconcertado por todos esos mundos idénticos. Arena púrpura, árboles con hojas azules. Le gustaría saber cómo llorar.

En lugar de tener un cliente y un consultante para la comunión de hoy, Skein tiene dos clientes. Un hombre y una mujer, Michaels y la señora Schumpeter. La comunión es de una naturaleza insólitamente íntima. Michaels ha estado casado seis veces, y varios de sus matrimonios se han disuelto en circunstancias dolorosas. La señora Schumpeter, una mujer bastante rica, ama a Michaels, pero no tiene confianza en él; quiere echar primero una ojeada en su mente antes de posar su pulgar en el cubo matrimonial. Skein se encargará de ello. El pago ha sido hecho ya a su cuenta. Este tipo de negocios requiere unas ciertas precauciones. Si a ella no le gusta lo que halla en la mente de su pareja, puede que no se celebre el matrimonio, pero al menos Skein ya habrá cobrado.

Conecta a Michaels a un nódulo de su mente. La señora Schumpeter a otro. Skein abre sus filtros.

—Ahora van a encontrarse de nuevo por primera vez —les dice.

Michaels se precipita hacia ella. La señora Schumpeter se precipita hacia él. Skein no es más que el canal de comunicación. Por él pasan las ambiciones, las traiciones, los fracasos, el orgullo, los deterioros, las disputas, las mentiras, los celos, la generosidad, las vergüenzas y las locuras de aquellos dos seres humanos. Si lo desea, puede examinar los pecados más secretos de la señora Schumpeter y los deseos más tenebrosos de su futuro esposo. Pero nada de eso le importa. Ve tales cosas todos los días. No siente el menor placer en espiar a esos dos clientes. ¿Acaso un cirujano se excitaría ante la vista de las trompas de Falopio de la señora Schumpeter o del páncreas de Michaels? Skein se contenta con hacer su trabajo. Él no es un mirón, sino tan sólo un Comunicador. Se considera a sí mismo como un servicio público.

Cuando corta el contacto, tanto la señora Schumpeter como Michaels están anegados en lágrimas.

—¡Te quiero! —gime ella.

—¡Apártate de mí! —murmura él.

Arena púrpura. Hojas azules. Mar oleoso y anaranjado.

—¿No te darás nunca cuenta que la causalidad no es más que una ilusión, Skein? La noción que uno puede tener de una serie consecutiva de acontecimientos no es más que un engaño. Imponemos unas formas a nuestras vidas, hablamos de la flecha del tiempo, decimos que se desliza de A a G, luego de Q hasta Z, establecemos la creencia que todo es lineal. Pero es falso, Skein. Es falso.

—Siempre me has dicho lo mismo.

—Siento la obligación de despertar tu mente a la verdad. G puede llegar antes que A, y Z antes que ambas. A la mayor parte de nosotros no nos gusta verlo de esta manera, de modo que arreglamos las cosas según una sucesión que nos parece más lógica, al igual que un novelista situará el motivo antes del crimen, y el crimen antes del arresto. Pero el Universo no es una novela. No podemos obligar a la naturaleza a imitar el arte. Todo ocurre al azar, Skein, al azar, ¡al azar!

—¿Medio millón?

—Medio millón.

—Usted sabe que no tengo tanto dinero en el banco.

—No perdamos el tiempo, señor Coustakis. Posee usted bienes. Puede hipotecarlos. Un crédito se obtiene fácilmente.

Skein espera a que el inventor haya obtenido su préstamo.

—Ahora podemos empezar —dice, y ordena a su escritorio—: Sitúen a Nissenson en estado receptivo.

—Antes, acláreme algo —dice Coustakis—. Ese hombre..., ¿verá todo lo que hay en mi mente? ¿Tendrá acceso a mis secretos personales?

—No. No. Filtro la comunión con el mayor cuidado. Nada pasará de su mente a la de él, excepto la naturaleza del problema que usted quiere que le resuelva. Y nada pasará de la de él a la de usted excepto la respuesta.

—¿Y si no hay ninguna respuesta?

—La habrá.

—¿Y si utiliza los resultados de esta conexión en provecho propio?

—Nuestros contratos se lo prohíben. No hay la menor posibilidad. Empecemos inmediatamente. Ahora.

