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lunes, junio 24, 2013

GIBRÁN KHALIL GIBRÁN - EL PRECURSOR


GIBRÁN KHALIL GIBRÁN


EL PRECURSOR
(1920)

EL PRECURSOR


Tú eres el precursor de ti mismo, amigo mío, y las torres y ciudadelas erigidas en tu vida no son más que cimiento para la esencia soberbia que a su vez será cimiento para la otra.
Yo soy como tú, precursor de mí mismo, porque la sombra desplegada ante mí, a la salida del sol, eclipasará bajo mis pies al mediodía. Amanecerá nuevamente y otra sombra se bosquejará; también ésta se esfumará, otra vez, bajo mis pies, al otro día.
Somos desde el principio precursores de nosotros mismos, y así seremos hasta la eternidad. Todo lo que acumulamos en nuestra vida no es más que una semilla que preparamos para un erial. Somos el erial y los sembradores; somos la fruta y los cosechadores.
Cuando eras, amigo mío, un pensamiento perdido en la tiniebla, yo era, como tú, otro pensamiento extraviado. Te llamé y acudiste a mi llamado. De nuestros afanes nacieron los sueños. Los sueños eran tiempo sin cadena, y los tiempos fueron espacio sin fin.
Eras una palabra muda entre los temblorosos labios de la vida; también era yo, como tú, otra palabra muda, y no bien nos pronunció la vida cuando asomamos al mundo con cora zones vibrantes por el recuerdo del pasado y con el afán para el mañana. Y el pasado no es más que la muerte expulsada; y el mañana es el nacimiento buscado.
Ahora estamos en manos de Dios. Tú eres un sol radiante en su derecha y yo una tierra iluminada en su izquierda. Tu po­der en la iluminación no es superior al mío en reflejar tu luz.
Y nosotros no somos el sol ni la tierra sino el comienzo de un sol más grande y de una tierra más gigantesca. Así seremos hasta el fin de los siglos.
Tú eres el predecesor de ti mismo, ¡oh, extraño!, tú, que franqueas el umbral de mi jardín; yo soy, como tú, precursor de mí mismo, no obstante vivir bajo la sombra de mis árboles, reposado y tranquilo.

EL AMOR

Se cuenta que el zorro bebe junto al león de una misma fuente. Y se dice que el águila y el milano devoran juntos la carroña sin disputas y en total armonía.
¡Oh, justo amor! Tú que has refrenado el capricho de mis pasiones con poderosa mano, y has convertido mi hambre y mi sed en altivez y magnanimidad, no permitas al fuerte soberbio que habita en mí comer el pan ni beber el vino que cautivan mi débil ser. Hazme recordar mejor y habré muerto de hambre. Deja mi corazón inflamarse de sed. Será mejor morir y extinguirse que tomar en la mano una copa que tú no has llenado, ni un vaso de licor que tú no has bendecido.

LAS CUATRO RANAS

El saber y el medio saber

Estaban cuatro ranas sentadas sobre _un grueso tronco de leña que flotaba a la orilla de un anchuroso río. Una ola fu­riosa arrastró al tronco hasta la mitad del río, donde la corriente lo condujo con el curso del agua. Alborozáronse las ranas por el encanto de su expedición y comenzaron a saltar sobre el tronco porque jamás se vieron navegar mar adentro. Pasado un momento de silencio la primera rana gritó:
- ¡Qué tronco más curioso y extraño! Mirad, compañe­ras, cómo viaja igual que los seres vivientes. Jamás he visto ni oído hablar de cosa tan parecida.
La segunda rana : -Este tronco no camina, se mueve, amiga mía; y tampoco es extraño y curioso como te lo has imaginado. Las aguas del río que corren de por sí hacia el mar conducen con ellas a este tronco que a su vez nos con­duce con él.
La tercera rana: -No, por mi vida, compañeras, os equi­vocáis. Es una divagación la vuestra. Ni el río se mueve, ni el tronco. Es nuestro pensamiento el que se mueve dentro de nosotros y él es quien nos conduce a creer en el movimiento de los cuerpos inmóviles.
Discutieron largamente las tres ranas sobre qué era lo que se movía en realidad, llenando la quietud del río con sus gritos y su perturbador croar.
Como no llegaron a ningún acuerdo, pidieron la opinión de la cuarta rana. Esta, que hasta entonces no había dicho esta boca -es mía, sino que las escuchaba con atención, habló de la siguiente manera:
-Todas vosotras habéis tenido razón, compañeras, y ninguna se ha equivocado en sus razones. El movimiento está en el río tanto como en el tronco, como en nuestro pensa­miento al mismo tiempo.
Este fallo conformó a las tres ranas en disputa, porque cada una quería tener la razón.
Cuéntase que lo que sucedió después del fallo de la cuarta rana fue cosa curiosa en el reino. Las tres ranas hicieron la paz entre ellas y en un conciliábulo ejecutivo resolvieron echar a la cuarta rana al río.
Y la arrojaron al agua.

