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jueves, diciembre 15, 2011

LA BIBLIOTECA UNIVERSAL


LA BIBLIOTECA UNIVERSAL

Kurd Lasswitz




- Venga a sentarse a mi lado, Max - dijo el profesor Wallhausen -, y deje de rebuscar en mi escritorio. Le aseguro que en él no hay nada que pueda utilizar para su revista.
Max Burkel se acercó a la mesa de la sala de estar, se sentó lentamente y tendió la mano hacia la jarra de cerveza.
- Bueno, entonces prosit. Me alegra volver a estar aquí. Pero, diga usted lo que diga, sigue teniendo que escribir algo para mí.
- Por desgracia, no tengo ninguna buena idea en este momento. Además, ya se están escribiendo y, desgraciadamente, imprimiendo demasiadas cosas superfluas...
- Eso es algo que no necesita decírselo a un director de revista tan atareado como su seguro servidor. Sin embargo, mi pregunta es: ¿Qué es lo realmente superfluo? Los autores y su público no logran ponerse de acuerdo en absoluto al respecto. Y lo mismo ocurre con los directores de revista y los críticos. Bueno, mis tres semanas de vacaciones acaban de empezar. Mientras tanto, que se preocupe mi ayudante.
- A veces me he preguntado - dijo la señora Wallhausen - cómo puede seguir encontrando usted algo nuevo que publicar. Me parece que, en la actualidad, ya debe de haberse escrito todo lo que puede ser expresado con palabras.
- Cabría pensar eso, pero la mente humana parece ser inagotable.
- Querrá decir en sus repeticiones.
- Bueno, sí - admitió Burkel -. Pero también en lo referente a nuevas ideas y expresiones.
- De todos modos - meditó el profesor Wallhausen -, uno podría expresar en letras de molde todo lo que pueda ser dado a la Humanidad, ya sea información histórica, conocimientos científicos de las leyes de la naturaleza, imaginación poética, todas las formas de expresión, e incluso las enseñanzas de la sabiduría. Dado, claro está, que todo ello pueda ser expresado en palabras. Después de todo, nuestros libros conservan y propagan los resultados del pensamiento. Pero el número de combinaciones posibles de una cierta cantidad de letras es limitado. Por consiguiente, toda la literatura posible debería poder ser impresa en un número finito de volúmenes.
- Mi querido amigo - intervino Burkel -, ahora está hablando usted más como un matemático que como un filósofo. ¿Cómo puede toda la literatura posible, incluida la del futuro, caber en un número finito de libros?
- En un momento le calcularé cuántos volúmenes se necesitarían para constituir una Biblioteca Universal. ¿Quieres -se volvió hacia su hija- darme una hoja de papel y un lápiz de mi escritorio?
- Trae también la tabla de logaritmos - añadió Burkel, bromeando.
- No es necesario; no lo es en lo más mínimo - declaró el profesor -. Pero ahora, mi literario amigo, tiene usted que ayudarme. Dígame: si somos frugales y eliminamos los diversos tipos de letra, escribiendo únicamente para un lector hipotético que esté dispuesto a soportar algunos inconvenientes tipográficos y sólo esté interesado en el contenido...
- No existe tal lector - dijo con firmeza Burkel.
- He dicho «lector hipotético». ¿Cuántos caracteres diferentes se necesitarían para imprimir todo tipo de literatura?
- Bueno - dijo Burkel -, limitémonos a las letras mayúsculas y minúsculas del alfabeto latino, los signos de puntuación acostumbrados, y los espacios que separan las palabras. Todo esto no sería mucho. Pero, para las obras científicas, la cosa varia. Especialmente las de ustedes, los matemáticos, que utilizan una enorme cantidad de símbolos.
- Que podrían ser reemplazados, de mutuo acuerdo, por pequeños índices tales como a1, a2 y a3, y a1, a2 y a3, añadiendo únicamente dos veces diez caracteres. Uno podría incluso usar este sistema para escribir palabras de los idiomas que no usan el alfabeto latino.
- De acuerdo. Quizá su lector hipotético o, mejor dicho, ideal, estaría dispuesto a aceptar también esto. Bajo esas condiciones, probablemente podríamos expresarlo todo con, digamos, un centenar de caracteres.
- Bien, bien. Ahora, ¿de qué tamaño desea que sea cada volumen?
- Me parece que uno podría agotar bastante bien un tema con unas quinientas páginas de libro. Digamos que hay cuarenta líneas por página y cincuenta caracteres por línea, o sea que tendremos cuarenta veces por cincuenta veces por quinientas veces, y eso nos dará el número de caracteres por volumen, es decir... Calcúlelo usted.
- Un millón - dijo el profesor -. Por consiguiente, si tomamos nuestro centenar de caracteres, lo repetimos en cualquier orden lo bastante a menudo como para llenar un volumen con espacio para un millón de caracteres, obtendremos algún tipo de obra literaria. Así que, si producimos mecánicamente todas las combinaciones posibles, lograremos al fin todas las obras que han sido escritas en el pasado o que puedan escribirse en el futuro.
Burkel dio una palmada en el hombro a su amigo.
- ¿Sabe? Me voy a suscribir ahora mismo. Eso me suministrará todos los futuros volúmenes de mi revista; no tendré que seguir leyendo manuscritos. Es algo maravilloso, tanto para el director de una revista como para su editor: ¡la eliminación del autor del negocio literario! ¡El reemplazo del escritor por la imprenta automática! ¡Un triunfo de la tecnología!