—¿Skein? ¿Skein? ¿Skein? ¿Skein?

El viento empieza a soplar. La arena, arrastrada, tiñe el cielo de gris. Skein asciende la pared del pozo y se tiende en su borde, jadeante. El hombre calavérico le ayuda a levantarse.

Skein ha visto ya cientos de veces esas mismas imágenes.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunta el hombre calavérico.

—Extraño. Bien. Mi cabeza parece aclararse.

—¿Ha habido comunión?

—Oh, sí. Sí.

—¿Y?

—Creo que estoy curado —dice Skein, maravillado—. Mi fuerza ha vuelto. Antes, ¿sabes?, me sentía realmente disminuido, una miniversión de mí mismo. Y ahora. Y ahora. —Proyecta hacia adelante una de sus terminaciones mentales. Encuentra la mente del hombre calavérico. Skein tiene la sensación de una pared opaca: puede tocar la mente del otro, pero no puede penetrar en ella—. ¿Tú también eres un Comunicador? —pregunta, sorprendido.

—En un cierto sentido. Sé que me estás tocando. Te sientes mejor, ¿no?

—Mucho. Mucho. Mucho.

—Te lo había dicho. Ahora tienes una nueva oportunidad, Skein. Tu talento te ha sido devuelto. Gracias a nuestro amigo en el pozo. Le gusta ayudar a la gente.

—¿Skein? ¿Skein? ¿Skein? ¿Skein?

Concebimos el tiempo ya sea como transitorio, ya sea como permanente. El problema es: ¿cómo conciliar ambos conceptos? Desde un punto de vista formal, no hay ninguna dificultad, ya que esas propiedades pueden ser conciliadas por el concepto de una duratio successiva. Cada unidad temporal tiene esta característica de una permanencia que fluye: una hora fluye mientras dura y durante tanto tiempo como dura. Su fluir es pues idéntico a su duración. El tiempo, desde este punto de vista, es transitorio; pero su paso dura siempre.

Durante los primeros meses de su dolencia sus fugas le condujeron muy a menudo al futuro. Se vio a sí mismo ante la gran mansión del siglo XIX, en una docena de despachos de abogados, en hoteles, en astropuertos, en naves espaciales, se vio discutiendo con el hombre calavérico acerca de la naturaleza del tiempo, estremeciéndose al borde del pozo, saliendo de él curado, errando de planeta en planeta, buscando cuál era el correcto, aquel con la arena púrpura y los árboles de hojas azules. Y con el tiempo, esos saltos hacia adelante penetraron en el flujo del presente; fue hasta aquella gran mansión, recorrió aquellos hoteles y aquellos astropuertos, erró entre aquellos planetas. Ahora, a medida que se acerca a Abbondanza VI, sufre numerosos saltos hacia atrás y relativamente pocos saltos hacia adelante, y esos saltos hacia adelante parecen estar limitados a una duración bastante corta, que cubre su aterrizaje en Abbondanza VI, su primer encuentro con el hombre calavérico, su marcha hacia el pozo, y su salida de la morada de la ameba, finalmente curado. Nunca hay nada más allá de aquella escena final. Se pregunta si el tiempo va a detenerse para él en Abbondanza VI.

La nave aterriza en Abbondanza VI con medio día de adelanto sobre el horario previsto. Hay que someterse a las habituales operaciones de descontaminación, y mientras se efectúan, Skein descansa en su cabina, contando los minutos que le separan de la libertad. Está curiosamente seguro que éste se trata del mundo en el que va a encontrar al hombre calavérico y la bienhechora ameba. Por supuesto, ha sentido ya esa misma sensación antes, contemplando desde otras astronaves otros planetas que poseían la misma coloración, y cada vez se equivocaba. Pero la intensidad de esta certeza es ahora algo nuevo. Está seguro que su búsqueda está tocando a su fin.

—Se inicia el desembarco —anuncian los altavoces.