LOS OTROS MARES

Cierto día dijo un pez a otro:
-Por encima de nuestro mar existe otro. En ese mar hay diversos seres vivientes que viven como nadamos y vivimos nosotros aquí.
-Son fantasías tuyas -le contestó el otro pez-. ¿No sabes, hermano mío, que cada ser viviente que deja nuestro mar un momento moriría? ¿Cuál es entonces la prueba de la existencia de otros seres vivientes en otros mares?

EL ARREPENTIMIENTO

En una noche oscura entró un hombre a la quinta de un vecino, robó el melón más grande que encontró a manó y se lo llevó a su casa. Después de partirlo, lo halló verde. Enton­ces la conciencia le aguijoneó y llenó de reproches.
Y el ladrón se arrepintió de haber robado el melón a su vecino.

LA ESENCIA SUPREMA

Y sucedió que después de la ceremonia de la coronación de Nufsibaal, el rey de Yubail, éste se dirigió a su gabinete. Era una alcoba privada que los adivinos del Líbano construyeron para él. Hallándose solo, se detuvo en medio de su gabinete pensando en el poder ilimitado que poseía como rey de una comarca que otrora era un vasto imperio.
Había allí un espejo que ostentaba un artístico marco de plata, regalo de su madre. Y mientras se quitaba la corona y la púrpura vio con gran, asombro que del espejo salía un hombre desnudo y se adelantaba hacia él. Aterrorizado, el rey gritó:
-Hombre, ¿qué quieres de mí?
-Una sola cosa quiero de tí. Dime, ¿por qué te han coronado rey de Yubail?
-Me coronaron porque soy el hombre más noble de entre ellos.
- ¡Por Dios! Si fueras más noble de lo que eres, no hubie­ras aceptado el reino.
-Me coronaron porque soy el más caballero y más fuerte de entre ellos.
-Si es cierto que eres el más caballero y más fuerte de todos ellos no deberías haber aceptado el ser su rey.
-Mi pueblo me coronó porque soy el más sabio que hay entre él.
-No, por Dios; si hubieras sido más sabio de lo que eres ahora, no habrías admitido que te eligieran rey de Yubail. Cuenta la leyenda que ante las palabras del hombre des­nudo que salió del espejo cayó el rey de bruces y luego pro­rrumpió en llanto.
El hombre desnudo lo miraba con compasión y ter­nura; se sentía triste ante la estupidez e idiotez del rey. Tomó luego la corona que había rodado por el suelo y la colocó nuevamente sobre la humillada cabeza del Rey y volvió a entrar en el espejo, tal como había salido, mirando a Nufsibaal dulce y cariñosamente.
Al despertarse, el rey miró al espejo y no vio allí más que a su propia persona con la corona puesta en la cabeza.