- ¿Cómo? - exclamó la señora Wallhausen -. ¿Decís que todo estará en esa biblioteca? ¿Las obras completas de Goethe? ¿La Biblia? ¿Las obras de todos los filósofos clásicos?
- Sí, y con todas las variaciones en las que nadie ha pensado aún. Encontrarías las obras perdidas de Tácito y su traducción a todos los idiomas, vivos y muertos. Además, todas las obras futuras de mi amigo Burkel y mías, todos los discursos ya olvidados, y los que aún deben ser pronunciados, de todos los parlamentos, la versión oficial de la Declaración Universal de la Paz, la historia de todas las guerras subsiguientes, todas las redacciones que todos nosotros escribimos en el colegio y en la universidad...
- Me hubiera gustado haber podido disponer de ese volumen cuando estudiaba - dijo la señora Wallhausen -. ¿O serían volúmenes?
- Probablemente volúmenes. No olvides que el espacio entre palabras es también un carácter tipográfico. Un libro quizá contuviese una sola línea, y todo el resto estuviera vacío. Por otra parte, incluso las obras más largas tendrían cabida, puesto que, caso de no caber en un volumen, podrían ser continuadas a lo largo de varios.
- No gracias. Encontrar algo ahí sería un verdadero problema.
- Sí, ésa sería una de las dificultades - dijo el profesor Wallhausen con una sonrisa complacida, contemplando el humo de su cigarro -. Claro que, a primera vista, uno podría pensar que esto quedaría simplificado por el hecho mismo de que la biblioteca tiene que contener por definición su propio catálogo e índice...
- ¡Excelente!
- El problema sería hallarlo. Además, aunque uno encontrase un volumen índice, no le serviría de nada, dado que el contenido de la Biblioteca Universal se halla reflejado en un índice no sólo correctamente, si no de todas las maneras incorrectas y equivocas posibles.
- ¡Diablos! Por desgracia, eso es cierto.
- Sí habría un cierto número de dificultades. Digamos que tomamos un primer volumen de la Biblioteca Universal. Su primera página está vacía, y también lo están la segunda, la tercera y las demás quinientas páginas. Éste es el volumen en el que el «espaciado» ha sido repetido un millón de veces.
- Al menos ese volumen no contendrá ninguna tontería - observó la señora Wallhausen.
- Menudo consuelo. Pero tomemos el segundo volumen. También está vacío, hasta que en la página quinientos, línea cuarenta, al final, hay una solitaria «a» minúscula. Lo mismo ocurre en el tercer volumen, pero la «a» ha adelantado un lugar. Y a partir de ahí la «a» va avanzando lentamente, lugar a lugar, a través del primer millón de volúmenes, hasta que alcanza el primer espacio de la página uno, línea uno, del primer volumen del segundo millón. Las cosas continúan de esta manera durante el primer centenar de millones de volúmenes, hasta que cada uno de los cien caracteres ha efectuado su solitario viaje desde el último al primer lugar de la línea de libros. Luego lo mismo ocurre con la «aa», o con cualquier combinación de otros dos caracteres. Y un volumen puede contener un millón de puntos, y otro un millón de interrogantes.
- Bueno - dijo Burkel -, debería ser fácil reconocer y eliminar tales volúmenes.
- Quizá. Pero aún falta lo peor. Eso sucede cuando uno ha encontrado un volumen que parece tener sentido. Digamos que uno desea refrescar su memoria acerca de un pasaje del Fausto de Goethe, y logra alcanzar un volumen que parece tener sentido. Pero cuando ha leído una o dos páginas, todo pasa a ser «aaaaa», y esto es lo único que hay en el resto de las páginas del libro. O quizás uno halle una tabla de logaritmos. Pero no puede saber si es correcta. Recordad que la Biblioteca Universal contiene todo lo correcto, pero también todas las variaciones incorrectas posibles. De la misma forma, uno tampoco puede fiarse de los títulos de los capítulos. Un volumen puede comenzar con las palabras «Historia de la Guerra de los Treinta Años», y luego decir: «Tras las nupcias del príncipe Blücher con la reina de Dahomey, que fueron celebradas en las Termópilas...», ya saben lo que quiero decir. Naturalmente, nadie quedará en ridículo por esto. Si un autor ha escrito las tonterías más increíbles, estarán naturalmente en la Biblioteca Universal. Aparecerán bajo su nombre. Pero también estarán firmadas por William Shakespeare, y por cualquier otro autor posible. Encontrará uno de sus libros en el que tras cada frase se asegure que todo aquello son tonterías, y otro en el que se diga, tras las mismas frases, que constituyen la más prístina de las verdades.
- Ya basta - exclamó Burkel -. En cuanto comenzó usted a hablar, supe que esto iba a ser una broma. No me suscribiré a su Biblioteca Universal. Sería imposible separar lo cierto de lo falso, lo que tuviera sentido de lo que no lo tuviera. Si voy a encontrar varios millones de volúmenes que afirman ser todos la verdadera historia de Alemania durante el siglo XX, y todos ellos se contradicen, me valdrá más seguir leyendo los originales de los historiadores.