Se une a la fila de pasajeros que descienden. Los demás sonríen, se abrazan, murmuran; han hecho amigos e incluso se han emparejado durante el viaje. Él permanece apartado. Nadie le ha dicho adiós. Sale a una terminal brillantemente iluminada, un gran cubo de cristal que se parece a todas las otras terminales diseminadas por los miles de mundos que el hombre ha alcanzado. Podría igualmente hallarse en Chicago, en Johannesburgo o en Beirut: siempre la misma escena de maleteros, de ventanillas de reserva, de aduaneros, de personal de hoteles, de choferes de taxi, de guías. Una epidemia de semejanzas que se extiende por todo el Universo. Al salir de la oficina de la aduana, Skein se ve asaltado. ¿Desea un taxi, una habitación de hotel, una mujer, un hombre, un guía, un terreno para construir, un sirviente, un billete para Abbondanza VII, un vehículo privado, un intérprete, un banco, un teléfono? El tumulto sumerge a Skein en tres fugas consecutivas de diez segundos, todas ellas vueltas hacia atrás; se halla de nuevo en un día lluvioso en Tierra del Fuego, establece una comunión para ayudar a un productor de espectáculos aéreos a perfeccionar la puesta en escena de su última fantasía, y apoya su palma contra un cubo para dictar los términos de un contrato a Nicholas Coustakis. Luego Coustakis se desvanece, la terminal reaparece, y Skein se da cuenta que alguien acaba de sujetarle por el brazo izquierdo, inmediatamente por debajo del codo. Unos huesudos dedos se clavan en su carne. Es el hombre calavérico.

—Ven conmigo —le dice—. Te llevaré hasta allá donde deseas ir.

—¿Esta vez no se trata de otro salto hacia adelante? —pregunta Skein, como se ha visto a sí mismo preguntar tan a menudo en el pasado—. Quiero decir, ¿estás realmente conmigo?

Y, como Skein ha oído responder tantas veces en el pasado, el hombre calavérico dice:

—No, esta vez no es otro salto hacia adelante. Estoy realmente aquí para llevarte.

—Gracias a Dios. Gracias a Dios. Gracias a Dios.

—Es por aquí. ¿Tienes a mano tu pasaporte?

Las mismas familiares palabras. Skein está preparado para descubrir que no se trata más que de otra fuga, y espera de un momento a otro regresar a la frustrante realidad. Pero no, la escena no se disipa. Permanece nítida. Permanece. Por fin ha alcanzando ese momento particular, y lo toma consigo y lo encierra, como una perla, en la concha del presente. Se apresura a salir de la terminal. El hombre calavérico le ayuda con las formalidades. ¡Qué delgado está! ¡Cómo brillan sus ojos, qué desecado es su rostro! Aquellas horribles y huesudas órbitas que surgen bajo la piel de la frente. Aquellas arrugadas mejillas. Skein espera oír de un momento a otro el entrechocar de sus costillas. Un violento puñetazo, y no quedará de él más que una nube de polvo blanco que caerá lentamente al suelo.

—Conozco tu problema —dice el hombre calavérico—. Te has visto atrapado en las fauces de la entropía. Ella te está devorando. El daño que ha sufrido tu mente te ha sumergido en una situación que no puedes dominar. Podrías dominarla si tan sólo aprendieras a adaptarte a la naturaleza de las percepciones que tienes actualmente. Pero no vas a hacerlo, ¿verdad? Y quieres ser curado. Bueno, puedes ser curado aquí, todo va bien. Al menos, más o menos curado. Te conduciré hasta allí.

—¿Qué quieres decir con: yo podría dominarla, si tan sólo aprendiera a adaptarme?

—Tu accidente te ha liberado. Te ha hecho descubrir la verdad acerca del tiempo. Pero te niegas a verla.

—¿Qué verdad? —pregunta Skein con voz neutra.

—Todavía sigues intentando pensar que el tiempo fluye simplemente desde alfa hasta omega, desde ayer hacia hoy y luego hacia mañana —dijo el hombre calavérico mientras avanzaban lentamente por la terminal—. Pero es falso. La idea del tiempo que fluye hacia adelante es una mentira que nos imponemos en nuestra infancia. Una abstracción aceptada de común acuerdo para que podamos enfrentarnos más fácilmente al problema. La realidad es que los acontecimientos llegan al azar, que el flujo cronológico no es más que la suma de nuestras alucinaciones, que si puede decirse que el tiempo «fluye» hay que decir que fluye en todas direcciones a la vez. Así, entonces...