LOS CRITICOS

Viajaba, cierta noche, un caballero montañés hacia la costa del mar. Llegaba a un lugar cercano de la costa, donde se levantaba una posada. Se apeó y ató el caballo a un árbol, frente a la puerta, porque tal como todos los montañeses, tenía confianza en la noche y en los hombres, y luego entró con los demás.
Cuándo se hubieron dormido todos los habitantes de la venta, y mientras se hallaban entregados al sueño, llegó.un ladrón y robó el caballo de nuestro viajero. Al día siguiente al despertar, el caballero montañés se dirigió al lugar donde había dejado el caballo. El animal no estaba y en vano lo buscó en todos aquellos lugares. Se afligió el viajero tanto por la pérdida, como por la amarga realidad de haber entre los hombres alguno que le probara a su conciencia robando. Cuando los demás compañeros del viajero supieron la nueva, le rodearon y comenzaron a cubrirlo de reproches:
- ¡Qué necio eres! ¿Por qué has atado tu caballo fuera del establo?
-Mucho me extraña que no haya puesto las argollas de hierro en las patas de tu bruto. ¡Qué ignorante eres!
-Viajar a caballo hacia las costas es una estupidez, amigo mío.
-Yo creo que nadie viaja en nuestra época a caballo, más que los lerdos y los pesados.
Esas razones elocuentes y la prédica de los viajeros asombraron al montañés, que encolerizado, les replicó:
-Amigos míos: os surgió la elocuencia espontánea­mente al enteraros del robo de mi caballo. Según vosotros, soy un necio porque confié en los hombres y en la noche. Me habéis enumerado mis errores, pero lo que más me asombra de tanta elocuencia vuestra es que ninguno de vosotros dijo una sola palabra del ladrón que robó mi ca­ballo.

EL MORIBUNDO Y EL MILANO

¡Detente, príncipe del aire!, detente un momento más y habré dejado todo este resto consumido. ¡Ah, cómo te impacienta mi agonía! Yo no quisiera hacerte sufrir de hambre al hacerte esperar unos minutos más; pero esas ca­denas, aunque fueron de hálitos débiles, son difíciles de romper. Mi amor a la muerte, el más lejano de mis deseos, está atado con las cadenas de mis deseos por la vida, que es lo que más amo.
Perdón, hijo del firmamento, me voy de este mundo, pero lentamente. Es el recuerdo que se apodera de mi alma para devolverle las reminiscencias pasadas y colocar frente a ella la comitiva de los días consumados de mi vida en la agonía, y dejarla contemplar la juventud que pasó en un sueño; el recuerdo que presenta ante mí un rostro que suplica no cerrar los párpados y devolver a mis oídos una voz amada cuyo eco aún suena en mi alma; es el recuerdo que deja tocar mi frente una mano de rosas y que yo no veo.
Perdón, compañero. Mucho has esperado; ya se acercó la hora tocando a su fin. Todo es vano en esta vida, todo es pasajero: el rostro, los ojos, la mano y la neblina que los envolvía. Ya se ha desatado el nudo; ya se ha roto la soga y aquello que no 'es para comerse ni beberse ya me abandona y se va.
Adelante compañero; acércate, ave hambrienta. Ya se ha alistado el banquete; pero el manjar es frugal, es humilde. Te lo presento voluntariamente. Ven y hunde tu pico en mi costado izquierdo. Desgárralo y arranca de los barrotes de su jaula este pequeño pájaro que dejó de aletear.
Tómalo y llévalo al infinito. Es el mejor tesoro que tuve sobre la tierra.
Ven, Príncipe del Aire; ven, amigo mío, eres ahora mi huésped. Yo te doy la bienvenida. Bienvenido seas.