- ¡Muy astuto por su parte! Porque, de otro modo, se enfrentaría con una tarea imposible. Pero no estaba tratando de gastarle una broma, como usted pretende. Nunca afirmé que se pudiera utilizar la Biblioteca Universal; simplemente dije que era posible calcular, exactamente, cuántos volúmenes se necesitarían para que una tal Biblioteca Universal contuviera toda la literatura posible.
- Adelante, calcúlalo - dijo la señora Wallhausen -. Podemos ver que esta hoja de papel en blanco te está molestando.
- No la necesito - dijo el profesor -. Puedo hacer el cálculo mentalmente. Lo único que necesito es comprender exactamente cómo se va a producir esa biblioteca. Primero, tenemos cada uno de esos cien caracteres. Luego, añadimos a cada uno de ellos cada uno de los otros cien caracteres, de modo que tenemos un centenar de veces un centenar de grupos formado cada uno por dos caracteres. Añadiendo el tercer grupo de nuestros caracteres, tendremos 100 x 100 x 100 grupos de tres caracteres cada uno, etc. Dado que tenemos un millón de posiciones posibles por volumen, el número total de volúmenes es cien elevado a la millonésima potencia. Y, como cien es el cuadrado de diez, obtenemos el mismo número con un diez con dos millones como exponente. Esto significa, simplemente, un uno seguido por dos millones de ceros. Aquí lo tenéis.
- Gracias por facilitarnos tanto la vida - indicó la señora Wallhausen -. Pero, ¿por qué no lo escribes de la forma habitual?
- No seré yo quien lo haga. Me ocuparía al menos dos semanas, sin perder tiempo en comer o dormir. Si imprimiese ese número, tendría algo más de tres kilómetros de largo.
- ¿Qué nombre tiene ese número? - quiso saber su hija.
- No tiene nombre. Ni siquiera hay forma alguna en que podamos esperar comprender alguna vez un número así, dado lo colosal que es, aunque sea finito.
- ¿Y silo expresáramos en trillones? - preguntó Burkel.
- El trillón de los matemáticos es un número bastante grande: un uno seguido por dieciocho ceros. Pero si expresas el número de volúmenes en trillones, obtendrás una cifra con 1.999.982 ceros en lugar de los dos millones de antes. No sirve de nada; resulta tan incomprensible como el otro. Pero esperad un momento.
El profesor escribió algunos números en la hoja de papel.
- ¡Sabía que acabaría haciendo eso! - exclamó satisfecha la señora Wallhausen.
- Ya está - anunció su esposo -. Suponiendo que cada volumen tuviera dos centímetros de grueso, y que toda la biblioteca estuviera dispuesta en una sola y larga hilera, ¿qué longitud creéis que tendría?
- Yo lo sé - dijo su hija -. ¿Quieres que te lo diga?
- Adelante.
- El doble de centímetros que el número de volúmenes.
- Bravo, cariño. Absolutamente exacto. Ahora, estudiemos esto más detenidamente. Sabéis que la velocidad de la luz es de 300.000 kilómetros por segundo, lo cual equivale aproximadamente 10 billones de kilómetros en un año, lo que es igual a 1.000.000.000.000.000.000 de centímetros, su trillón matemático, Burkel. Si nuestro bibliotecario pudiera moverse a la velocidad de la luz, necesitaría dos años para pasar un trillón de volúmenes. Ir desde un extremo a otro de la biblioteca, a la velocidad de la luz, le representaría el doble de años que trillones de volúmenes hay en ella. Teníamos ya esta cifra antes, y creo que nada puede mostrar con mayor claridad lo imposible que es captar el significado de ese 102000000 a pesar de que, como he dicho repetidas veces, se trate de un número finito.
- Si las damas me lo permiten, desearía hacerle una última pregunta - intervino Burkel -. Sospecho que ha calculado usted una biblioteca para la que no existe lugar en el universo.
- Lo veremos en un instante - respondió el profesor, tomando el lápiz -. Bien, supongamos que se empaquetase la biblioteca en cajas de mil volúmenes, y que cada caja tuviese la capacidad exacta de un metro cúbico. Todo el espacio hasta las más lejanas galaxias en espiral conocidas no podría contener la Biblioteca Universal. De hecho, se necesitarla tantas veces este espacio, que el número de universos empaquetados vendría representado por una cantidad con únicamente unos 60 ceros menos que la cantidad que indica el número de volúmenes. Sea cual sea la forma en que tratemos de visualizaría, no lo conseguiremos.
- Yo siempre pensé que sería infinita - dijo Burkel.
- No, ése es exactamente el quid de la cuestión. El número no es infinito, es una cantidad finita, las matemáticas que hemos empleado no tienen fallo alguno. Lo que resulta sorprendente es que podamos escribir en un trocito de papel el número de volúmenes que comprenderían toda la literatura posible, algo que, a primera vista, parece ser infinito. Pero si después tratamos de visualizarlo..., por ejemplo, tratamos de hallar un volumen específico, nos damos cuenta de que no podemos abarcar lo que, por otra parte, es un pensamiento muy claro y lógico que nosotros mismos hemos desarrollado.
- Bueno - concluyó Burkel -, la coincidencia actúa, pero la razón crea. Y por esto, mañana me escribirá usted todo esto con lo que hoy nos ha divertido. De esta forma conseguiré un artículo para mi revista que me podré llevar conmigo.
- De acuerdo. Se lo escribiré. Pero le advierto que sus lectores van a llegar a la conclusión de que se trata de un extracto de uno de los volúmenes superfluos de la Biblioteca Universal.