—Espera —dijo Skein—. ¿Cómo explicas tú las leyes de la termodinámica? La entropía aumenta; la energía disponible disminuye constantemente; el Universo avanza hacia el último estasis.

—¿Realmente?

—La segunda ley de la termodinámica...

—Es una abstracción —dice el hombre calavérico—, que desgraciadamente no corresponde a la situación en el auténtico universo. No es una ley divina. Es una hipótesis matemática desarrollada por unos hombres que no eran capaces de percibir la verdadera situación. Hicieron lo mejor que pudieron para explicar los datos en un marco que podían comprender. Sus leyes son formulaciones de posibilidades, fundadas en condiciones que no aparecen más que en sistemas aislados y, por supuesto, en el buen sistema aislado la segunda ley es útil y muy esclarecedora. Pero en el Universo tomado en su totalidad, simplemente no es cierta. No existe la flecha del tiempo. La entropía no aumenta necesariamente. Los procesos naturales pueden ser reversibles. Las causas no preceden necesariamente a los efectos. De hecho, los conceptos de causa y efecto están vacíos. No hay ni causas ni efectos, sino tan sólo acontecimientos que se producen espontáneamente, y que nosotros disponemos en nuestras mentes según estructuras secuenciales comprensibles.

—No —murmura Skein—. ¡Esto es una locura!

—No existen las estructuras. Todo ocurre al azar.

—No.

—¿Por qué no quieres admitirlo? Tu cerebro ha sido dañado; lo que ha resultado destruido ha sido el centro de la percepción temporal, el que los humanos utilizan para imponer este orden irreal a los acontecimientos. Tus filtros temporales han quedado destruidos. El pasado y el futuro te son tan accesibles como el presente, Skein: puedes ir adonde quieras, puedes ver pasar los acontecimientos tal como lo hacen realmente. Lo único que ocurre es que no eres capaz de romper tus viejos hábitos de pensamiento. Intentas imponer aún a las cosas el orden entrópico convencional, cuando ya no tienes ninguna posibilidad de hacerlo, y el conflicto entre lo que percibes y lo que crees percibir es lo que te está volviendo loco. Dime, ¿no es así?

—¿Cómo sabes tanto sobre mí?

El hombre calavérico deja escapar una risita.

—Fui herido del mismo modo que tú. Hace mucho tiempo, fui arrancado de la línea temporal por una sobrecarga del mismo tipo que la tuya. Y necesité años para adaptarme a la nueva realidad. Al principio, me sentía tan aterrado como tú. Pero ahora comprendo. Me desplazo libremente en todos sentidos. Sé cosas, Skein —dejó escapar una irritante risita—. Ahora necesitas descansar. Una habitación, una cama. Tiempo para reflexionar un poco en todo esto. Ven conmigo. Ya no vale la pena apresurarse ahora. Estás en el planeta adecuado; muy pronto volverás a estar bien.

Además, la asociación del incremento de la entropía con la flecha del tiempo no es absolutamente circular; más bien ambos nos enseñan algo acerca de lo que les ocurrirá a los sistemas naturales en el tiempo, y de lo que debe ser el orden temporal para una serie de estados de un sistema. Así, podemos establecer a menudo un orden temporal entre un conjunto de acontecimientos utilizando la asociación tiempo-entropía, libres de toda referencia a los relojes y a las magnitudes de los intervalos temporales del presente. Haciendo la habitual distinción antes-después, procedemos frecuentemente apoyándonos en nuestra experiencia (incluso sin ningún conocimiento explícito del principio de la degradación de la energía): sabemos, por ejemplo, que para el hierro el estado de metal puro debe preceder a aquel de la superficie oxidada, o que las ropas se secarán después de haber sido expuestas al sol, y no antes.

Una tensa, húmeda noche de truenos y tormenta temporales. Tendido, solo, en su demasiado amplia habitación de hotel, a cinco kilómetros de la playa púrpura, Skein se ve atrapado por las fugas.

—Escuchen, tengo que prohibir esto. Esas tortugas son una raza casi extinta. ¿Comprenden? Muerto. Perdido. Desaparecido. No comeré tortuga. Échenla. Échenla.

—Me siento feliz de comunicarle que le ha sido concedido un segundo ciclo, señor Skein. Claro que nunca ha habido la menor duda al respecto. Le deseamos una larga y feliz nueva vida.