LA LEONA

Dormía sobre su trono la reina de la selva, y en su regazo acurrucábase una gata que maullaba en tanto que miraba con asco y desprecio a cuatro esclavos que abanicaban a la reina. Y en el silencio de aquel recinto se oyó este diálogo:
Esclavo primero (A sus compañeros):
- ¡Qué horrible está la hija del león en su sueño! Mirad como se han aflojado sus labios; oíd sus ronquidos, como si el diablo le apretara la garganta.
La gata: -Su horrible aspecto en sueños no se compara ni con una parte de la brutalidad de vuestra esclavitud.
Esclavo segundo: -Lo más raro es que el sueñb no ha dul­cificado los rasgos de su rostro. Al contrario, lo ha surcado de arrugas. Sin duda alguna está soñando algo terrible y sa­tánico.
La gata:            - ¡Ojalá durmierais vosotros para soñar en vuestra libertad!
Esclavo tercero: -Me parece ver que desfila en su sueño la comitiva de sus víctimas que tan despóticamente sacrificó.
La gata: -Sí, señores, ella ve, ve en su sueño, la comiti­va de vuestros abuelos y de vuestros nietos.
Esclavo cuarto: - ¡Imbéciles! Habláis de la reina mientras ella duerme. Decidme: ¿qué ganáis con este diálogo? ¿Atenuaríá, acaso, la tribulación de mi consigna o la fatiga que me produce abanicar?
La gata: -No, por cierto. Seguid abanicando hasta la eternidad, porque está escrito: "Tanto como en el cielo, así es en la tierra."
En aquel instante sé movió la reina en su sueño y cayó la corona de su cabeza, yendo a rodar por el suelo.
-Un mal augurio -dijo uño de los esclavos.
Entonces la gata contestó maullando: -Las desgracias de unos benefician a otros.
Esclavo segundo: -¿Qué sería de nosotros si se desper­tara de su sueño y hallara la corona tirada en el suelo? ¡Por Dios!, nos degollaría a todos.
La gata (maullando):-Os degollaba, necios, desde vuestro nacimiento, y vosotros ignorabais esto...
Esclavo tercero:-Sin duda nos degollaría a todos, segura de que con sus actos adoraba a sus dioses.
En aquel momento el cuarto esclavo hizo callar a sus compañeros y, recogiendo sigilosamente la corona de la reina, la colocó nuevamente sobre su cabeza, sin despertarla. Ante la actitud del cuarto esclavo la gata maulló fuertemente:
-En verdad os digo que no recogen las coronas rodadas por el suelo más que los mismos esclavos.
A los pocos minutos de acabar el diálogo se despertó la reina y, mirando en derredor de sí, dijo, bostezando, a los esclavos:
-Creo haber visto en mis sueños cuatro reptiles persegui­dos por un escorpión, alrededor del tronco de una gigantesca encina. ¡Qué sueno más horrible! ¡Maldito sea!
Y cerrando sus ojos volvió a dormir por segunda vez, después de haber llenado la alcoba con sus ronquidos. Prosiguieron los esclavos con los abanicos y la gata epilo­gó aquel acto con el siguiente maullido:
-Seguid, seguid, ciegos esclavos; seguid abanicando a vuestra ama. Vosotros no abanicáis más que un fuego voraz que devorará vuestra vida.

EL SANTO

En la mocedad visité un santo anacoreta en su retiro de penitencia. Habitaba una celda levantada sobre una cumbre envuelta en silencio y bruma. En tanto que conversaba con él sobre temas de moral y virtud, apareció un ladrón que cami­naba fatigosamente sobre las colinas cercanas. Venía domina­do por la fatiga. Cuando llegó a la celda, entró y se arrojó a los pies del santo y dijo:
-Santo Varón, he venido a pedirte un consuelo, -pues mis pecados se han elevado sobre mi cabeza.
-Hijo mío -replicó el santo-, mis pecados también se alzan sobre mi cabeza.
-Soy ladrón y salteador. Es imposible que tú seas como yo.
-Te equivocas, hijo mío; la verdad te digo que soy, como tú, ladrón y salteador.
- ¡Por Dios, señor mío!, que no comprendo lo que me dices. ¡Soy un asesino, un criminal, y el grito de mis víctimas resuena en mis oídos!
-Soy también asesino y criminal, hijo mío, y en mis oídos aún suenan los gritos de muchas de mis víctimas. -Señor, he cometido muchos crímenes e innumerables delitos. ¿Cómo te igualas a mí, tú que eres un Santo Varón de Dios?
- ¡Si supieras de mis maldades y de mis pecados! Sí, hijo mío, si supieras, no me habrías mencionado los tuyos. Entonces se puso el ladrón de pie y mirando al Santo, larga y extrañadamente, se retiró de la celda sin proferir palabra.
Yo guardé silenció hasta tanto se retiró aquel personaje extraño, y en aquella circunstancia hablé así al Santo, pregun­tándole:
-¿Qué motivos te movieron, señor mío, para atribuirte maldades y pecados que no has cometido nunca? ¿No ves, Santo Varón, que ese hombre ha dejado de creer en tu santa misión y en tus prédicas?
-Sí, hijo mío -me contestó el Santo-; es verdad lo que dices. Este hombre dejó de creer en mi santa misión; pero la verdad te d~"go que se retiró con el corazón lleno de consuelo. En aquel momento oímos al ladrón cantar, desde lejos, mientras resonaba en las montañas su voz alegre y sonora.