FIN

miércoles, diciembre 14, 2011

Cosas Zenna Henderson




Cosas


Zenna Henderson





Viat volvió del campamento de los Extranjeros, con el penacho abatido, los devis arrancados de la chaqueta, la boca entreabierta y anhelante, y la mirada vacía. Se pasó un día sentado al Sol, sin darse cuenta siquiera que los niños se reunían y hacían preguntas con sus agudas vocecillas. Al alcanzarle las sombras de la tarde, Viat tambaleó unos pasos y cayó muerto.




Su madre vino entonces, pues el cuerpo había nacido de ella y nunca podría serle extraño, pues aquel vacío que había brotado de sus ojos no era Viat. Reconoció su muerte, prendiéndole el kiom en su desgarrada chaqueta, que ella misma había modelado el día que lo dio a luz, pues nacer es comenzar a morir. Mientras Viat no hubiese entregado su corazón, ella guardaba el kiom para ofrecerlo. Dejó el pelu tenuemente encendido en el centro del kiom, porque Viat había muerto bienamado. El que muere bienamado camina derecho y seguro por el sendero de los Ocultos, gracias a la luz de su pelu. Si se le quita esa luz, vagará siempre, a tientas, entre la oscuridad del kiom sin luz.


Por eso le prendió el kiom y lloró.


Se celebró una reunión después que Viat fuera devuelto al seno de la tierra. Con las espaldas inclinadas contra el Sol, los Coveti pensaron juntos toda la mañana. Cuando el Sol les dio en la cara, se cubrieron los ojos con las palmas de la mano extendidas, y entablaron conversación.


¾Los Extranjeros nos han traído el mal ¾exclamó Dobi, pisoteando el polvo¾. Por su causa, Viat ya no vive. No regresó del campamento, únicamente lo hizo su cuerpo, hasta saber que no volvería a él.


¾Pero tal vez los Extranjeros no sean malvados. Vinieron a nosotros en son de paz. Incluso procuraron aterrizar su nave en un erial, en vez de chamuscar nuestros campos.¾Deci clavó los ojos vehementemente en el cielo. La sangre le hervía al imaginarse una nave repleta de Extranjeros, bajando de una nube¾. Quizás no era necesario que trasladáramos el Coveti.


¾Es verdad, es verdad ¾asintió Dobi¾. Es posible que no sean malvados, pero su aliento puede significar la muerte para nosotros, o acaso la caída de sus sombras, o las cosas silenciosas que despiden invisiblemente sus manos amistosas. Es mejor que no volvamos al campamento. Ni debemos permitirles que hallen el Coveti.