—Desciende hasta él. La intensidad de su poder disminuye en función del cuadrado de la distancia; desde aquí ni siquiera puedes captarlo. Desciende. Deja que se ocupe de ti. Fusiónate con él. ¡Establece una comunión, Skein, establece una comunión!

—¿Desea que le enseñe los mosaics? ¿Ayudarle a comprender este espléndido edificio? Un dólar. ¿No? ¿Quizá cambiar dinero? Le haré un buen cambio.

—Antes, acláreme algo. Ese hombre, ¿verá todo lo que hay en mi mente? ¿Tendrá acceso a mis secretos personales?

—¡Te quiero!

—¡Apártate de mí!

—¿No te darás nunca cuenta que la causalidad no es más que una ilusión, Skein? La noción que uno puede tener de una serie consecutiva de acontecimientos no es más que un engaño. Imponemos unas formas a nuestras vidas, hablamos de la flecha del tiempo, decimos que se desliza de A a G, luego de Q hasta Z, establecemos la creencia del hecho que todo es lineal. Pero es falso, Skein. Es falso.

Desayuno en el frondoso porche. La luz matutina hace relucir al oeste los árboles con un resplandor azul ultramar. El hombre calavérico se acerca a él. Skein examina disimuladamente el flaco rostro del otro. ¿No será todo aquello una ilusión? Quizá también él sea una ilusión.

Se dirigen hacia el mar. Alcanzan la playa mucho antes del mediodía. El hombre calavérico señala hacia el sur y avanzan siguiendo la línea de la costa; el caminar se hace a menudo penoso debido a que en algunos lugares la arena es demasiado blanda y deben dar un rodeo por el interior, escalando los acantilados de cuarzo. El monstruoso viejo parece infatigable. Cuando se detienen para descansar, sentados en la arena púrpura e intemporal, se inicia de nuevo el debate sobre el tiempo, y Skein oye las palabras que han resonado en su cráneo durante más de cuatro años. Es como si hasta ahora todo no hubiera sido más que un ensayo general, y fuera en este momento cuando subiera a escena para la representación.

—¿No te darás nunca cuenta que la causalidad no es más que una ilusión, Skein?

—Siento la obligación de despertar tu mente a la verdad.

—El tiempo es un océano, y los acontecimientos derivan hacia nosotros tan fortuitamente como los animales muertos sobre las olas.

Skein recita las respuestas apropiadas.

—No puedo aceptar esto. Es una teoría demoníaca, caótica y nihilista.

—¿Puedes seguir diciendo esto después de todo lo que te ha pasado?

—Seguiré diciéndolo. Lo que me ha ocurrido es una enfermedad mental. Quizá yo esté loco, pero el Universo no lo está.

—Al contrario. Tan sólo ahora tu mente ha sanado y has comenzado a ver las cosas tal como son en realidad. Lo malo es que te niegas a admitir la evidencia que has comenzado a sentir. ¡Tus filtros ya no funcionan, Skein! ¡Te has liberado de la ilusión de la linealidad! Ahora tienes una posibilidad de mostrar la ductibilidad de tu mente. Aprende a vivir con la auténtica realidad. Deja de querer imponer estúpidamente un orden artificial al fluir del tiempo. ¿Por qué debe el efecto seguir a la causa? ¿Por qué la semilla no debe seguir al árbol? Porque sigues aferrándote a un despreciable sistema de falsa evaluación de la experiencia, inútil y superado, pese a que has conseguido liberarte de...

—¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate!

A primera hora de la tarde se hallan ya a varios kilómetros del hotel, siguiendo tanto como pueden la línea de la playa. El suelo es irregular, accidentado, con formaciones rocosas que descienden casi hasta el borde del mar, y Skein observa que su marcha es mucho más fatigosa que en las visiones que ha tenido. Se detiene a menudo, jadeante, y el otro debe rogarle que se apresure.

—No está muy lejos —dice el hombre calavérico—. Puedes llegar hasta allí. Paso a paso.

—Estoy sin aliento. Esas colinas...

—Yo tengo dos veces tu edad y no estoy cansado.

—Tú estás en mejores condiciones. Hace meses que viajo encerrado de nave en nave.