EL REY ANACORETA

En una selva que se pierde en las montañas vivía un joven que en el pasado fue monarca, dueño de un vasto reino exten­dido en Ibro Al Bahrain. Dijéronme que este joven había abdicado voluntariamente a su corona para sustituirla por el desierto y la soledad.
Dije entre mí: "Iré hasta aquel hombre e intentaré saber los secretos de su corazón, porque aquel que abdica su corona por su propia voluntad es más grande que el mismo trono."
Aquel día emprendí camino hacia la selva, donde vivía el rey anacoreta.
Lo encontré sentado a la sombra de un álamo blanco, sosteniendo en su mano una caña, igual que aquel cetro suyo de antaño. Lo saludé como si saludara en él al mismo rey, y él me contestó el salam dulcemente, como un pastor. Y después de mirarme fijamente me interrogó con suavidad:
-¿Qué buscas en esta selva solitaria, amigo mío? ¿Habrás venido a buscar, a esta hora, una esencia extraviada entre el ramaje frondoso, o regresas a tu hogar al haber terminado tu labor?
-No vine a buscar -respondí- sino a ti; y sólo incitado por el deseo de saber cuál era el motivo por el cual has cambiado tu reino por este retiro miserable.
-Breve es mi historia -replicó-; reventaron súbitamente las burbujas de mi vanidad, y he aquí mi historia: Hallábame un día sentado frente a mi ventana, y vi que el visir se paseaba con un embajador extranjero en el jardín. Cuando hubie­ron llegado hasta cerca de mi ventana, oí al visir hablar así de sí mismo:
-Yo soy como el rey: escancio el vino añejo hasta la embriaguez; amo toda clase de juego y me encolerizo como mi rey.
"Se perdieron visir y embajador entre la arboleda, no tar­dando en volver a pasar por cerca de mi ventana. Y he aquí lo que hablaba de mí el visir:
"-El rey es como yo. Tira bien al blanco, gusta de la música y como yo se baña tres veces al día.
El rey anacoreta calló y luego prosiguió:
-Aquella noche abandoné mi palacio y salí sin más baga­jes que mi manto, porque no quise continuar siendo el rey de unos que se atribuyen mis vicios y me confieren sus virtudes.
- ¡Qué curiosa es tu historia y qué extraño es tu caso, señor! -le dije.
-No, amigo mío -me replicó-; no es tal. Yo llamé a la puerta de mi soledad pretendiendo de ella muy mucho y tan sólo muy poco he, obtenido de ella. Dime, por Dios, ¿quién no cambiaría su reino por una selva en la cual quepan todas las estaciones alegre y eternamente inquietas? Muchos son los que abandonaron sus tronos para sustituirlos por una vida sosegada y quieta; por una vida solitaria y feliz. ¡Cuántas águilas hay a l1í que han bajado de su cielo para vivir con los topos en sus cuevas silentes y, así, conocer mejor los secretos de la tierra! ¡Y cuán numerosos son los que renuncian al reino de sus sueños para no aparentar ante los demás que viven ellos distantes de aquellos cuyas almas están vacías de sueños! ¡Cuán numerosos son aquellos que renuncian al reino de la desnudez para cubrir la suya y para que así no se enro­jezcan los libres al contemplar la desnudez de la razón, de la verdad y de la belleza!
"Pero es más digno de todos aquel que abdica el reino de la tristeza para no vanagloriarse ante el mundo de sus aflic­ciones.
Y se levantó, apoyándose sobre su caña, para continuar diciéndome:
-Vuelve a la ciudad opulenta y detente en sus puertas y observa a todos los que salen y entran en ella; y preocúpate de encontrar al hombre que pretendió haber nacido rey y que está sin trono; y al hombre que creyó señorear con su cuerpo y que sólo domina con su espíritu, pero que él ignora esto, igual que sus vasallos; y al hombre que se presenta públicamente como dueño y señor y que en realidad no es más que un esclavo de sus esclavos.
Al terminar su perorata me miró y sobre sus labios asomó una sonrisa; creí ver en ellas mil amaneceres. Tomó su camino y desapareció en el corazón de la selva.
Yo volví a la ciudad opulenta y me detuve en sus puertas. Observaba a los transeúntes que salían y entraban en ella. ¡Ay! ¡Cuán numerosos fueron los vasallos sobre los cuales pasó mi sombra!