¾¡Pero no se los prohibas! ¾gritó Deci, ondulando su penacho¾. No los conocemos. Convertirlos ahora en tabú no estaría bien. Tal vez traigan regalos...


¾Nadie regala nada sin motivo, siempre se busca algo. No tenemos ningún deseo de cambiar nuestros hombres jóvenes por una mirada de los Extranjeros.


Dobi trazó una especie de surco en la arena con los dedos, borrándolo luego de la misma forma que Viat fue borrado de la vida.


¾Incluso ¾la voz de Veti se elevó clara, mientras su penacho azul se mecía en la brisa¾, es muy posible que posean conocimientos que ignoramos. ¡Jamás hemos lanzado naves a las nubes para que regresen!


¾¡Sí, sí! ¾afirmó Deci, clavando los ojos en Veti, que le tenía arrebatado el corazón¾. Deben saber mucho y tener muchos regalos para nosotros.


¾Bienvenido sea el regalo de la sabiduría ¾dijo Tefu con su baja y ronca voz¾. Pero los regalos son incómodos, producen obligaciones.


¾¡Esas son viejas palabras! ¾gritó Deci¾. ¡Los sistemas antiguos no sirven cuando aparecen otros nuevos!


¾Es cierto ¾asintió Dobi¾. Si lo nuevo es un auténtico sistema y no un torbellino o un sendero que no conduce a parte alguna. Pero juzgar sin motivos es juzgar erróneamente. Iré a ver a los Extranjeros.


¾Y yo ¾añadió Tefu con su tonante voz.


¾¿Y yo? ¿Y yo? ¾tartamudeó Deci, levantando una polvareda al levantarse apresuradamente.


¾Jóvenes... ¾masculló Tefu.


¾Ojos jóvenes para captar lo que ojos viejos tal vez no vieran ¾dijo Dobi¾. Nuestro camino es el tuyo.


Agitó su penacho al inclinarse ante Deci.


¾¡Deci! ¾exclamó Veti con voz agitada por lo desconocido¾. No vuelvas como lo hizo Viat. El corazón que late en tu pecho no te pertenece del todo.


¾¡Volveré! ¾gritó Deci¾. Llenaré tus manos con maravillas y encantos.


Besó las palmas de las manos de la mujer como aseveración a su seguridad de retorno.






El tiempo no es un conjunto de horas y días, o un movimiento de la luz y de la sombra. El tiempo pasó más rápidamente que el rizo de la brisa sobre el césped, o que el susurro de la brisa a través de las cañas, o que el breve sonido de las pisadas sobre un suelo que en apariencia no debían oírse. Las rocas parecían hendirse en dos para dejarlo pasar.


Dobi, cojeando, iba el primero, lento el paso, humillado el penacho, con los ojos escondidos en la sombra que proyectaba su inclinada cabeza. Detrás venía Tefu, como un hombre con ceguera reciente, caminando a tientas, esforzándose, tropezando, titubeando, hasta arrebujarse contra las rocas que le eran familiares, mientras caía la tarde.


¾¡Deci! ¾gritó Veti, sobresaltando al grupo con su chillido¾. ¡Deci!


¾No ha venido con nosotros ¾dijo Dobi¾. Nos ha visto marchar.


¾¿Voluntariamente? ¾preguntó¾. ¿Voluntariamente o por la fuerza?


¾¿Voluntariamente? ¾Tefu volvió los ojos hacia ella sin verla; miraba cosas escondidas en su interior¾. ¿Por la fuerza? Se ha quedado. Nada lo obligaba a quedarse.¾Llevó su mano vacilante a un ojo y luego al otro¾. Libre ¾murmuró¾. ¿Dónde está la luz?


¾¡Contadme! ¾exclamó Veti¾. ¡Oh, contadme!


Dobi se sentó sobre el polvo, haciendo una marca alrededor con sus grandes manos.


¾Poseen auténticas maravillas. Nos darían muchas cosas extrañas por nuestro devi ¾golpeó con los dedos el borde de su chaqueta¾. Telas que no podemos ni soñar. Instrumentos que podríamos utilizar. Armas que podrían liberar la tierra de todos los kutus hambrientos.


¾¿Y Deci? ¿Y Deci? ¾preguntó otra vez, temblorosa, Veti.


¾Deci lo vio todo y lo deseó todo. Sus devis fueron arrancados antes que el Sol se alejase del alcance de la mano. Era como un niño en una pradera de flores, que las busca, las coge, las manosea y siempre encuentra más hermosa la última que ve.


El viento llegó silenciosamente y se deslizó por los desnudos hombros.