—Está muy cerca —dice el hombre calavérico—. A un centenar de metros de la playa.

Skein se obliga a continuar. El calor es horrible. Resbala en la arena; el sudor le ciega; tiene una breve fuga retrospectiva.

—Ahí es —dice finalmente el hombre calavérico—. Mira hacia abajo, hacia el pozo.

Skein ve el cráter cónico, la ameba dorada.

—Desciende hasta él —dice el hombre calavérico—. La intensidad de su poder disminuye en función del cuadrado de la distancia; desde aquí ni siquiera puedes captarlo. Desciende. Deja que se ocupe de ti. Fusiónate con él. ¡Establece una comunión, Skein, establece una comunión!

—¿Y él va a curarme? ¿Para que pueda vivir como antes de todo esto?

—Si tú le dejas curarte, él lo hará. Esto es lo que desea hacer. Es un organismo completamente bienhechor. Es experto en reparar las mentes destrozadas. Déjale entrar en tu cráneo; déjale descubrir el lugar dañado. Puedes tenerle confianza. Desciende.

Skein se estremece al borde del cráter. Abajo, la criatura ondula y se modifica, haciéndose primero ancha y aplanada, luego alta y gruesa, hasta reasumir finalmente su forma fundamentalmente circular. Su color aumenta en intensidad hasta el escarlata, y su halo se desliza hacia el amarillo. Como si se tensara y se ajustara a sí misma. Parece estar esperándole. Parece impaciente. Esto es lo que él ha buscado durante tanto tiempo, yendo de planeta en planeta. El hombre calavérico, la arena púrpura, el pozo, la criatura. Skein se quita sus sandalias. ¿Qué puedo perder? Permanece por unos instantes sentado al lado del pozo; luego se deja caer, deslizándose de tanto en tanto, y aterriza suavemente en el fondo, muy cerca de la criatura que está esperando. Inmediatamente capta su poder mental. Algo roza contra su cerebro. Aquella sensación le recuerda sus primeras sesiones de entrenamiento, cuando los instructores le mostraban cómo desarrollar su don. Dedos sondeando su consciencia. Vamos, entren, les dice. Estoy abierto. Y entra en contacto con la criatura del pozo. Sin palabras. La comunión es un doble flujo de imágenes incomprensibles; formas saliendo y entrando en su mente. El Universo se oscurece. Ya no sabe exactamente dónde se halla el centro de su ego. Había imaginado su cerebro como una esfera, con él en el centro, pero ahora parece alargado, elíptico, y una elipse no tiene centro, tan sólo un par de focos, uno aquí y el otro allá, un foco en su cráneo y el otro..., ¿dónde?..., en aquella carnosa ameba. El gran bípedo con un cuerpo lleno de huesos. Qué extraño, qué grotesco. Pero sufre. Debe ser ayudado. Está herido. Está roto. Lo tomaremos con todo nuestro amor. Lo curaremos. Y Skein siente que algo resbala por los pliegues y las circunvoluciones de su cerebro. Pero ya no puede recordar si él es el humano o la ameba, el vertebrado o el invertebrado. Sus identidades están entremezcladas. Entra en fugas, viendo ayeres y mañanas, y todo es informe y está vacío; es incapaz de reconocerse o de comprender las palabras que son pronunciadas. Pero no tiene importancia. Todo ocurre al azar. Todo no es más que ilusión. Libera el nudo de dolor que retiene en ti. Acepta. Acepta. Acepta. Acepta.

Acepta.

Se libera.

Se disuelve.

Se arranca los jirones de ego, el constriñente exoesqueleto de su personalidad, y permite tranquilamente que se efectúen los ajustes necesarios.

Sin embargo, la posibilidad de una disminución puramente termodinámica de la entropía en un sistema aislado —sin entrar en detalles respecto a su rareza— presenta una objeción contra la definición de la dirección temporal en términos de entropía. Si un sistema aislado consiguiera sufrir una disminución de entropía, en un estado dado consecuente de otro, deberíamos decir que el tiempo «vuelve hacia atrás», si nuestra definición de la flecha temporal estuviera basada fundamentalmente en términos de crecimiento de la entropía. Pero con una definición de la dirección hacia adelante del tiempo establecida en términos de condición actual y de intervalos temporales medidos en el presente, podemos fácilmente aceptar una disminución de la entropía; esto no sería más que una rara anomalía en los procesos físicos del mundo natural.