LA GUERRA Y LAS NACIONES PEQUEÑAS

Una oveja con su corderito pacía en un prado. Por encima de ellos se cernía un águila. La rapaz seguía al corderito con ojos encendidos de hambre y voracidad, Mientras giraba en torno del humilde corderillo aprestándose a hundir sus garras en su tierna carne, se presentó otra águila aguijoneada por igual hambre y ferocidad. Al hallarse ambos colegas frente a frente, riñeron hasta llenar el vacío con sus gritos y graznidos. En aquella circunstancia la oveja estupefacta miró a las dos águilas y dijo a su hijo:
-Mira, hijo mío, ¡qué extraña es la riña de esas nobles aves! ¿No es vergonzoso para los reyes del espacio disputar y reñir, teniendo todo el anchuroso cielo para buscar manuten­ción? Pero, ora, hijo mío, ora, mi niño en tu corazón a Dios implorando la paz para tus hermanos alados.
Y el corderito oró fervorosamente y de todo corazón.

EL REY DE ARDOSA

Se presentaron un día los ancianos de Ardosa ante el rey y le rogaron ordenar que prohibiera el alcoholismo en su ciudad.
No prestó el rey oído a su petición, sino que se rió de ellos y les dio las espaldas; y les dejó.
Los ancianos de Ardosa se retiraron poseídos de una verdadera desesperación. Al llegar a la puerta del palacio toparon con el visir del rey. Este ministro, que era muy diplomático, sagaz y ladino, viendo perturbados a los ancia­nos y jefes de la ciudad, se dio cabal idea de su asunto. Y les habló así:
-¡Oh, amigos míos! La suerte no os ha acompañado esta vez. Si vosotros hubierais venido en el momento de hallarse ebrio el rey, habríais conseguido todo lo que venís a pedirle.

EL AVE DE MI FE

De las profundidades de mi corazón voló un ave y se remontó en el espacio, y cada vez que más subía, su tamaño se aumentaba más y más. Comenzó con la forma de la mari­posa, luego tomó la de una paloma; más adelante el tamaño de un águila, hasta que semejó una nube de primavera, llenan­do así el cielo tachonado de estrellas.
De las profundidades de mi corazón voló .un ave y se remontó en el cielo, aumentando su tamaño a medida que subía, y siempre quedaba habitando la profundidad de mi corazón.
¡Oh, mi Fe, mi Sabiduría obstinada y fuerte! ¿Cómo llegar a alcanzar tu altura para ver, juntamente contigo, la esencia sublime del hombre grabada sobre la faz del cielo? ¿Cómo convertir este mar que está en lo más hondo de mi alma, en una densa neblina y vagar, junto a ti, en el espacio infinito?
¿Podrá ver el prisionero, en la penumbra del templo, sus cúpulas doradas? ¿Tendrá la semilla la fuerza para esparcirse y envolver la fruta que antes la envolvía recíprocamente? Sí, ¡oh, mi Fe clemente! Sí; yo vivo encadenado con cadenas de hierro en los antros oscuros de esta prisión sin fin. Me separan de ti estas barricadas hechas de carne y huesos, para no poder volar contigo en el mundo infinito. Empero, tú vuelas de mi corazón para cernirte en el anchuroso espacio, tanto, que siempre te encuentro habitando la profundidad de mi corazón dolorido.
Y con todo esto estoy resignado, conforme y confiado.

LA HOJA BLANCA

Dijo así, un día, una hoja blanca de papel:
-Me he formado blanca, nítida, inmaculada y pura, y así seré hasta la eternidad. Prefiero quemarme y volverme ceniza blanca antes de permitir que me mancille la negrura y me macule la suciedad.
Oyó un tintero aquellas razones y se rió en su negro cora­zón, pero no se atrevió a tocar a aquella hoja blanca de papel. Oyéronla también las plumas y tampoco la tocaron. Y así permaneció la hoja de papel blanca, nítida, cual la nieve,... pero vacía.