¾Entonces regresará ¾afirmó Veti, relajando su crispada mano¾. Cuando el encanto haya pasado.


¾¿Como lo hizo Viat? ¾murmuró la voz de Tefu. ¿Como he regresado yo? ¾Levantó la mano frente a los ojos, doblando los dedos uno tras otro¾. ¿Cuántos dedos hay? ¿Seis, cuatro, dos?


¾Has visto a los Extranjeros, antes que retirásemos el Coveti. Has visto las extrañas vestiduras que llevaban, brillantes, espléndidas y pesadas. Nuestra atmósfera les es perjudicial. Sin sus ropajes, morirían.


¾¿Si están tan bien protegidos contra el mundo, cómo pueden hacer daño? ¾exclamó Veti¾. No pueden dañar a Deci. Regresará.


¾Yo he regresado ¾musitó Tefu¾. No hice más que andar entre ellos y el vaho de su respiración me ha cegado. Sólo el tiempo y los Ocultos saben si he perdido definitivamente la vista. Uno se preocupó de mí. Me miró fijamente cuando mis pasos se hicieron vacilantes. Me alejó de los otros rápidamente, y se sentó algo separado de mí, observándome mientras la luz se extinguía a mi alrededor. Estaba preocupado por mí..., o estaba estudiándome. Pero ahora estoy ciego.


¾¿Y tú? ¾preguntó Veti a Dobi¾. ¿No te hicieron daño?


¾Fui precavido ¾dijo Dobi¾. No me acerqué demasiado después del primer encuentro. Y sin embargo... ¾Mostró el muslo. Desde la cadera hasta la rodilla, su carne cuarteada, como por la acción reciente de una poderosa garra¾. Me hallaba entre los árboles cuando un kutu aulló en una ladera, por encima de mí. Los Extranjeros hicieron brotar fuego y quedó reducido al silencio. Sorprendido, moví las ramas y arbustos que me cubrían, entonces... ¡s-s-s-s-s-t!... ¾señaló con el dedo la huella en el muslo.


¾Pero Deci...


Dobi se sacudió el polvo de las manos.


¾Deci es como un animal que se alimenta de carroña. Busca con las manos extendidas. «Esperad, esperad», dijo cuando regresábamos. «Podemos ser los amos del mundo con estas maravillas».


¾¿Por qué debemos gobernar al mundo? Ahora no existe ni primero ni último. ¿Por qué debemos dominar a nuestros hermanos para conseguir cosas que el polvo reivindicará?


¾Dale por muerto, Veti ¾murmuró Tefu¾. La muerte lo rodea ahora de mil maneras. Y Aunque su cuerpo regrese, su corazón ya no está con nosotros. Dale por muerto.


¾Sí ¾asintió Dobi¾. Llora por él y da gracias que nuestro Coveti está tan bien escondido que los Extranjeros no podrán venir nunca a sembrar entre nosotros las semillas de otras Viats.


¾Los Extranjeros son tabú. El sendero está cerrado.


Veti le lloró, abatida sobre el polvo del sendero del Coveti, apretando en sus manos el kiom que Deci le había dado con su corazón.


La madre de Viat se sentó con ella durante unas horas, hasta que Veti comenzó a sollozar y exclamó:


¾Tu pena no es como la mía. Tú colocaste a Viat su kiom. Tú le cruzaste las manos para su descanso. Tú lo devolviste a la tierra. No te lamentes conmigo. Yo estoy llorando un vacío, una incógnita. Tú sabes que Viat está en el camino de los Ocultos. Pero yo no sé nada de Deci. ¿Está vivo? ¿Está muriendo en la soledad sin un pelu que lo alumbre en las tinieblas? ¿Se está arrastrando en este momento, ciego y tullido, por el sendero del Coveti? Lloro por una muerte sin esperanza. Una desesperanza sin muerte. Lloro desamparada.


Y de esa manera lloró hasta agotar las lágrimas, sumida en la aridez del dolor. La otra mujer se dedicó a lo suyo, sabiendo que viviría aun cuando se le pasara el dolor.


Llegó entonces el día en que todos los rostros se volvieron hacia el sendero del Coveti. Todos los oídos escucharon el grito de Veti, y todas las miradas se dirigieron hacia la figura tambaleante de Deci.


Veti corrió hacia él, con los brazos extendidos y con el corazón confiado, antes que su mente pudiese comprender la realidad. Pero Deci evitó su contacto e hizo una mueca de cierto desagrado, mientras la rechazaba con una mano, de la que faltaban tres dedos, que apenas comenzaban a regenerarse.


¾¡Deci! ¾sollozó Veti¾. ¿Qué te ocurre?