El viento empieza a soplar. La arena, arrastrada, tiñe el cielo de gris. Skein asciende la pared del pozo y se tiende en su borde, jadeante. El hombre calavérico le ayuda a levantarse.

Skein ha visto ya cientos de veces esas mismas imágenes.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunta el hombre calavérico.

—Extraño. Bien. Mi cabeza parece aclararse.

—¿Ha habido comunión?

—Oh, sí. Sí.

—¿Y?

—Creo que estoy curado —dice Skein, maravillado—. Mi fuerza ha vuelto. Antes, ¿sabes?, me sentía realmente disminuido, una miniversión de mí mismo. Y ahora. Y ahora. —Proyecta hacia adelante una de sus terminaciones mentales. Encuentra la mente del hombre calavérico. Skein tiene la sensación de una pared opaca; puede tocar la mente del otro, pero no puede penetrar en ella—. ¿Tú también eres un Comunicador? —pregunta, sorprendido.

—En un cierto sentido. Sé que me estás tocando. Te sientes mejor, ¿no?

—Mucho. Mucho. Mucho.

—Te lo había dicho. Ahora tienes una nueva oportunidad, Skein. Tu talento te ha sido devuelto. Gracias a nuestro amigo en el pozo. Le gusta ayudar a la gente.

—¿Y qué haré ahora? ¿Dónde iré?

—No importa lo que hagas. No importa dónde. No importa cuándo. Eres libre para desplazarte a tu capricho a lo largo de la línea temporal. En estado de fuga controlada, dirigida, por decirlo de algún modo. Después de todo, si el tiempo no es lineal, si no existe una sucesión inmutable de acontecimientos...

—¿Sí?

—Entonces, ¿por qué no elegir la sucesión que más te interese? ¿Por qué aferrarte al conjunto de abstracciones en el que te ha mantenido tu yo precedente? Eres un hombre libre, Skein. Ve. Aprovéchalo. Deshaz tu pasado. Arréglalo. Mejóralo. No es tu pasado, al igual que tampoco este momento es tu presente. Todo es uno, Skein, todo es uno. Toma los pedazos que prefieras.

Decide verificar la veracidad de las palabras del hombre calavérico. Prudentemente, Skein salta tres minutos al pasado y se ve a sí mismo salir del pozo. Se desliza cuatro minutos al futuro y ve al hombre calavérico, solo, avanzando cansinamente hacia el norte a lo largo de la línea de la playa. Todo fluye. Todo es fluidez. Está libre. Está libre.

—¿Lo ves, Skein?

—Ahora puedo verlo —dice Skein. Ha salido de las fauces de la entropía. Es el dueño del tiempo, lo cual quiere decir que es su propio dueño. Puede desplazarse a voluntad. Puede oponerse a las fuerzas imaginarias del determinismo. De repente se da cuenta de lo que debe hacer ahora. Va a asegurar su libre albedrío; va a desafiar a la entropía en su propio terreno. Skein sonríe. Se libera de la línea del tiempo y flota libremente en lo que otros llamarían el pasado.

—Sitúen a Nissenson en estado receptivo —ordena a su escritorio.

Coustakis, parpadeando rápidamente, visiblemente incómodo, dice:

—Antes, acláreme algo. Ese hombre, ¿verá todo lo que hay en mi mente? ¿Tendrá acceso a mis secretos personales?

—No. No. Filtro la comunión con el mayor cuidado. Nada pasará de su mente a la de él, excepto la naturaleza del problema que usted quiere que le resuelva. Y nada pasará de la de él a la de usted excepto la respuesta.

—¿Y si no hay ninguna respuesta?

—La habrá.

—¿Y si utiliza los resultados de esta conexión en provecho propio?

—Nuestros contratos se lo prohíben. No hay la menor posibilidad. Empecemos inmediatamente. Ahora.