EL SERMON DE LA AZOTEA

(El último despertar)

Era la noche profunda y lóbrega. Soplaba, en la mitad de su carrera, un aura pura y apacible impregnada por los prime­ros suspiros del alba. En aquella hora se levantó El Precursor, que es el eco de la voz que aún no ha tocado oído alguno, y, abandonando la alcoba, subió a la azotea de su casa. Contem­pló largamente la ciudad acostada en brazos de la noche y luego irguió su cabeza, y, como si se viese rodeado por los espíritus despiertos de los hombres dormidos, abrió su boca y habló así:
-Hermanos y vecinos míos: vosotros que pasáis por mi casa todos los días, quiero hablaros e invocaros en vuestros sueños; quiero caminar desnudo y libre porque estando despiertos estáis más alelados que en vuestro sueño; porque vuestro oído está cargado de baraúndas; porque es sordo y débil.
Os he amado mucho, y más que mucho.
He amado a cada uno de vosotros como si fuerais todos vosotros.
He amado a todos vosotros como si fuerais uno solo.
Mi corazón era un 'campo fértil y floreciente en vuestro
amor; en su primavera yo =cantaba en vuestros jardines; en su estío cuidaba de vuestras parvas.
Sí, hermanos y vecinos míos. A todos vosotros he amado; a vuestro titán como a vuestro enano; a vuestro leproso como al más sano que hay entre vosotros.
He amado al que se deslizaba en las tinieblas buscando en la noche su camino, igual que al que trillaba sus días bailando sobre collados y montañas.
Amé al fuerte a pesar de vivir patentes en mis carnes las huellas de sus herraduras férreas.
Amé al débil no obstante haber agobiado mi fe y agotado mi paciencia.
Amé al rico, cuya miel se volvía cicuta en mi boca.
Amé al pobre que, sabiendo mi vergüenza, y conociendo mis necesidades y mis debilidades, me ha escarnecido.
Amé al poeta plagiador que hacía vibrar la cítara de su vecino tocándola con sus dedos ciegos. Lo amé generosamen­te, cortésmente.
Amé al sabio que consumía su vida jutando mortajas viejas en el campo del abominable alfarero.
Amé al sacerdote acurrucado en el silencio de su pasado, preguntando por el día de su mañana.
Amé al anacoreta que hacía de los espectros de su capri­cho unos dioses para la adoración.    
Amé al charlatán diciendo entre mí: "Le queda todavía mucho que decir a la vida."
Amé al mudo, porque pensaba: " ¡Ojalá pudiera hablar de su silencio!"
Amé al juez y al crítico, pero cuando me vieron crucifica­do dijeron: "Cuán suave emana la sangre de sus heridas y qué hermosas son las líneas que su sangre traza sobre su piel blanca."
Sí, hermanos y vecinos míos. Os he amado a todos voso­tros; a vuestro joven como a vuestro anciano. Amé a vuestra caña débil que temblaba al soplo de las brisas, igual que a vuestras gigantescas encinas. Pero ¡ay de mi! Mi corazón, que rebosaba por vuestro amor, ha endurecido el vuestro hacia mí, porque sois capaces de escanciar el vino del amor del fondo de las copas, pero jamás de tomarlo del río caudaloso. Y cuando habéis visto que yo os he amado igual, a todos igual, os habéis mofado de mí, diciendo: "Cuán débil es su corazón y apartada de su camino la sagacidad. Su amor es el de un mendigo hambriento que acostumbra recoger las miga­jas, aun sentado a las mesas de los reyes. Es el amor de un villano, servil, porque el hombre fuerte tan sólo ama a sus semejantes."
Y cuando habéis sabido que yo os amaba profundamen­te, desinteresadamente, hablasteis así: "El amor de este ser es el de un hombre extraño, sin gusto, que bebe el vinagre como si bebiera vino; es el amor de un intruso, hipócrita, porque ¿cuál es el hombre extraño que puede amarnos como nuestros padres y hermanos?
Estas son vuestras razones y otras tantas, porque cuántas veces me habéis indicado con vuestros dedos en las calles de la ciudad, diciendo burlescamente, unos a otros: "Mirad a este pequeño gran hombre que no le preocupan las estaciones ni los abriles ni los años. En el mediodía juega con nuestros niños y a la tarde acompaña a nuestros ancianos en sus reuniones simulando sabiduría.­