¾Déja... Déjame respirar. ¾Deci se recostó contra las rocas; él, que podía correr más rápido que un kutu, y cuyos ligeros pies no tenían par entre los Coveti¾. El camino ha sido largo y necesito respiro.


¾¡Deci! ¾Veti seguía con las manos extendidas, ofreciéndole el kiom sin darse cuenta. Al verlo, la mujer se rió y lo desechó. ¿La señal de la muerte con Deci vivo, frente a ella?¾. ¡Oh, Deci!


Se quedó silenciosa al descubrir su mano mutilada, su penacho deshilachado, su chaqueta hecha jirones, sus piernas tullidas, sus ojos... ¡Sus ojos! No eran los mismos del Deci que partió ansioso en busca de los Extranjeros. Ahora traía a esos Extranjeros en su mirada.


Al fin su respiración se calmó, y se inclinó hacia Veti, alargando con dificultad un bulto que llevaba.


¾Lo prometí ¾dijo mirando sólo a Veti¾. He vuelto para llenar tus manos de maravillas y hechizos.


Pero Veti escondió las manos tras la espalda. Los regalos de los Extranjeros eran sospechosos.


¾Esto ¾continuó Deci, dejando en el suelo, a los pies de Veti, un objeto feo y anguloso¾, esto significa la muerte para todos los kutus, ya sean de seis o de dos patas. ¡Que digan otra vez los Coveti Durlo que el arroyo Klori les pertenece para la pezca...! Ahora nada les pertenece, salvo lo que queramos. Te doy poder, Veti.


Veti retrocedió un paso.


¾Y esto ¾dejó un frasco de cristal al lado del arma¾, esto significa sueños y alegrías. De esto es lo que bebió Viat..., pero bebió demasiado. Lo llaman agua. Es una bebida que los Ocultos envidiarían. Con un solo trago todo rastro de pena y dolor, de perplejidad o sueños inalcanzables, desaparece por completo. Te entrego el olvido, Veti.


Ella movió la cabeza de lado a lado en rotunda negativa.


¾Y esto... ¾sacó descuidadamente un rollo de brillante tela que reflejaba y retenía los rayos del Sol. Sus ojos parecieron otra vez los auténticos ojos de Deci.


Veti se sintió atraída hacia el tejido, y sus manos lo tocaron, ya que no existe mujer que pueda ver realmente una tela, a menos que con los dedos palpe su cuerpo, su suavidad y su textura.


¾Esto ¾siguió diciendo Deci¾ significa la belleza. Y esto es para que puedas mirarte sin recurrir a las aguas que se mueven. ¾Dejó un rectángulo, que la deslumbró un instante, al lado del arma y del frasco¾. Para que te veas como Señora del mundo, del mismo modo que yo me veo como Señor.


Las manos de Veti dejaron caer la tela, casi sin tocarla. La mirada de Deci era nuevamente la de un extraño.


¾Deci, durante todos estos largos días no estuve esperando cosas. ¾Veti se limpió simbólicamente las manos del contacto con la tela. Desvió la mirada hacia el suelo de las extrañas cosas colocadas sobre el polvo¾. Ven, voy a curarte las heridas.


¾¡No! ¡Mira! ¾exclamó Deci¾. ¡Con todas estas extrañas cosas, nuestros Coveti pueden dominar el valle y aun más allá!


¾¿Para qué?


¾¿Para qué? ¾repitió Deci¾. Para conseguir todo lo que queramos. Para no trabajar más. Para pedir y recibir. Para tener poder...


¾¿Para qué? ¾interrogaban todavía los ojos de Veti¾. Tenemos bastante. No sentimos hambre. Disponemos de vestidos para todas las estaciones. Trabajamos cuando es necesario. Nos divertimos cuando el trabajo está hecho. ¿Para qué necesitamos más?


¾Deci cree que los métodos reposados son necesarios ¾observó Dobi¾. Más le valdrían la agitación y el bullicio. Y el sudor y el miedo delicioso que nos empuja a la acción. Pronto llegarán los días de caza del kutu, Deci. Reserva tus ansias para entonces.


¾¡Sudor, esfuerzo y miedo! ¾gruñó Deci¾. ¿Por qué debo soportarlos, cuando con esto... ¾Cogió el arma y con un simple movimiento derribó el tejado de la casa de Tefu. Mientras se oía el horrísono trueno de la descarga, exclamó¾: Ningún kutu puede enseñarte los colmillos contra esto, excepto cuando la muerte le contrae las fauces para burlarse de su fuerza extinta. Y si puedo lograr esto con un kutu ¾murmuró¾, ¿qué no podré conseguir contra los Coveti Durlo?