El escritorio comunica que Nissenson, al otro extremo del mundo, en Sao Paulo, está preparado. Skein sumerge rápidamente a Coustakis en condición receptiva y se gira para observar las brillantes luces de sus unidades de acceso de datos. Este es el momento en el que puede interrumpir la transacción. Gírate, Skein. Mira a Coustakis, sonríele suavemente e infórmale que la comunión será imposible. Devuélvele, su dinero, envíale a destruir la mente de otro Comunicador. Y continúa viviendo, feliz y completo durante el resto de tus días. Era en aquel momento, viendo una y otra vez aquella escena, en sus fugas, cuando Skein se gritaba silenciosa y desesperadamente a sí mismo que se detuviera. Ahora puede hacerlo, puesto que no se halla en fuga, no es una ilusión de desplazamiento temporal. Se ha desplazado realmente. Está allí, llevando consigo el conocimiento de todo lo que va a ocurrir, y es el único Skein en escena, el Skein que actúa. Levántate ahora. Rechaza el contrato.

No lo hace. Así desafía a la entropía. Así rompe las cadenas.

Observa las pequeñas lucecitas, parpadeantes y brillantes, que despiertan su talento, palpitando al ritmo eléctrico de su cerebro hasta que se eleva al nivel suficiente para permitir establecer una comunión. Y lo eleva aún más. Conecta a Nissenson a uno de los nódulos de su mente. Conecta a Coustakis a otro. Luego, suavemente, los pone en contacto. Es consciente de los riesgos, pero cree poder superarlos.

El contacto se establece.

De la mente de Coustakis llega la descripción del transmisor de materia con una exposición muy clara del problema de la difusión del rayo; Skein pasa todo aquello a Nissenson, que inmediatamente se dedica a buscar la solución. La fuerza reunida de sus dos mentes es grande, pero Skein deja fluir hábilmente el exceso de carga y mantiene la comunión sin excesivo esfuerzo, manteniendo a Coustakis y a Nissenson en contacto mientras se ocupan de sus problemas técnicos. Skein presta poca atención a sus excitadas mentes que avanzan hacia la respuesta. Si usted. Sí, y entonces. Pero sí. Ya veo. Es posible. Y. Pese a todo, creo que podría. Me gusta. Esto nos conduce a. Por supuesto. El resultado inevitable. De todos modos, ¿es realizable? Creo que sí. Debería usted. Podré. Sí. Podré. Podré.

—Le doy un millón de gracias —dice Coustakis a Skein—. Era tan simple, una vez hemos visto cómo debíamos afrontar el problema. No lamento en absoluto la suma que le he entregado. En absoluto.

Coustakis sale, radiante de satisfacción. Skein, aliviado, dice a su escritorio:

—Voy a tomarme tres días de vacaciones. Hagan los ajustes necesarios con todas las cosas que queden pendientes.

Sonríe. Atraviesa el despacho, pone los amplificadores en marcha, gozando con la magnífica vista. La pesadilla ha terminado. El pasado ha sido corregido. La sobrecarga evitada. Tan sólo hacía falta un poco de confianza. Una clarificación. Una comprensión exacta del proceso.

De repente nota la aspirante sensación del inicio de una fuga temporal. Antes que pueda intervenir para dominar el fenómeno, se hunde en las tinieblas y se descubre al instante en un planeta de arena púrpura y árboles de hojas azules. Las anaranjadas olas chapotean un poco más allá. Está de pie a pocos metros de un pozo cónico y profundo. Mira hacia el fondo y ve a una criatura parecida a una ameba yaciendo junto a una silueta humana; una especie de tentáculos surgen del gelatinoso extraterrestre y rodean el cuerpo del hombre. Reconoce al hombre: es John Skein. La comunión termina en el fondo del pozo; el hombre inicia su ascensión por las paredes del pozo. El viento empieza a soplar. La arena, arrastrada, tiñe el cielo de gris. Contempla pacientemente a su otro yo más joven ascender hasta el borde del pozo. Ahora comprende. El circuito está cerrado, el nudo anudado, el anillo de identidad completo. Está destinado a pasar muchos años en Abbondanza VI, envejeciendo y enflaqueciendo. Él es el hombre calavérico.

Skein alcanza el borde del pozo y se tiende allá, jadeante. Ayuda a Skein a levantarse.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunta.

¿QUIERES SALIR AQUI? , ENLAZAME

"GOTICO"

ClickComments