Entonces . dije: "No importa todo esto; yo los amaré más y más; pero esta vez cubriré mi amor con un velo de odio y mi cariño con un disfraz de hierro y no les seguiré sino ague­rrido."
Y me armé con mi desdén; puse mi mano pesada sobre vuestras heridas y contusiones y, al igual que una tempestad que sopla en plena noche, así he tronado en vuestros oídos y desde la azotea de mi casa os he llamado fariseos, traidores; burbujas de un mundo falso y vacío.
He maldecido a los miopes que hay entre vosotros cual murciélagos ciegos y, al igual que los topos sin alma, así he comparado a los que viven entre vosotros pegados a la tierra y al lodo.
Califiqué a vuestros hombres elocuentes y sabios de char­latanes e hijos de Babel; al hombre callado lo llamé duro de corazón y torpe de lengua; de vuestro hombre simple dije: "Los muertos no se aburren de la muerte.­
Y sentencié: "Que los que buscan en vosotros y en vuestros hijos la sabiduría humana son apóstatas, blasfemado­res contra el Espíritu Santo; a los atraídos por la fuerza espi­ritual extasiados por las investigaciones del más allá de la naturareza, los llamé pescadores de espectros que tiran sus redes en aguas mansas y que tan sólo pescan sus medrosas sombras."
Así he pregonado y publicado vuestras miserias en mis labios mientras mi corazón sangraba y os llamaba por los nombres más dulces.
Sí, hermanos y vecinos míos. El odio que así os ha hablado era guiado por su propio látigo; y el orgullo que ha bailado sobre vuestras miserias y cadáveres estaba lleno de polvo de la derrota y degollado por sus propios dolores.
Mi profundo dolor hacia vosotros, mi sed para amaros, se han rebelado sobre la azotea, mientras os imploraba el perdón de rodillas.
Pero he aquí el milagro, hermanos y vecinos míos; mi simulación os ha abierto los ojos .y mi odio ha despertado los corazones.
Vosotros no amáis más que las espadas que se hunden en vuestros corazones y sólo gustáis ver clavados los dardos en vuestros pechos.
Vosotros no os consoláis sino de vuestras heridas y no os embriagáis más que en vuestra sangre.
Y cual mariposas que aletean alrededor de la llama, buscando inocentemente la muerte, así os juntáis todos los días en mi jardín, y con cabezas erguidas y los ojos fijos en mí me seguís mientras yo desgarro con mis manos Tos teji­dos de vuestros días, en medio de vuestro cuchicheo, dicien­do entre vosotros: "El ve con la luz de Dios y habla con los profetas de aquellos tiempos. Descubre el velo de nuestras almas y destroza las cerraduras de nuestros corazones y cuál el águila que conoce los cubiles de los chacales, así El conoce nuestro camino."
Sí, por cierto, amigos míos. Yo conozco vuestro camino, pero a igual que el águila que conoce el nido de sus aguilu­chos.
Con todo placer os he descubierto mis secretos, pero para acercarme a vuestros corazones, simulo desdén y acrimo­nia; os finjo odio y aparento que os desprecio.
Y no bien terminó El Precursor su sermón, cuando cubrió su cara con su mano y rompió en llanto. Lloró amargamente porque comprendió que el amor desnudo que se rechaza es más sublime que el que canta gloria cubierto por la simula­ción y el fingimiento.
Y se avergonzó de sí mismo. Alzó súbitamente la cabeza y como si despertara de un sueño letárgico extendió sus brazos y miró con éxtasis el firmamento azul y dijo:
-Ya se ha desgarrado el manto de la noche y nosotros, los hijos de la noche, debemos morir cuando llegue el día caminando, sigilosamente, sosteniéndose sobre las lejanas colinas. De nuestras cenizas surgirá un amor más profundo y fuerte que el nuestro y se reirá en la cara del sol y se llamará AMOR ETERNO.


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