¾¡Ven, Deci! ¾gritó Veti¾. Te vendaré las heridas. Cuando estén curadas, el tiempo habrá sanado tu mente de esos Extranjeros.


¾¡No quiero curarme! ¾gritó Deci, mientras la ira retorcía su desfigurado rostro¾. ¡Ni tampoco lo querréis vosotros cuando vengan los Extranjeros y os hayan ofrecido sus maravillas a cambio de este simple devi con flecos. ¾Movió la cabeza desdeñosamente¾. Por el devi de nuestro Coveti, podríamos comprar su nave aérea, sin duda alguna.


¾No vendrán ¾dijo Dobi¾. El camino está oculto. Ningún Extranjero encontrará jamás nuestro Coveti. No tenemos nada más que esperar hasta...


¾¡Hasta mañana! ¾exclamó Deci en voz más alta de lo necesario, agitando rebelde su penacho. Quizás pareció más resonante por el eco que levantó en el corazón de todos¾. Les he dicho...


¾¿Les has dicho? ¾repitieron tontamente todos.


¾¿Les has dicho? ¾la incredulidad agudizó el lamento.


¾¿Se los has dicho? ¾la ira explotó en palabras.


¾¡Se los he dicho! ¾gritó Deci¾. ¿En qué otra forma podríamos obtener los beneficios de los Extranjeros?


¾¡Beneficios! ¾protestó Dobi¾. ¡La muerte! ¾exclamó dando un puntapié al arma que estaba en el suelo¾. ¡Locura! El agua del frasco gorgoteó al vaciarse¾. ¡Vanidad!¾El polvo empañó el espejo y manchó la brillante tela¾. Por todo esto nos has traicionado, nos has traído la muerte.


¾¡No! ¾exclamó Deci¾. Yo he sobrevivido. No siempre viene la muerte con los Extranjeros. ¾Una ira repentina endureció su voz¾. ¡Las viejas costumbres! ¡No queréis cambiar! Pero todo cambia; es lo natural en las cosas que viven. El progreso...


¾No todo cambio significa progreso ¾murmuró Tefu, ocultando su ceguera con las manos.


¾Os guste o no ¾afirmó Deci¾, mañana llegarán los Extranjeros. Tendréis que escoger ¾con el brazo indicó a todo el grupo¾. Quedaos en vuestras casas como pegu, o venid con vuestro devi a encontrar conmigo el poder, la riqueza...


¾O cambiad el Coveti de escondrijo otra vez ¾añadió Dobi¾, para alejarlo de la traición y de la loca avaricia. Tenemos, pues, una tercera opción.


Deci contuvo el aliento.


¾¡Veti! ¾suplicó en voz baja¾. ¡Veti! No necesitamos al resto de los Coveti o de cualquier otro que pueda resistírsenos. Podemos ser el nuevo pueblo. Podemos tener nuestro propio Coveti, y conseguir lo que queramos. Ven, Veti.


Veti lo miró largo rato a los ojos.


¾¿Por qué has vuelto? ¾murmuró con lágrimas en su voz. De pronto la ira brotó en su mirada¾. ¿Por qué has vuelto?


Había toda la fuerza de un alarido en sus duras palabras. Se dirigió súbitamente a las rocas y recogió del polvo el caído kiom. Antes que Deci comprendiese su gesto, se abalanzó sobre él y prendió la muerte sobre su desgarrada chaqueta. Luego, con un rápido y decisivo movimiento, le arrancó el pelu y lo arrojó al suelo.


Deci abrió los ojos aterrorizado, con la mano crispada sobre el kiom, pero sin atreverse a tocarlo.


¾¡No! ¾gritó¾. ¡No!


Entonces, Veti abrió los ojos y extendió a su vez las manos hacia el kiom, pero no tenía poder para deshacer lo hecho y su lamento se unió al de Deci.


Al comprender Deci que fallecía, y que entraba no bienamado a la oscuridad del kiom sin luz, se desplomó sobre el polvo. Bajo su mejilla quedó la dureza del arma, bajo su extendida mano la belleza de la tela, mientras la luz solar a través del agua contenida en el frasco jugueteaba sobre su mentón.


Uno que muere no bienamado no es ni siquiera como una flor pisoteada en el camino. Porque al menos, en el caso de la flor, se lamenta su perdida belleza.


Así, pues, al conocer la muerte de Deci, los Coveti se marcharon. Una vacilación en los pasos de Veti, y un parpadeo desconcertante de sus ojos cuando se retiró con los demás para preparar el traslado del Coveti, fue lo único que se hizo en su memoria.


Volvió el viento y agitó el polvo sobre las cosas y sobre Deci.




Y Deci yacía en el suelo aguardando su último suspiro.






F I N

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"GOTICO"

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